Nota publi­ca­da en Repor­te Índigo

La argen­ti­na Nai­ra Cofre­ces, de 17 años, jamás ima­gi­nó que caer­le mal a sus com­pa­ñe­ras le iba a cos­tar la vida.

La joven de Junín, de la pro­vin­cia de Bue­nos Aires, murió la sema­na pasa­da debi­do a los gol­pes que reci­bió en la cabe­za de par­te de dos com­pa­ñe­ras de su escue­la, de 17 y 22 años, y de una ter­ce­ra ata­can­te de 29 años.

Las chi­cas, que reci­bie­ron car­gos de “homi­ci­dio doble­men­te agra­va­do”, la gol­pea­ron por­que ella y sus ami­gas se hacían “las lindas”.

Esto ya no es un caso ais­la­do, pues en Lima, Perú, un niño de 12 años murió hace un mes por una bru­tal gol­pi­za de otros alum­nos de primaria. 

En Espa­ña, una peque­ña de 13 años se sui­ci­dó en Pal­ma de Mallor­ca por no sopor­tar el aco­so escolar.

Datos pro­por­cio­na­dos por el Obser­va­to­rio sobre la Vio­len­cia y Con­vi­ven­cia en la Escue­la reve­lan que 58 por cien­to de los lati­no­ame­ri­ca­nos admi­ten haber sufri­do bull­ying algu­na vez y 46 por cien­to de las víc­ti­mas reco­no­cen que no denunciaron.

El 73 por cien­to de los estu­dian­tes afir­ma pre­sen­ciar actos de vio­len­cia, pero el 36 por cien­to con­fie­sa que no defien­de a sus compañeros.

Espe­cia­lis­tas expre­san a Repor­te Indi­go que las leyes con­tra el bull­ying de paí­ses como Méxi­co, Argen­ti­na, Chi­le, Colom­bia y Perú han resul­ta­do inefi­ca­ces por­que fal­ta com­pro­mi­so de los padres de fami­lia y maestros.

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Leyes cos­mé­ti­cas

“La Ley por si mis­ma nun­ca ha resuel­to nada y pue­de con­ver­tir­se en letra muer­ta si se toma cos­mé­ti­ca­men­te”, afir­ma Julio César Caroz­zo, pre­si­den­te del Obser­va­to­rio sobre la Vio­len­cia y Con­vi­ven­cia en la Escuela.

“La Ley es un res­pal­do for­mal para muchas cosas que se nece­si­tan hacer, empe­zan­do por el cam­bio de acti­tu­des y de visión en los docen­tes, direc­ti­vos, padres de fami­lia y estudiantes”.

El psi­có­lo­go expli­ca que el bull­ying no cons­ti­tu­ye un deli­to en sí y que el ámbi­to judi­cial debe ser la últi­ma ins­tan­cia para resol­ver un caso.

“Lo que pasa peli­gro­sa­men­te es que muchos casos que debe­rían resol­ver­se den­tro de los recur­sos edu­ca­ti­vos exis­ten­tes, son lle­va­dos al ámbi­to judi­cial en bus­ca de san­cio­nar al o los res­pon­sa­bles”, apunta.

Caroz­zo mani­fies­ta que las auto­ri­da­des edu­ca­ti­vas deben ganar la con­fian­za de las víc­ti­mas para que estas apren­dan a denun­ciar y a defenderse. 

“Pero no es la idea de defen­der­se emplean­do igual o más vio­len­cia”, sub­ra­ya, “saber defen­der los dere­chos en for­ma aser­ti­va, apren­dien­do a nego­ciar en la solu­ción de los natu­ra­les con­flic­tos que exis­ten entre los esco­la­res en for­ma pacífica.

“No dejar de denun­ciar al agre­sor y hacer­le saber que no per­mi­ti­rá sus actos de mato­na­je o apren­der habi­li­da­des socia­les para mejo­rar sus rela­cio­nes interpersonales”. 

No es una moda

Aun­que siem­pre ha exis­ti­do, Mar­co Eduar­do Murue­ta, pre­si­den­te de la Aso­cia­ción Lati­no­ame­ri­ca­na para la For­ma­ción y la Ense­ñan­za de la Psi­co­lo­gía (Alefp­si), nie­ga que el bull­ying se haya vuel­to una moda, como con­si­de­ran algu­nos adultos.

“Siem­pre ha exis­ti­do el bull­ying, pero no en las pro­por­cio­nes de la actua­li­dad”, asegura.

“Hay un cre­ci­mien­to de este fenó­meno des­me­su­ra­da­men­te por muchas pro­ble­má­ti­cas socia­les des­de la infan­cia y pues hay casos de sui­ci­dios a nivel bachi­lle­ra­to, nivel secun­da­ria, de jóve­nes, por el efec­to del bullying”.

Los fac­to­res que pro­pi­cian el aco­so esco­lar, pre­ci­sa el psi­có­lo­go, son la fal­ta de com­pro­mi­so de los docen­tes y la vio­len­cia en video­jue­gos y medios de comunicación.

“(Pero) la cau­sa más impor­tan­te es el dete­rio­ro de la vida emo­cio­nal fami­liar”, deta­lla, “debi­do a que los dos padres están tra­ba­jan­do muchas horas, con mucho des­gas­te, muy ensi­mis­ma­dos en pre­sio­nes económicas.

“Y hay un cier­to aban­dono de la crian­za de los niños, de los ado­les­cen­tes, aun cuan­do se les otor­guen los ele­men­tos físi­cos, como la comi­da y la ropa, pero no hay la cer­ca­nía emo­cio­nal para dar­le un sen­ti­do a la vida de los niños”.

Murue­ta opi­na que debe­ría haber un cam­bio de mode­lo edu­ca­ti­vo, ade­más de una escue­la de padres que los ense­ñe a mejo­rar la vida familiar.

“Quie­ren robots que ten­gan capa­ci­da­des para ‘hacer’, pero se olvi­dan de la for­ma­ción de la sen­si­bi­li­dad social, de la par­ti­ci­pa­ción de los niños en la vida comu­ni­ta­ria, del núcleo familiar”.