Resumen
En la construcción de un proceso que permita mejorar la calidad de la educación, el docente se convierte en un protagonista esencial debido a la participación que refiere en la organización de la institución y en la construcción del proceso de enseñanza y aprendizaje. Adicionalmente, la práctica docente repercute en las oportunidades que se generan ante las problemáticas identificadas en el salón de clases y en el contexto escolar, por lo que se requiere desarrollar estrategias que permitan fortalecer esta práctica.
En función del escenario referido, la evaluación se concibe como un marco efectivo que se centra en el desarrollo y el aprendizaje, lo cual representa una estrategia de mejora no sólo para los educandos sino también para el profesor. A partir de la importancia que se reconoce en la práctica cotidiana y la implicación que se demanda del docente en el proceso de enseñanza y aprendizaje, se propone un proceso de mejora basado en la posibilidad de que el profesor evalúe su propio desempeño. En este sentido, se presenta el análisis de la autoevaluación como un marco de referencia que permite asumir desde la reflexión docente, una corresponsabilidad en el resultado del aprendizaje de los estudiantes y una participación activa ante la oportunidad de mejorar la enseñanza y contribuir a la construcción de la calidad educativa. La premisa central considera que el docente es el protagonista y gestor de un proceso pertinente de evaluación para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje desde su propia práctica.
Con la finalidad de reconocer a la autoevaluación desde las posturas teóricas, se muestran las características, ventajas e implicaciones que conlleva el asumir a la autoevaluación docente como un modelo pertinente ante la evaluación del desempeño, teniendo presentes la complejidad de esta profesión y el desafío que se enfrenta al establecer los indicadores y parámetros que podrían caracterizar desde el exterior a una práctica efectiva.
Palabras clave: docente, autoevaluación, práctica docente
Introducción
En atención a los resultados del aprendizaje, la educación se asume como una de las grandes deudas sociales imperantes en cada país. El sector educativo se identifica como el ámbito que podría brindar respuestas a las necesidades que enfrenta una comunidad y generar con ello una mejor calidad de vida; para alcanzar estas condiciones se requiere que los niños aprendan en la escuela (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2013). Ante este escenario, la evaluación puede concebirse como un marco efectivo para centrarse en lo realmente importante: el desarrollo y el aprendizaje de los estudiantes.
En el presente se expone la oportunidad de mejorar el aprendizaje a través de la inclusión de la evaluación formativa en el contexto escolar. A partir de las conceptualizaciones de este proceso, se rescata la participación de los actores educativos y especialmente la del docente, para construir su propio proceso de mejora en torno a la evaluación de su desempeño.
En función de los diferentes modelos empleados en la evaluación docente, el objetivo del presente es analizar a la autoevaluación como un marco de referencia para asumir desde la reflexión, una corresponsabilidad en el resultado del aprendizaje de los estudiantes y una participación activa ante la oportunidad de mejorar la enseñanza. En este sentido, la premisa central considera que el docente es el protagonista y gestor de un proceso pertinente de evaluación para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Por último y en atención al objetivo planteado, se muestran las características, ventajas e implicaciones que conlleva el asumir a la autoevaluación docente como un modelo pertinente ante la evaluación del desempeño, teniendo presentes la complejidad de esta profesión y el desafío que se enfrenta al establecer los indicadores y parámetros que podrían caracterizar una práctica efectiva.
El docente como gestor de su propia evaluación
Ante la demanda de fortalecer los resultados de la educación, se inserta en este ámbito la evaluación como un proceso que permitirá identificar las directrices para mejorar el aprendizaje; sin embargo, debido a la complejidad de establecer un sistema de evaluación pertinente, se expone la oportunidad que denota la autoevaluación para que sea el docente quien gestione este proceso desde su práctica.
La evaluación es definida según Jiménez citado por House (2001) como un proceso ordenado, continuo y sistemático que permite la obtención de información cuantitativa o cualitativa a través de diversas técnicas o instrumentos, responde a determinadas exigencias y es comparada con ciertos criterios establecidos para emitir juicios de valor fundamentados que facilitan la toma de decisiones en función del objeto evaluado.
Implementar un sistema de evaluación implica contar con una estrategia participativa que incluya un proceso de sensibilización y un periodo de prueba del sistema, en el que puedan participar todos los involucrados, tanto en lo individual como en colectivos (García citado por Elizalde y Reyes, 2008), para llegar a ser conscientes de la trascendencia que tienen las decisiones derivadas de este proceso.
De acuerdo con Popham (2013), la evaluación formativa es un proceso planificado en el que la evidencia del desempeño del alumno, obtenida a través de la evaluación, es utilizada tanto por los profesores para ajustar sus procedimientos de enseñanza, como por los alumnos para ajustar sus técnicas de aprendizaje.
Actualmente, la responsabilidad social de la educación implica una evaluación formativa contraria a un proceso utilizado para sancionar o reprobar. Esta transformación ha generado la necesidad de un sistema más complejo en el que el resultado numérico se sustituye por procedimientos elaborados y continuos para valorar cualitativamente el desarrollo del aprendizaje en el evaluado. Con base en lo anterior, se reconoce la necesidad de replantear la función que se atribuye a la evaluación, brindando atención al seguimiento que debe generarse en este proceso para obtener información fundamentada antes de tomar decisiones.
En este sentido, la concepción de una evaluación formativa (Shepard, 2006) que es aplicada al proceso de aprendizaje de los alumnos, también es implementada hacia el desempeño del docente con la finalidad de brindarle información para la reflexión de su práctica, tendiendo a la autorregulación y autoevaluación, para en consecuencia, pensar en sus propias limitaciones, valorar sus fortalezas y trabajar sobre los obstáculos y riesgos que pudiera reconocer.
A este respecto, la evaluación formativa se convierte en una oportunidad para valorar y fortalecer la función docente en relación a la demanda de nuevas competencias y al desarrollo profesional y pertinente que se espera del profesor, para considerarse un aprendiz activo capaz de ejercer su liderazgo en los procesos educativos y procurar el seguimiento a las acciones de mejora e innovaciones que permitan generar un cambio situado en la práctica docente cotidiana (Eirín, García y Montero, 2009). En torno a las condiciones actuales, el docente requiere además del conocimiento y manejo del contenido que va a impartir, un fundamento pedagógico y didáctico de su práctica, tener la habilidad para comunicarse con las familias, conocer a los educandos, al contexto administrativo, social y cultural así como mostrar la disposición para colaborar con otros (Martínez, 2004).
Cuando el personal docente adquiere las habilidades mencionadas, se reduce el profundo y tal vez creciente desajuste entre las competencias que se exigen en los educandos y las competencias de quien los instruye, atendiendo así al principal obstáculo de una educación de calidad. A partir de este perfil, el docente puede desarrollar nuevas propuestas, estrategias y conocimientos para mejorar su desempeño y el de las personas que le rodean, construyendo una educación comprensiva y globalizadora que supere el límite profesional y organizacional de los docentes.
En este sentido, una evaluación comprensiva y globalizadora como la refiere Sacristán (1993), requiere una nueva ideología en el sistema educativo y en el docente, donde la comunicación fluida y sin conflictos construya un conocimiento pertinente entre los actores educativos y permita armonizar el espacio de aprendizaje - enseñanza con los momentos destinados a evaluar.
Con base en lo expuesto, los profesores del nuevo milenio necesitan replantear los constructos que poseen sobre la evaluación con la finalidad de desarrollar las habilidades que les permitan adaptar de forma permanente su práctica en el aula en función de su propio desempeño, las condiciones del entorno y las necesidades futuras del ser humano. Aprender a compartir, colaborar y promover la construcción de un aprendizaje auténtico y permanente implica el compromiso y la responsabilidad de mirar a la educación como un sistema capaz no sólo de adaptarse a las condiciones dinámicas del mundo sino también de dirigir desde la escuela el cambio hacia una nueva ideología y cultura. De esta manera, el aprendizaje se desarrolla en el docente antes de pretender su construcción en el aprendiz.
Comprender los retos que se enfrentan como docente durante el proceso de enseñanza, puede representar el punto de partida para asumir a la evaluación del desempeño docente como la oportunidad para fortalecer el trabajo cotidiano en el que lejos de estar aislado, la comunicación, confianza, compromiso y colaboración con un equipo de trabajo puede exigir a cada persona mejorar el desempeño individual para posteriormente alcanzar metas comunes en un colectivo, construyendo así la transformación permanente de la enseñanza.
Desde la perspectiva docente, la evaluación de su desempeño puede ser interpretada en función del lugar y momento en el que se lleva a cabo e incluso puede cambiar de una persona a otra por la concepción individual que se construye desde la práctica y la experiencia. Sin embargo, la validez y confiabilidad como parámetros presentes en una evaluación formativa, pueden orientar el diseño e implantación de este proceso para apoyar la toma de decisiones pertinentes y contribuir a una función propositiva en torno al objeto de evaluación desde una perspectiva crítica.
Una evaluación formativa siempre debe tender a convertirse en autoevaluación (Elola citado por House, 2001), debido a que debe enseñar a evaluar las propias acciones, trabajos e ideas. Ante ello, ser evaluado implica comprender los propios procesos de aprendizaje y pensamiento así como generar y utilizar estrategias para mejorarlo. En congruencia con lo anterior, es deseable que la evaluación aporte capacidad para identificar fortalezas y debilidades, permitiendo mejorar y comprometerse con la mejora del aprendizaje. Ante ello, resulta necesaria la participación del profesorado no sólo como sujetos de la evaluación, sino como colaboradores activos del diseño, puesta en marcha y revisión del proceso.
La autoevaluación constituye un proceso en el que se interiorizan criterios de corrección, permitiendo ajustar cada vez más el desempeño a lo esperado, a través de este proceso se desarrolla el hábito de la reflexión y la identificación de los propios errores, lo cual tiende a formar personas con capacidad para aprender de forma autónoma (Valero y Díaz, 2005).
Esta metodología tiene tres variantes: informe libre, cuestionarios y listas de cotejo (Elizalde y Reyes, 2008). El informe libre es la estrategia más utilizada en autoevaluación docente. Para llevarla a cabo se establecen los puntos centrales que delimitarán la autoevaluación del profesor: filosofía sobre su quehacer educativo, actividades desarrolladas, metas alcanzadas, dificultades en el aula, investigaciones realizadas, etc., puede incluirse el uso de plantillas preestablecidas, con el fin de acotar las áreas del ejercicio docente que serán valoradas. En el desarrollo de este proceso, se enfrenta la complejidad de valorar procesos y no sólo conocimientos, ante ello es necesario explicitar los atributos que deben tener las soluciones correctas, de manera que la evaluación consista en identificar los atributos propuestos en los procesos a evaluar.
Respecto a los resultados, la autoevaluación se convierte en un material de uso propio, ya que no es necesario compartirlo con alguien más debido a que el análsis de los resultados sólo servirán para la mejora de quien realiza el proceso de evaluación, derivado de ello, se demandan las condiciones de ética y responsabilidad que deben estar presentes en el evaluador. A partir de los informes de autoevaluación que se generan, se observa el proceso de mejora en la práctica del docente. En este tipo de evaluación, el resultado no se plasma en un criterio de aprobación o no, sino en la detección de errores para coregirlos y mejorar en este sentido, la práctica docente.
Desde la perspectiva de la autoevaluación, pierde relevancia la comparación ente sujetos, ya que lo que prevalece es la comparación del sujeto con los estándares de desempeño o criterios establecidos en apego a la función y contexto educativo en el que actúa el docente.
La autoevaluación del docente se enriquece en la medida en la que considera a los resultados del aprendizaje en los estudiantes como parte del resultado de su práctica, en este escenario la reflexión y corresponsabilidad con el proceso de enseñanza aprendizaje le permtirán incidir en la educación a partir de su actuación y desempeño como profesor.
De acuerdo con Elizalde y Reyes (2008), la autoevaluación generalmente es poco utilizada y para evitar sesgos en los resultados, sólo es considerada como complemento de otros modelos de evaluación. A pesar de ello, se reconocen ventajas relevantes bajo la premisa de que los docentes son los mejores jueces de su desempeño y ante la posibilidad de obtener información difícilmente observable a través de cualquiera de los otros modelos. Por otro lado, se refieren algunas limitaciones al requerir una cultura de evaluación por parte de los docentes (madurez, responsabilidad), implicar una sensibilización con el fin de disminuir el sesgo en su uso y la recomendación de no utilizarse como único modelo de evaluación de la práctica docente.
Conclusiones
La docencia es una actividad profesional muy compleja que involucra aspectos técnicos, académicos, administrativos y políticos, los cuales pueden tener consecuencias sociales relevantes tanto para profesores como para alumnos, por lo que requiere ser conceptualizada y abordada a partir de un contexto específico.
La evaluación del desempeño docente está condicionada por diversos elementos, entre los cuales se incluye la filosofía y políticas de la institución, el nivel educativo, la formación docente, el número de grupos atendidos, el contexto y el tipo de alumnos que reciben la enseñanza. Por lo tanto, la dificultad de este proceso se asume como una problemática vigente en atención a su complejidad y a la polémica respecto a los perfiles, parámetros e indicadores más adecuados del desempeño docente, en atención a ello, el proceso ha sido abordado desde diferentes modelos de acercamiento e instrumentos, a través de metodologías cuantitativas, cualitativas y mixtas.
En atención a la importancia del tema, es preciso señalar que la evaluación dimensiona las problemáticas, no las resuelve; se encarga de descubrir áreas de oportunidad, mediaciones necesarias y directrices de políticas y programas para la innovación en el aula y en la escuela. Se convierte en un proceso complejo, compartido y confidencial que integra la credibilidad, la justicia, la equidad, el reconocimiento, la participación, la diversidad e incluso los riesgos que conlleva, bajo la convicción de que la enseñanza es lo más importante que debe ocurrir en la escuela porque de ella se deriva el aprendizaje.
Como docentes, una nueva cultura sobre la evaluación puede generar la oportunidad de tomar mejores decisiones para contribuir significativamente a un desarrollo integral como seres humanos y profesores, incidiendo en la vida de las personas a través del servicio educativo. A este respecto, la autoevaluación derivada de la reflexión, puede ayudarnos a superar nuestro límite profesional a partir de reconocernos, es decir, encontrarnos en nuestras carencias y debilidades pero sobre todo en nuestras posibilidades, para fortalecer la práctica dentro y fuera del aula como corresponsables en el aprendizaje de los educandos.
Si bien la autoevaluación no se convierte en un modelo que conseguiría por sí mismo llevar a cabo la evaluación del desempeño docente, este actor educativo podría asumir, desde la autoevaluación, la gestión de un proceso que apoyado en otros instrumentos y estrategias, contribuya a la construcción de un sistema educativo disponible, accesible, adaptable y aceptable a partir de la mejora de la enseñanza.
Referencias
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Elizalde, L. y Reyes, R. (2008). Elementos clave para la evaluación del desempeño de los docentes. Revista Electrónica de Investigación Educativa, Especial. Consultado el día de mes de año, en: http://redie.uabc.mx/NumEsp1/contenidoelizaldereyes.
House, E. R. y Howe K. R. (2001). Valores en evaluación e investigación social. España: Morata
Martínez, B. J. (2004). La formación del profesorado y el discurso de las competencias. Revista Interuniversitaria de formación del profesorado. 18 (3), 127 – 143
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Popham, W. J. (2013). Evaluación trans-formativa. El poder transformador de la evaluación formativa. España: Narcea
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Valero-García, M., & de Cerio, L. M. D. (2005). Autoevaluación y co-evaluación: estrategias para facilitar la evaluación continuada. In Actas del Simposio Nacional de Docencia en Informática, SINDI.