Resumen
La convivencia cotidiana de niños y/o de adolescentes en las aulas, transcurre la mayoría de las veces y la mayor parte del tiempo de manera cordial, afectiva y cooperativa; en la convivencia también ocurren diferencias, altercados y agresiones circunstanciales, cuestión que regularmente, alumnos y profesores resuelven al interior de las aulas. Sin embargo, cuando las agresiones son reiteradas, sobre una o varias personas, con la intención de dañar física o psicológicamente y se repiten en un lapso corto de tiempo, las agresiones se transforman en acoso. Cuestión que interfiere con la transmisión del conocimiento y crea un clima adverso para el aprendizaje y las relaciones interpersonales positivas. La violencia y el acoso en las escuelas, es el resultado de la acción sistémica, interdependiente, pero no determinista de factores: sociales (clima de violencia nacional y prevalencia de contenidos violentos en los medios), ambientales (instalaciones y mobiliario), familiares (patrones de crianza y disolución de las familias), escolares (grupos saturados y estrategias didácticas obsoletas) y personales (Torres, 2005 y Muñoz, 2009). Factores a considerar en su análisis, diagnostico e intervención.
Uno de los factores más relevantes a considerar en el origen de la violencia y los acosos en las aulas, son los “comportamientos disruptivos” (Olweus, 2008, Ferran, 2010 y Cerezo, Sánchez, Ruiz y Arense, 2015); comportamientos que interfieren en el desarrollo del trabajo académico, generadores de indisciplina, desmotivación, fracaso y frustración, en algunos alumnos; en otros casos pueden motivar un deterioro de las relaciones interpersonales con los docentes y con sus compañeros, situación que puede agravarse hasta llegar a la deserción escolar.
Palabras clave: acoso, bullying, agresión, ciber acoso, patrones de crianza, clima escolar.
Tradicionalmente la escuela, principalmente a través de sus profesores, ha sido la institución responsable de transmitir conocimientos y valores a los estudiantes, proceso que, potencialmente se inicia en el pre-escolar y culmina hasta el posgrado. Salvo algunas excepciones, regularmente los profesores han cumplido exitosamente este cometido; la mayoría de los alumnos se han formado con conocimientos y comportamientos acordes a las expectativas sociales y familiares, por su parte, la familia ha contribuido a la formación integral de los menores, transmitiéndoles valores y tradiciones a través de las convivencias cotidianas, corrigiendo, ampliando o re direccionando los comportamientos de sus hijos. Sin embargo, en las últimas décadas en la convivencia de numerosas instituciones educativas, han emergido comportamientos intencionalmente agresivos y violentos, que están desvirtuando los objetivos académicos, el clima académico, las actividades escolares, la calidad de las inter relaciones personales en las aulas, así como en las áreas de convivencia de las escuelas.
La violencia está definida como un ejercicio de poder injusto y abusivo, particularmente repetitivo y sistemático; que causa un daño físico, psicológico o material, incluyendo al menos una amenaza o la intención de causarlo (Olweus, 2006 y Muñoz, 2009).
Para la OMS (Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi y Lozano, 2003), la violencia es el uso intencional de la fuerza o poder físico contra uno mismo, hacia otra persona, contra un grupo o comunidad que tiene un alto grado de probabilidad de producir lesiones, daño psicológico (ansiedad, depresión o suicidio), trastornos del desarrollo, despojo, privación o incluso la muerte.
Cuando la violencia en las escuelas es intencional, recurrente y forma parte del deseo de poder y sometimiento (Cerezo, Sánchez, Ruiz y Arense, 2015), debe ser considerado un problema de carácter social, no exclusivamente local ni mucho menos como un comportamiento individual, porque de no atenderse propositivamente y de inmediato puede incrementarse o agravarse. Coincidimos con Arias (2009), cuando dice que la violencia se aprende a través de la cultura, de la influencia de las instituciones, de la familia, de la escuela, de la comunidad o de los medios de comunicación; donde se producen y reproducen relaciones interpersonales violentas.
Aunque el acoso y la violencia escolar, no son fenómenos nuevos, lo que es digno de resaltar de la situación, es que son más frecuentes y sus consecuencias son cada vez más graves, en ocasiones incluso mortales. Problemática que se han convertido en parte de la conciencia social, sobre todo con la influencia de las redes sociales, con las cuales se conoce lo que ocurre en cada rincón del mundo, casi de manera simultánea, es innegable que vivimos en una aldea global, donde las TICs influyen de manera decisiva y preponderante.
El estudio sistemático se inició a partir de los años 70s se han realizado diferentes investigaciones en los ámbitos educativos, identificando actitudes, afectos y comportamientos agresivos entre los escolares, que los medios de comunicación han difundido prolíficamente y en algunos casos magnificado.
Esta situación se ha abordado, con variadas herramientas, aplicando encuestas, cuestionarios o entrevistas a profesores y alumnos; también se han elaborado diferentes interpretaciones teóricas y diseñado opciones metodológicas, que han permitido identificar con cierta seguridad las causas, los determinantes contextuales y escolares que vive la población estudiantil y las condiciones individuales e incluso grupales asociadas con los comportamientos de acoso dentro y fuera de las aulas. De igual forma se han propuesto estrategias de prevención e intervención en las escuelas, para el control de la violencia y el acoso.
Con las investigaciones de Dan Olweus en 1973, se iniciaron los estudios sistemáticos de este problema en escuelas de Noruega, el autor lo denominó “Bullying” y señaló que se refería a la violencia entre iguales; posteriormente emergió un creciente interés por la problemática en el resto del mundo, con estas investigaciones se dejó de considerar que el acoso en las relaciones interpersonales escolares era innocuo. Internacionalmente se reconoció que se provocaban daños físicos, psicológicos e incluso suicidios entre los participantes; desde entonces se han incrementado los estudios sobre esta problemática.
Coincidimos con los reportes internacionales que han señalado la necesidad de: investigar, informar, diseñar e implementar estrategias de intervención. Para lo que es necesario: promover entre los actores involucrados (alumnos, profesores, administrativos, autoridades escolares y las familias), una conciencia social proactiva y propositiva, favorecer la reflexión crítica entre los involucrados (agresor, agredido y observadores) sobre su comportamiento, promover la adquisición o perfeccionamiento de habilidades socio-afectivas.
En México, los actos de violencia de toda índole han estado presentes en las aulas; las investigaciones sistemáticas se iniciaron en 2003-2004; sin embargo, no se han realizado estudios longitudinales que determinen los efectos del acoso en las victimas, en la personalidad del infante y sus secuelas en el tiempo.
La investigación realizada en 2005 y publicada en 2007, por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), obtuvo datos significativos en escuelas públicas urbanas, rurales, indígenas y privadas, de nivel escolar primaria y secundaria, sobre el consumo de substancias, la indisciplina y la violencia entre escolares; los datos muestran que las burlas las padecían tres de cada diez menores; dos de cada diez alumnos de primaria fueron lastimados; mientras que tres de cada diez, reportaron sentir miedo de asistir a la escuela, por haber sido amenazados. El mismo estudio reportó un índice de participación de los alumnos en actos de violencia como: peleas, daños a las instalaciones, robos y actos de intimidación a compañeros (en primaria 34.8% y en secundaria 38.6%); esta investigación también reportó un índice de victimización de los alumnos con: robos, burlas, daño físico y amenazas (en primaria 35.5% y en secundaria 39.4%).
La presencia del acoso y la violencia en los escenarios educativos no son fenómenos nuevos ni recientes, han estado presentes en escuelas públicas y privadas, como una parte negativa de las relaciones interpersonales entre los integrantes de la comunidad educativa (D’Angelo, 2009; Domínguez y Manzo, 2011; y Furlan, 2009 y 2012); comportamientos siempre censurados, algunas veces castigados, pero nunca atendidos como un fenómeno relevante.
En el proceso de enseñanza- aprendizaje los docentes siempre han priorizado la transmisión y evaluación de conocimientos, mientras que los padres regularmente han priorizado la convivencia y disciplina intrafamiliar, adicionalmente apoyando las tareas extra escolares y con la supervisión del avance académico de sus hijos. Por tales razones, cuando se presenta algún acto de agresión en las escuelas, se perciben como inherentes a las fricciones entre púberes, adolescentes o jóvenes adultos, y como un asunto que se debía resolver al interior de la escuela, bajo la autoridad y supervisión de los maestros o autoridades escolares. Con lo que se evidencia la necesidad de percibir, definir y encarar el acoso, como un fenómeno multicausal, sistémico e interdependiente, donde hay que tomar en cuenta los factores sociales, familiares, escolares y personales (Torres, 2005, Muñoz, 2009).
La relación de interdependencia entre estos factores, no implica una relación causal ni mucho menos un determinismo, sino el reconocimiento explícito de los elementos a considerar en su análisis, diagnostico e intervención.
En 2008, la Secretaría de Educación Pública (SEP), realizó la Primera Encuesta sobre la Exclusión, Intolerancia y la Violencia en las Escuelas Públicas, encontrando que 4 de cada diez adolescentes hombres, fueron responsables de algún tipo de acoso a sus compañeros(as); 46.6% alumnos insultaron a sus compañeros, mientras que 3 de cada diez adolescentes mujeres acosaron a sus compañeros(as) o bien 43.5% los ignoraron.
El incremento del acoso en las escuelas, se documentó con los datos de las encuestas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH, 2011) y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 2013), investigaciones donde se reportó que los acosos ocurren dos a tres veces a la semana. Por otra parte, Valadez (2008, pág. 43), encuestó a 1091 estudiantes de 16 secundarias de Guadalajara y encontró, (65%) de maltrato psicológico y 46% de acoso físico entre los alumnos. La autora también señala que las situaciones de violencia incluyen desde faltas leves a la disciplina hasta actos graves de agresión física y/o vandalismo.
Con los anteriores datos se ilustra como las agresiones y el acoso son parte de la convivencia cotidiana entre estudiantes de las escuelas mexicanas, actos que están sin ninguna duda, alterando la dinámica académica y deteriorando negativamente las relaciones interpersonales en las escuelas.
El siguiente modelo sintetiza la confluencia dinámica de los factores que inciden sobre el comportamiento violento y/o de acoso en las aulas.
MODELO SISTÉMICO DE LOS FACTORES INTERVINIENTES EN LA VIOLENCIA Y EL ACOSO EN LAS ESCUELAS
Figura 1. Ilustra un modelo sistémico, que muestra la interdependencia e influencia de los factores sociales y comunitarios; escolares y de las instalaciones del plantel; así como los aspectos familiares y personales, que inciden en la violencia y el acoso en las escuelas.
La sociedad, la comunidad, la familia y la escuela influyen sobre cada individuo de manera dinámica, efectos que se reflejan en los comportamientos individuales y las relaciones interpersonales dentro de la escuela, la familia, la comunidad y en casos extremos, en la sociedad en su conjunto, por lo que cuando se comete una agresión, se afecta inmediatamente la personalidad y el comportamiento del individuo, la convivencia en el grupo y la escuela, la dinámica familiar y la percepción de seguridad social.
Es necesario reconocer que muchas veces, los actos de violencia o de acoso, derivan de la influencia de una sociedad que permite o incluso favorece la posesión y el uso de armas de fuego (en USA, algunos Estados lo plantean como un derecho legal), en otros países es una tradición o una necesidad en la vida cotidiana sobre todo de países con comunidades mayoritariamente rurales.
También es necesario reconocer que al interior de la convivencia familiar, frecuentemente se promociona la posesión y el uso de dichas armas o la práctica de la violencia como estrategia de enfrentar los conflictos. La influencia del estilo de crianza de la familia, entendido como la forma en como los padres guían, corrigen, cuidan y conviven al interior de la familia, son preponderantes en la formación de actitudes y valores de sus miembros; influencia que se expresa en los comportamientos y personalidad de los jóvenes cuando ingresan a los centros educativos.
De tal manera que si un joven es educado en un patrón familiar autoritario, donde el criterio es la obediencia y los hijos son obligados a acatar de reglas u órdenes sin derecho a opinar, es más probable que estos menores se someta a las figuras de autoridad y a los líderes autoritarios en las escuelas, como pueden ser los condiscípulos agresores. Si el joven desarrolla una personalidad sumisa y obediente es más probable que sea ubicado como posible víctima de agresiones; por el contrario si el joven acumula resentimientos hacia la figura autoritaria, puede repetir el triángulo de la violencia intrafamiliar con sus hermanos y compañeros, ejerciendo el rol de agresor.
Por otro lado los hijos de familias permisivas, desarrollan comportamientos “sin límites”, puesto que crecieron sin que sus progenitores le establecieran límites claros y precisos de lo que podía y no debía hacer; por lo que es altamente probable que ante las reglas y prohibiciones de las instituciones educativas, se manifiesten con actitudes y comportamientos de rebeldía, participando en múltiples comportamientos disruptivos, los cuales tienen por objetivo interrumpir o impedir las actividades académicas programadas. Otra probable participación de los hijos de familias permisivas es como acosadores, puesto que desde el seno familiar no se les enseño a ser respetuosos y empáticos con las personas.
Mención aparte nos merece el caso de los hijos de las familias donde se establecieron claramente límites y reglas, donde se corrigieron los errores mediante el diálogo y el acuerdo consensual (denominadas: familia perentorias, positivas, nutricias o funcionales); el comportamiento de los hijos de estas familias, es altamente probable que sea caracterizado por relaciones interpersonales respetuosas y afectivas con sus compañeros y profesores, que no asuman roles como agresores y que en el caso de presenciar alguna agresión o acoso a cualquiera de sus compañeros, participen defendiendo a la víctima y sean capaces de enfrentar al agresor o denunciarlo frente a las autoridades de la institución educativa.
Así cuando se presenta alguna agresión o acoso en las escuelas, los participantes asumen tres roles claramente diferenciados: agresor, agredido y observadores; los cuales provienen de familias que les han influenciado con valores y costumbres de cómo llevar las relaciones interpersonales con los compañeros, los profesores y las autoridades, así como de cómo enfrentar las diferencias o conflictos.
Figura 2. Representación gráfica de la influencia de los patrones de crianza parentales, sobre el comportamiento de cada uno de los integrantes del triángulo de la violencia (agresor, víctima y observador).
Analizar la violencia y el acoso en las escuelas, nos lleva a reconocer:
Información que nos permitiría identificar y evaluar las influencias significativas que potencializan que alumnos, profesores, directivos o personal administrativo, se comporten de manera agresiva, violenta o acosadora en cualquiera de los espacios de una institución educativa.
A nivel social, podemos identificar como factores potencializadores de actos violentos en las escuelas a:
Desafortunadamente, entre un sector de los cibernautas se están utilizando de manera negativa, para difundir en tiempo real juegos, imágenes, videos y mensajes de contenido violento y con la intención de agredir.
A nivel personal, consideramos como determinantes de la violencia en las escuelas a los siguientes factores:
A nivel escolar entre los factores que favorecen los actos violentos, consideramos los siguientes:
Entre los factores familiares identificados como causales de violencia tenemos a:
Valadez y Martínez (2014), en su estudio determinaron la relación entre el auto concepto, clima familiar y clima escolar con la presencia de bullying en estudiantes de secundarias públicas de un estado del noroeste de México. Los autores encontraron que las variables escolares y familiares se relacionan de manera significativa con el bullying, esta investigación evidenció la utilidad del enfoque ecológico en el análisis de esta problemática.
En la búsqueda de alternativas Mendoza, Pedroza y Martínez (2014), realizaron un estudio para evaluar la eficacia de un programa de prácticas de crianza positiva dirigido a padres para reducir el bullying y aumentar la conducta pro-social de sus hijos. Los resultados mostraron una reducción significativa de la conducta agresiva y un aumento de la pro-social incluso en la escuela.
Por lo anteriormente expuesto, podemos afirmar que vivimos en una sociedad, donde la violencia está presente en los diversos ambientes cotidianos de los menores, la viven o conocen en la familia, en los medios de comunicación y en la calle. En todos los contextos, los menores externan patrones de conducta, valores y actitudes aprendidas o imitadas en el hogar, en los medios de comunicación y en la sociedad. Por lo tanto, no es raro que la violencia esté presente también en la escuela; lugar donde el menor socializa, convive y refleja lo que aprende en su casa, imita lo que ve en los medios y repite lo que vive en la calle. Tampoco no debe extrañarnos, que el jovencito exprese lo que ve en los medios, en sus relaciones con los amigos, con familiares y en la escuela; la exposición excesiva de imágenes violentas puede llevar a algunos jóvenes a mostrar actos agresivos contemplados en los medios masivos, terminan insensibilizándolos ante el dolor ajeno (González, 2000).
Es imperante un cambio de actitud en la familia, en la sociedad y en la escuela; una actitud reflexiva de los actos y de sus consecuencias, dejar de aplicar la ley de la violencia “del ojo por ojo”, que se respeten el derecho a la justicia, la paz, que se cuide la integridad de todos y cada uno de los que nos rodean. Es urgente regular las dosis de violencia exhibida en los medios masivos de comunicación, limitar el uso de páginas de Internet con muestras de acciones y conductas violentas. Es necesario reglamentar el contenido de los medios, los mensajes y las actitudes, fomentar la responsabilidad social, moral y personal.
Al interior de las familias es necesario reconocer la influencia de los estilos de relación y crianza familiares, los cuales forman el contenido y estrategias comportamentales; ya que si en las familias se enfrenta los conflictos con insultos y golpes, el menor al asistir a la escuela repetirá los patrones aprendidos en su hogar para enfrentar los conflictos con sus compañeros y autoridades en el salón de clases y su escuela.
También es necesario identificar la responsabilidad de la escuela, de sus docentes, así como de sus autoridades, para identificar y analizar los factores, las situaciones y el contexto que propicia la agresión y los acosos al interior de las aulas. Someramente podemos señalar que los grupos muy grandes (con más de 30 alumnos), generan una sensación de hacinamiento, por lo que al estar constantemente invadidos los espacios vitales de cada alumno, estos serán más irritables y propensos a iniciar discusiones y actos de violencia.
De la personalidad en formación de los púberes y de los adolescentes, podemos mencionar que el reto a las figuras de autoridad es inherente al proceso de reafirmación y definición de la personalidad de cada individuo. Confrontación que se resuelve positivamente con profesores adultos y que están conscientes de la importancia de su rol social y de la trascendencia de su influencia en la formación de la personalidad y conocimientos de sus alumnos.
También es necesario resaltar que cuando un menor se identifica con personas o personajes violentos como “modelos”, deriva de que socialmente se ha promovido las acciones de estos modelos, como patrones de comportamientos “deseables o prestigiosos”, independientemente de que se trate de conductas antisociales o incluso delictivas.
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