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Emociones y proceso de enseñanza aprendizaje

Guadalupe Villalobos Monroy, René Pedroza Flores y Ana María Reyes Fabela

U. A. del Estado de México

Resumen

Hablar de aprendizaje es algo complejo y más si se mezcla con las emociones, el estudio de estas es importante para identificar y entender los diferentes comportamientos de las personas. Las emociones están presentes en todos los actos de nuestra vida, en el ámbito educativo es importante no pasarlas por alto, influyen de manera directa en el proceso enseñanza-aprendizaje, si son positivas, lo facilitan, pero si son negativas lo entorpecen.

Los modelos educativos en antaño se centraban en el profesor y en los conocimientos, con el paso del tiempo esto ha ido cambiando, ahora hay modelos centrados en el estudiante en donde tienen cabida las habilidades y destrezas, así como las actitudes y los valores, elementos ligados a la subjetividad del discente.

El trabajo se encuentra dividido en tres partes, en la primera se aborda lo relativo AL aprendizaje emocional, en donde se habla de la inteligencia emocional, la segunda parte trata del impacto que tienen las emociones en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y del papel que juega el profesor en dicho proceso, el trabajo finaliza con una conclusión.

Hablar de aprendizaje emocional nos remite a la necesidad de reconocer nuestras emociones y las de los demás, ya que nos predisponen a una respuesta organizada que puede llegar a ser controlada como producto de una educación emocional, lo que significa poder ejercer control sobre la conducta que se manifiesta pero no sobre la emoción misma, puesto que a decir de Casassus (2006) las emociones son involuntarias, en tanto, las conductas son producto de las decisiones tomadas por el individuo, es decir, cuando se enrojecen mis mejillas porque me siento avergonzada, no es algo que yo planee y que quise hacer, es una reacción fisiológica ante un estímulo del medio ambiente. Esto significa que las emociones son eventos o fenómenos de carácter biológico y cognitivo, que tienen sentido en términos sociales.

Inteligencia emocional

La inteligencia emocional es el primer antecedente o acercamiento a la educación emocional, fue Gardner (1983) con la publicación de Frames of Mind y después con Inteligencias múltiples, La Teoría en la Práctica (1995) quien planteó la existencia de diferentes inteligencias, entre ellas la intrapersonal y la interpersonal, pero fue Goleman (1996) quien con su libro La Inteligencia Emocional (IE), popularizó las ideas que  Salovey y Mayer habían expuesto desde 1990.

Según Dueñas (2002), Salovey y Mayer plantearon que la IE consistía en la capacidad del individuo para supervisar tanto sus sentimientos y emociones, como las de los demás, lo que le permite discriminar y utilizar esta información para orientar su pensamiento y su acción.

Como se aprecia, esta postura vino a cuestionar las formas de enseñanza que habían prevalecido hasta finales del siglo XX que se caracterizaron porque la educación operaba bajo modelos rígidos en los que se privilegiaban los aspectos intelectuales y académicos, es decir, lo primordial era la adquisición y acumulación de conocimientos; considerando que los aspectos emocionales se ubicaban en el plano privado o personal de los individuos y se pensaba que la subjetividad (emociones sentimientos) tenía poco o nada que ver con los procesos de enseñanza-aprendizaje. Estas ideas promovieron la lucha por combatir el carácter “anti-emocional” de este modelo de escuela, en donde, según Casassus (2006) se suprimieron las emociones de manera formal con el fin de controlar el tiempo, la mente, el cuerpo y sobre todo las emociones tanto de los educandos, como de los profesores, argumentando que entre la razón y la emoción existía un universo distante.

A partir de esto, la escuela anti-emocional se fue desarrollando poco a poco y planteó la diferencia entre el pensamiento racional y el emocional, caracterizando al primero como “objetivo”  y asignando al segundo un carácter “subjetivo” o irracional, esta diferencia responde básicamente  a la tradición histórica que liga al pensamiento racional con la lógica y las matemáticas, pensamiento que fue heredado al mundo occidental por la cultura griega, en donde las ideas aristotélicas se definían como correctas. Por el contario, se ha considerado que el pensamiento y la conducta emocional implica una conducta desordenada, lo cual es erróneo porque se ha demostrado que tal conducta consiste en un sistema organizado que tiende a una meta, entonces, cada emoción conscientemente asumida es una respuesta articulada que emiten las personas ante determinados estímulos.

Esta diferenciación entre el pensamiento objetivo y subjetivo, también se encuentra fundamentada y demostrada por la neurofisiología del cerebro, las emociones se ubican en el hemisferio cerebral derecho y  el pensamiento racional se ubica en el hemisferio cerebral izquierdo. Sin embargo, se ha comprobado que no hay un divorcio entre emociones y pensamiento racional, por el contrario, las emociones toman en cuenta una evaluación de las implicaciones que un determinado evento tiene para el organismo, esto le permite llevar a cabo una valoración de la situación en la que entran en juego las diferencias individuales, que pueden estar sujetas a un procesamiento controlado o voluntario de la información (Pérez& Redondo, 2006). Este proceso orienta la toma de decisiones a partir del chequeo de atribución causa-efecto, discrepancia entre lo ocurrido y lo esperado, la facilitación de metas, la urgencia de responder ante el evento que está siendo valorado (Jiménez y Mallo, 2009, citados por García, 2011). Cabe aclarar que intervienen  en todos estos aspectos la memoria, la motivación y el razonamiento, lo que revela que la toma de decisiones está más influenciada por las emociones que por el pensamiento racional.

Tomando en cuenta lo anterior, podemos decir que las personas dan una significación a un evento por medio de sus emociones, es decir, la emoción es un recurso a través del cual el individuo procura expresar el significado que le da a un estímulo aceptado, lo que indica que las emociones remiten a lo que significan, y en su caso incluyen el significado que se le da a la totalidad de las relaciones de la realidad humana, a las relaciones con las demás personas y con el mundo. Con esta afirmación, García (2011) nos deja  claro el importante papel que juegan las emociones en la toma de conciencia del ser humano, que abarca sus distintas dimensiones psicosociales, de ahí que, la conducta racional y la conducta emocional no deben ser vistas como contrarias sino como complementarias, ya que constituyen dos elementos que integran la personalidad.

Lo anterior, facilita  entender  que los procesos que se llevan a cabo en las esferas cognitiva y emotiva se afectan recíprocamente, por tanto, la persona que se educa debe ser considerada como una mezcla de razón y emoción, es por ello que la necesidad o interés que presenta una persona para adquirir ciertos conocimientos, es influenciada directamente por las emociones y sentimientos, quedando de manifiesto que todo lo que hacemos, pensamos, imaginamos o recordamos, es posible debido a que las partes racional y emocional del cerebro trabajan conjuntamente y que interdependen una de la otra (Martínez, 2009)

Precisamente, esta relación razón-emoción, es lo que posibilita la capacidad de adaptación de las personas, cuya manifestación se aprecia a partir de las respuestas y soluciones que dan a los problemas que se les presentan (Fernández-Berrocal & Ruíz, 2008, citados por García, 2011)

En síntesis, con las propuestas de Salovey y Mayer (1990), Gardner (1995) y Goleman (1996) se constituye lo que se conoce como inteligencia emocional (IE), la cual resulta de la mezcla de la inteligencia interpersonal con la intrapersonal. De aquí la importancia de incorporarla en los ámbitos educativos, con el fin de implementar un modelo de enseñanza-aprendizaje holístico capaz de integrar la educación emocional y la educación académica como partes inherentes del mismo.

La necesidad de incorporar la IE, en el ámbito educativo, es retomada por Dueñas (2002) quien argumenta que con el uso de las Tecnologías de Ia Comunicación y la Información (TIC) se están afectando los órdenes y niveles de vida de las personas, incluyendo los aspectos cognitivos y emocionales, dichas afectaciones  se expresan a partir de ansiedad, depresión, violencia, trastornos alimenticios, entre otras cosas, lo cual  evidencia la existencia de un analfabetismo emocional cuyos efectos en las personas y la sociedad son muy negativos (Goleman, 1996)

Si a lo anterior le agregamos que la sociedad contemporánea se caracteriza porque las personas están más centradas en el tener que en el ser, es decir, la felicidad, se mide por lo que se tiene y no por la plenitud con que se vive, entonces se hace imprescindible la educación emocional, ya que la posesión de bienes no garantiza ni la satisfacción ni la felicidad. (Fernández-Berrocal & Ruíz, 2008)

II Impacto emocional

La emocionalidad en el proceso enseñanza aprendizaje

Ya quedó indicado líneas arriba que el aprendizaje conlleva aspectos cognitivos y emocionales, sin embargo, en necesario precisar que la expresión del aprendizaje se da gracias a la existencia de conocimientos previos, el nivel, la cantidad y calidad de la acumulación de estos, entonces, el aprendizaje es el resultado de la interacción social por medio de esfuerzos cooperativos dirigidos hacia metas compartidas, (Salomón, 2006, citado por García (2011).

Esta idea, influyó  de manera importante para desarrollar nuevos modelos pedagógicos en el siglo XX, pero resultó insuficiente para explicar las dificultades del aprendizaje en una época en donde las TIC están presentes. La insuficiencia de esta concepción, radica precisamente en no haber tomado en cuenta que las actividades mentales y la interacción social están mediadas por las emociones y los sentimientos que posean y desarrollen los individuos alrededor de tales aspectos.

Con respecto a los procesos que entran en juego en el aprendizaje, (Bruner 1960), señalo que son tres, y que casi son simultáneos: adquisición (información nueva), transformación (ajuste del conocimiento para las nuevas tareas) y evaluación (para comprobar si la manera en que se manipulo el conocimiento fue correcta) Además de esto, Bruner agrega la predisposición hacia el aprendizaje, es aquí justamente donde está presente el carácter emocional con que se asume el aprendizaje en sí mismo.

En palabras de Bisquerra ( 2005) la adquisición, transformación y evaluación, implican una acumulación de experiencias que son interpretadas y comprendidas, las cuales están inseparablemente unidas a lo que las personas son y sienten.

Por su parte, García (2011) señala que la teoría social, (Bruner, 1960 ; Salomón, 2001; Vigotsky, 2005) concibe que el proceso de aprendizaje  incluye los siguientes pasos o etapas:

Como se aprecia una vez más, García señala que falto incluir en los puntos señalados arriba, que el aprendizaje es un constructo individual y social que está implicado por las apreciaciones y valores que, individual y socialmente se les atribuyen a las emociones en razón de ser estas un producto de la cultura y del contexto social, lo cual determina y regula que emociones  son las apropiadas o aceptadas en razón de la interacción entre el sujeto y el ambiente (Bisquerra, 2011)

En este sentido, (Cassasus, 2006) señala que no hay  aprendizajes fuera del espacio emocional, al punto que las emociones son determinantes para facilitar u obstaculizar los aprendizajes, que a su vez están determinados por las necesidades y/o intereses del sujeto, en razón de su interacción con el entorno.

Lo anterior, nos  permite afirmar que el aprendizaje es producto cultural de dos posturas que interactúan de forma dinámica: por un lado, la racional, unida a la cognición y, por el otro lado, la emocional, ligada a los sentimientos, de tal manera que resulta difícil e improcedente separar lo que corresponde a una u otra postura.

Esta concepción  queda reforzada por Fernández-Berrocal & Ruíz, (2008)  cuando sostienen que el pensar en cómo resolver un problema, y lograrlo, produce sensaciones, emociones y sentimientos positivos (como parte de la realización de la persona), y sucede todo lo contrario, en caso de fracasar, por ello, se puede decir que la capacidad para atender y entender las emociones, experimentar de manera clara los sentimientos  y para comprender los diferentes estados de ánimo, son aspectos que inciden de manera importante en la salud mental del individuo y que afectan su equilibrio psicológico y consecuentemente, su desempeño académico.

Esquemáticamente, el proceso de aprendizaje quedaría de la  siguiente manera:

Esquema 1

El proceso de aprendizaje

El docente y el manejo de las emociones

En los procesos de enseñanza-aprendizaje no podemos decir que al profesor le compete solamente enseñar y a los alumnos solamente aprender, hay momentos en que el profesor aprende y el alumno enseña, es decir el proceso, no es lineal, sino circular, sin embargo, el docente tiene la responsabilidad de que los programas de estudio sean aplicados  y para ello planea, ejecuta y evalúa las actividades contenidas en dichos programas, en donde – cómo ya quedó señalado en el apartado anterior- tanto el profesor como los alumnos, se presentan al aula con su subjetividad, con esa carga emotiva que cada uno posee (emociones, sentimientos, actitudes, valores) y con la que interactúan con los demás.

A pesar de que el actual modelo educativo se centra en el estudiante, el profesor posee un estilo de liderazgo que proyecta en sus grupos y es frecuente que sus alumnos tiendan a imitarlo, incluyendo los comportamientos producto de sus emociones, ya sea ante el dominio de conocimiento o ante sus comportamientos o actitudes que asumen frente a la vida (Martínez-Otero, 2006)

Es innegable que los alumnos también poseen una imagen de sí mismos que está ligada a sus emociones y sentimientos, la cual retoma  casi siempre la imagen generada por el docente, sin embargo, los alumnos, al participar en el proceso educativo, tienden a reforzar o modificar su propia imagen como producto de la interacción social, la cual incide directamente con el autoconcepto que se construye, el cual a su vez puede ser potenciado o disminuido por la institución y por los profesores que participan en ella;  entonces, las emociones y/o sentimientos de los alumnos dependen en gran medida del trato que reciban de sus profesores, el cual tiene que ver directamente con el autoconcepto que los profesores y profesoras tengan de sí mismos, ya que esto es proyectado directamente a los alumnos a partir de las interacciones motivadas por el trabajo que realizan en el proceso educativo, en donde a decir del mismo autor, los éxitos o fracasos de ambos tienen un poder de transferencia más allá del ámbito educativo, de manera tal que un potencial comportamiento fuera del entorno escolar se ve influido por lo vivido en este.

Con base en lo anterior, podemos decir que el papel que juega el docente en el manejo de las emociones resulta esencial, ya que le compete identificar, comprender y regular las emociones con el fin de propiciar relaciones interpersonales positivas  y constructivas que posibiliten un rendimiento académico exitoso, así como la preservación de la salud mental y emocional de sus alumnos (Cabello, Ruíz y Fernández, 2010, citados por García, 2011).

Además, Cassasus (2006) sostiene que cuando el profesorado inspira confianza y seguridad, e instruye con dominio y confianza, es posible que los estudiantes asuman una actitud más empática hacia el docente y hacia la materia que éste imparte. También es importante que el profesor esté convencido de lo que hace, porque esto representa un recurso para ganar la cooperación y actitud positiva  de los alumnos, es decir, debe ganar de manera simultánea la razón y el corazón de estos, de lo contrario sus esfuerzos porque los alumnos aprendan pueden estar en riesgo.

La manera en que se desarrollen las clases depende directamente del estilo de enseñanza que el profesor implemente y del estilo de aprendizaje que los alumnos posean, por ello, el profesor debe tener la capacidad de identificarlos y poder gestionar las condiciones que posibiliten la organización de las situaciones del aprendizaje, que dependen de cuatro factores ligados a los estudiantes: su motivación, sus capacidades cognitivas, sus estilos de aprendizaje y los objetivos curriculares (Therer, 1998)

Si los docentes logran empatar sus estilos de enseñar con los estilos de aprender de sus estudiantes, tomando en cuenta las emociones de ambos, es probable que el rendimiento académico de los estudiantes sea mayor, generándose emociones positivas que a su vez propiciarán un mayor aprendizaje, lo cual contribuirá a la generación de un círculo virtuoso entre aprendizaje y emociones.

En caso contrario, cuando los profesores ignoran los estilos de aprendizaje y las emociones y sentimientos de sus alumnos, el resultado es tan perjudicial como no dominar la disciplina que enseñan, o no contar con las estrategias didácticas que motiven a los estudiantes, generándose ambientes en los que están presentes la apatía, el desinterés, sensaciones de ansiedad y tensión, así como  la reducción de la efectividad de la planeación didáctica y de las estrategias metodológicas. En síntesis, el éxito o fracaso de los estudiantes está asociado con la concordancia/discrepancia entre los estilos de aprender/enseñar, que se dan entre los estudiantes y los docentes, así como en la comprensión de las emociones  y los sentimientos de ambos y cómo estos afectan directamente al proceso cognitivo, de ahí que un profesor emocionalmente inteligente y un  clima favorable en el aula, son factores esenciales para el aprendizaje (Campos, 2010)

La supervisión de la psicoafectividad docente

Hablar de la psicoafectividad del docente, nos remite al terreno de las emociones y sentimientos de éste, así como a sus valores y actitudes frente a la labor que desempeña, aspectos a los que no se les ha dado la debida atención ni por parte de los mismos docentes ni de las autoridades de los centros escolares, esto se debe en gran medida a que los modelos educativos en antaño se han centrado principalmente  en los conocimientos o contenidos de los programas, y en la evaluación de los productos obtenidos y no en la evaluación del proceso educativo.

El sistema educativo mexicano no integra de manera formal la subjetividad del docente en los procesos de evaluación que lleva a cabo, evalúa el desempeño de los docentes en cuanto al manejo de su disciplina y en cuanto al cumplimiento de las obligaciones adquiridas con la institución a partir de la relación contractual que establece con esta, sin embargo, el docente –como todos los seres humanos- posee una subjetividad que a menudo se ve trastocada debido a las condiciones laborales bajo las cuales se desempeña y a los procesos educativos en los que se ve inmerso, en donde interacciona con sus alumnos, con las autoridades y con los padres de familia.

Si bien es cierto que en las escuelas mexicanas no se cuenta con estrategias y mecanismos para supervisar la psicoafectividad docente, si existen materiales, elementos y herramientas que nos proporciona la psicoterapia y la psicología social comunitaria que se pueden retomar y adaptar para llevar a cabo la supervisión.

En primer lugar, tenemos que entender a la supervisión como un proceso, en donde se lleva a cabo una co-visión, es decir, mirar con otro la tarea, en un camino que se recorre al andar. (Fernández, 2007; citado por Usher, 2008), define a la supervisión como la posibilidad de aprender, escuchar, analizar, fortalecer una red de sostén intersubjetiva que nos permita saber hacer, desde el respeto a las diferencias, atravesados por incertidumbres y falta de certezas.

La supervisión está sostenida por una ética del cuidado en dos sentidos, se cuida al paciente, grupo, institución o comunidad con la que se trabaja y se cuida al psicólogo que opera en esos ámbitos. En el ámbito educativo, dicho cuidado también estaría dado en dos sentidos: por un lado, se cuida a los alumnos, a las autoridades, al centro escolar y por el otro, se cuida a los profesores.

Desde la mirada de la psicoterapia, Loubat (2005) propone que el proceso de supervisión se debe realizar bajo el siguiente marco:

Loubat (2005) hace hincapié en que se deben supervisar los siguientes aspectos esenciales:

Nuevamente, aquí vemos que el docente al analizar su práctica educativa se involucra en dos planos, con el supervisor y con sus alumnos, por ello, debe identificar y entender lo que a él le provoca trabajar con cierto tipo de alumnos o en cierto tipo de ambientes, debe autocuidarse en el terreno emocional para tener una práctica educativa exitosa.

En síntesis, la supervisión de la psicoafectividad docente se tendría que realizar en los diferentes momentos clave del proceso educativo, es decir, en la etapa de planeación, en la de ejecución del programa y en la de evaluación del propio proceso y de los  resultados obtenidos; cada etapa tiene sus particularidades y para que dicha supervisión tenga éxito, debe cumplir con ciertas características que permitan recuperar y utilizar los resultados para fortalecer el desarrollo y crecimiento personal de los involucrados (profesores, supervisor y alumnos) y para reorientar los programas y/o actividades.

Se trata pues de que con la supervisión los profesores puedan emanciparse de las ataduras que están presentes en su práctica educativa cotidiana que les impiden disfrutar de las actividades que realizan y de los logros que obtienen en el día a día y que en muchas ocasiones no alcanzan a ver debido a que están tensos o a que experimentan enojo ante sus grupos o bien, se muestran indiferentes  o apáticos.

La figura esencial en este proceso, es la del supervisor, debe ser una persona preparada al menos en dos aspectos: en la disciplina y en el manejo de las emociones y sentimientos, debe ser capaz de establecer un buen raport con los profesores y debe poseer una actitud positiva y de acompañamiento, debe tener muy claro cómo se lleva a cabo la intervención educativa, que técnicas y estrategias didácticas pueden ser empleadas para propiciar buenos ambientes de aprendizaje, además debe ser capaz de motivar a los profesores para que estén dispuestos a autoobervarse y para que soliciten apoyo emocional cuando lo necesiten.

Con base en lo anterior, podemos decir que la supervisión no es un proceso lineal, al igual que el proceso educativo, es circular, está presente la involución y la devolución a manera de una espiral dialéctica que permita la generación de un proceso enriquecido a partir de la superación de las dificultades, mismas que se convertirán en el inicio de un nuevo ciclo de supervisión; si nos damos cuenta, aquí está presente la metodología de la investigación-acción, entonces este es un aspecto más que el supervisor tiene que conocer y dominar.

Otra alternativa para llevar a cabo la supervisión, es de forma horizontal, es decir, entre pares o bien introduciendo un experto que guie el proceso, que en este caso, podría ser el supervisor, aquí se retomaría la metodología de los grupos Balint.

Conclusión

Las emociones están presentes durante todo el proceso educativo, forman parte de la subjetividad de todo ser humano, no nos podemos desprender de ellas, excepto las personas que padecen alexitimia que consiste en no poder expresar lo que sienten, es decir, si tienen sentimientos y emociones, pero no lo pueden expresar a los demás.

Cuando planeamos, ejecutamos nuestro programa y evaluamos los resultados y el proceso de enseñanza-aprendizaje, nuestras emociones nos acompañan todo el tiempo, ellas pueden facilitar o entorpecer el proceso educativo.

La educación emocional es elemental para profesores, alumnos, autoridades, padres de familia y todas las personas porque nos ayuda a identificar y regular nuestras emociones, esto contribuye a la adaptación y a la interacción saludable con los demás y con nuestro entorno.

Se tiene que trabajar para desarrollar una metodología para la supervisión de la psicoafectividad docente, este proceso es necesario porque ayudaría a identificar en que momento el docente necesita supervisar su psicoafectividad, lo cual lo llevará ineludiblemente al análisis de su práctica docente, a cuestionarse si lo que está haciendo es lo correcto, y a que identifiquen hilos conductores que los lleven a encontrar que les ha hecho falta para su ejercicio profesional y para sentirse dichosos y felices de ser docentes

Referencias

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