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Educación y castigo corporal en el campo doméstico

Joaquín Barragán Rosas

Colegio de Sonora. Hermosillo, Sonora

Los resultados sobre las formas en que las niñas y los niños son castigados y la prevalencia del castigo corporal en estos métodos de disciplinamiento son una evidencia vital para establecer un punto de partida para los derechos de la infancia a vivir una vida libre de violencia.

Cuando le pegamos a un niño o una niña les enseñamos “la virtud moral de la violencia” (Straus 2008, 1315). Es decir, que la violencia es un comportamiento moral correcto y que podemos usarla porque está legitimada en la sociedad.

Según Lansford, Malone et al (2010, 460) en países donde el uso de la disciplina física es más común, los niveles totales de violencia social son más altos. Esto se puede interpretar de muchas maneras, una de ellas es que la socialización a través de violencia y por ende, la aceptación de la violencia hacia las niñas y los niños son factores que impulsan el desarrollo de una mayor violencia en determinadas sociedades.

Para muestra un botón, los niños de países donde existe una aceptación alta de la violencia doméstica y del castigo corporal, tienen mayores posibilidades de ser víctimas de agresión psciológica y violencia física (Lansford et al. 2014, 1211)

Asimismo, se ha encontrado que los adolescentes que experimentaron castigo corporal aprueban este método de disciplina (Deater-Deckard et al. 2003). Es decir, hay una transmisión intergeneracional de los métodos de disciplinamiento. Ello, nos obliga a pensar en la importancia que tienen las formas en que estamos llevando a cabo los procesos de socialización en el campo doméstico. Así pues, este campo privado donde se reproducen mecanismos de disciplinamiento violento, funciona como espacio de abstracción de ideas profundas que con el tiempo desarrollan un sujeto donde la violencia es inmanente. Como mencionan Deater-Deckard, Petit et al (2003, 358) “pegarle a un niño promueve el desarrollo de actitudes que son consistentes con la experiencia que viven”.

Este tipo de disciplinamiento es lo que Straus, Douglas et al llaman la violencia primordial(2014) es la violencia primigenia, es el primer contacto del menor con el mundo de la violencia. En ella se gestan las primeras acciones socializadoras a través de las nalgadas, los manotazos, las sacudidas, los golpes con objetos, cachetadas y golpes en la cabeza. El adjetivo primordial es al mismo tiempo un acto bautismal y un rito de iniciación en un mundo donde el poder se ejerce a través de actos violentos de diversa índole.

La manera en que se viola el derecho de las niñas y los niños a una vida libre de violencia es sistemática y normalizada en el campo doméstico. El artículo 19 de la Convención sobre los Derechos del Niño (1990) y la Observación General No. 8 del Comité de los Derechos del Niño (2006), manifiestan de manera explícita que tanto el castigo corporal como cualquier otro tipo de violencia o trato denigrante a los niños es una violación explícita de sus derechos humanos.La forma en que se violan dichos derechos en el campo doméstico, tiene en el castigo corporal su más fiel expresión.

Los resultados que se muestran en esta ponencia son la evidencia de en qué magnitud se está violando el derecho de la infancia a una vida libre de violencia en el campo doméstico. Las estadísticas muestran porcentajes que en su conjunto sobrepasan por mucho lo que se puede pensar del castigo corporal. Y su relación con los sentimientos nos muestra que la violación de sus derechos tiene efectos directos en las emociones de las niñas y los niños.

En el análisis también podemos notar la reproducción del castigo corporal como parte del habitus del campo doméstico, es decir,  la normalización del castigo corporal y el uso del poder mediante el disciplinamiento.

La muestra para esta investigación fue por conveniencia y  se obtuvo de una encuesta realizada a 364 niños y niñas de 5 a 14 años de edad en Hermosillo, Sonora, México. Para esta muestra utilicé un cuestionario aplicado por la UNICEF en un estudio de 35 países de bajos y medianos ingresos entre 2005 y 2006. Este cuestionario se basa en la  Escala Táctica de Conflictos (CTS).  La encuesta que utilicé para esta evaluación tiene algunas adiciones y en lugar de ser aplicada a los padres se aplicó a niños y a niñas.

Para todas las variables se obtuvieron tablas de frecuencias. Para cada una de las tablas se analizó el Chi² para medir el nivel de correlación entre las variables.

En el caso de las variables relacionadas con los sentimientos se realizó un análisis de covarianza (ANCOVA).

Primeramente, se presentan los resultados generales de la primera parte de la encuesta donde se exponen las cifras de los métodos de disciplinamiento medidos. En segundo lugar, se presentarán los resultados de la prevalencia del castigo corporal y el castigo corporal menor por edad, sexo y grado de marginación. En tercer lugar, presentaremos la prevalencia del castigo corporal severo. Por último, se presentarán los resultados de la segunda parte de la encuesta referentes a los sentimientos de las niñas y los niños y sus reacciones hacia el castigo corporal.

5.1 Métodos generales de disciplinamiento en el campo doméstico.

Los resultados generales de la primera parte de la encuesta se refieren a los diferentes tipos de métodos de disciplinamiento medidos. En total se midieron diez tipos de disciplinamiento que se agrupan en tres rubros: Disciplina positiva, agresión psicológica y castigo corporal.

Las variables que corresponden a la disciplina positiva son tres: te quitaron algún privilegio, te prohibieron algo que te guste o no te dejaron salir de tu casa; te explicaron por qué lo que hiciste (tu comportamiento) estaba mal; te castigaron obligándote a hacer alguna labor de la casa o alguna otra actividad.

En el caso de las variables que incluye la agresión psicológica son sólo dos: Te gritaron o te callaron; te dijeron tonto(a), flojo (a) o algo parecido.

Con respecto al castigo corporal, las variables son cinco: Te zangolotearon; te dieron nalgadas o te pegaron en las manos, brazos o piernas con la mano abierta; te pegaron  con un cinturón, cepillo para peinar, vara u otro objeto duro  en las nalgas, piernas o brazos o en cualquier otra parte del cuerpo; te golpearon o te abofetearon en la cara, orejas o en la cabeza; te pellizcaron fuertemente en alguna parte del cuerpo.

En la gráfica 1 podemos ver los resultados para cada una de las variables mencionadas. Los disciplinamientos positivos obtuvieron los resultados más altos lo que implica que una gran mayoría de los padres están usando una combinación de métodos positivos con métodos negativos. Las variables de agresión psicológica tienen porcentajes arriba del 25%. Los castigos corporales varían entre el 7% y el 25.5%.

Gráfica 1.

Los métodos que utilizan tanto padres como madres son múltiples y las combinaciones de los mismos son muchas. Esto implica que no hay consistencia en la forma que se castiga . Es decir, los padres saltan de un método a otro, lo que nos da la idea de que están deambulando de un método a otro sin constancia. Los niños perciben la inconsistencia en el castigo lo que implica que no entiendan porque se les castiga de una forma a veces y de otra forma después por las mismas razones.

Estas formas de disciplinamiento se dan dentro del campo doméstico, son parte de la normatividad que las madres y los padres establecen como una forma de educar a sus hijos e hijas a portarse de manera normal. En ese tenor, la disciplina se imparte de diversas maneras, se asegura que las niñas y los niños tengan un referente sobre las consecuencias que pueden tener sus acciones. Como menciona Vázquez (2002) cada campo es un universo estructurado donde los actores se definen uno en oposición al otro; es decir, quienes tienen el poder en el campo se definen en oposición a quienes carecen de él. La posibilidad del castigo está en quienes hacen uso del poder. Pero también, los castigos forman parte de un habitus que expresa los saberes cotidianos que generación tras generación las nuevas familias retoman como formas de educación. Dice Bourdieu (2007) que es en la familia de donde obtenemos nuestros primeros referentes sobre el amor, los miedos, entre muchos otros; podríamos decir que es también donde obtenemos los discursos y las formas para llevar a cabo el disciplinamiento del cuerpo.

Asimismo, mediante los diversos métodos de disciplinamiento “que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo” (Foucault 1976), es como se conduce a los infantes a formar parte de una sociedad que requiere de sujetos normalizados.

Lo anterior se expresa, en su versión más extrema, a través de la violencia ejercida sobre los cuerpos de las niñas y los niños con el castigo corporal. El dolor se marca en el cuerpo de los menores como un recordatorio del cómo deben de comportarse, pero también como una forma de prepararlos para seguir las normas.

5.2 Prevalencia del castigo corporal y castigo corporal menor por edad, sexo y grado de marginación.

Con prevalencia nos referimos a lo que reportaron las niñas y los niños en relación a los actos contenidos en las preguntas durante los últimos 30 días. Por ejemplo, se les pregunta si en los últimos 30 días su papá, su mamá o algún otro adulto en casa le pego nalgadas o con la mano abierta en manos, brazos o piernas. El resultado se obtiene mediante el cálculo estadístico de frecuencias para cada ítem.

Los porcentajes de quienes experimentaron castigo corporal de una muestra de 364 niños y niñas de 5 a 14 años de edad son los siguientes: Cualquier tipo de castigo corporal 44%, castigo corporal menor 33.5% y castigo corporal severo 29.9%.

Es importante resaltar que en la muestra de la investigación se realizó una pregunta que no se relaciona con un tiempo específico, sino para toda la vida del niño o la niña encuestado, esta  pregunta se refiere a qué sienten cuando su mamá o su papá les pega. Una de las repuestas posibles era “nunca me han pegado” quienes respondieron de forma positiva a esta pregunta fue el 15.9%, esto implica que sólo ese porcentaje de niños nunca ha experimentado violencia por parte de alguno de sus progenitores. Es decir, alguna vez en su vida el 84.1% de las niñas y niños de esta muestra han sido golpeados por su mamá o su papá.

Straus y Paschall (2009, 460) argumentan que dada la prevalencia del castigo corporal (que es muy alta a nivel mundial) incluso un cambio pequeño sea negativo o positivo puede tener un gran impacto en el bienestar de los infantes a escala nacional. Uno de los ejemplos que utiliza, es que si el castigo corporal influye en la habilidad cognitiva de las niñas y los niños, reducir o prohibir este tipo de castigo podría tener un incremento en la mejoría de dicha habilidad en cualquier país.

Nuestras sociedades no reconocen el castigo corporal como una forma de violencia y mucho menos aceptan que están transmitiendo comportamientos violentos a sus hijos e hijas. Straus (2008, 1318) asegura que la sociedad no reconoce el castigo corporal como una violencia primordial y que con ello se refleja una aceptación cultural muy profunda de que este tipo de castigo es a veces necesario, si se utiliza moderadamente por padres amorosos es inofensivo.

Los discursos cotidianos tienden a minimizar los actos, ejemplos de expresiones hay muchas, una de ellas es “le pegué una nalgadita” o “le pegué un manazo” “sólo fue un pellizco”, etcétera. Disfrazamos el castigo corporal con expresiones que reflejan que la representación social de este tipo de violencia está velada no sólo detrás de un discurso sino con la desvaloración del acto mismo. Es decir, los adultos no aceptamos que los métodos de disciplina física hacia nuestros hijos son violencia.

Aquí cabe señalar que ese poder usado por los padres imprime una huella de por vida en las niñas y los niños, es precisamente como dice el dicho “el ejemplo arrastra mucho más de lo que las palabras educan.”

5.2.1 Cuando se tiene edad para el castigo corporal

El castigo corporal se lleva a cabo dependiendo de la edad, los grupos más castigados por lo regular son los que están en edad preescolar, en el caso de esta muestra no incorporamos a ese grupo. Sin embargo, el grupo de los más pequeños son los más castigados, es el que va de los 5 a los 9 años. El cuerpo de estos niños todavía está en desarrollo, su capacidad para defenderse es proporcional al desarrollo corporal. Por lo tanto, el poder que se ejerce sobre ellos es mucho mayor del que se ejerce a un niño o adolescente a partir de los 12 años por ejemplo.

Asimismo, el castigo corporal como parte del habitus del campo doméstico se asegura que la huella quede impresa desde temprana edad, porque se transforma en norma aprendida y por ende, en norma que será heredada. Frases hechas como “a mí me pegaron y estoy bien” o “las nalgadas no son violencia”, justifican el acto y el comportamiento, aún más, justifican el discurso que ha hecho que esta práctica como parte del habitus siga teniendo tal prevalencia.

El 44% de las niñas y los niños experimentaron castigo corporal durante los 30 días previos a la encuesta. El total de variables que miden el castigo corporal son cinco, de ellas tres corresponden a castigo corporal menor y dos a castigo corporal severo como se mencionó anteriormente. En este caso se realizó un índice con todos los tipos de castigo corporal, de tal manera que nos mostrará el número de castigos corporales que las niñas y los niños experimentaron. Este porcentaje se divide en: Cualquiera de ellos 22.3%, dos de ellos 8.8%; tres de ellos 6.9%, cuatro de ellos 4.1% y cinco de ellos 1.9%.

El grupo etario que va de los 5 a los 9 años fue castigado corporalmente 28.3% y el grupo etario de 10 a 14 años fue castigado 15.7%. El total de quienes reportaron haber recibido manotazos y nalgadas  representan el 25.5%. El porcentaje más alto para cualquier tipo de castigo corporal es entre la edad de 6 años con 57.1% y 9 años con 53%. Después comienza una tendencia a decrecer con un repunte a la edad de 12 años con 45.5% (que por el número de casos no es significativo). Aquí lo importante es la línea de tendencia que es hacia abajo.  La prueba de Chi² arrojó una correlación de .001, es decir <.05 lo que implica que las dos variables no son independientes. Dicho de otra manera, el castigo corporal menor y la edad tienen una relación fuerte que se refleja en el uso de este tipo de castigo.

En cuanto a la variable de castigo corporal menor también se realizó un índice, éste aporta datos sobre el porcentaje de niños y niñas que experimentaron los tres tipos de acciones que representan esta variable.  El CP menor fue reportado por el 43.5% de las niñas y los niños. Este porcentaje se divide de la siguiente manera: Uno de tres 20.9%, dos de tres 10.2% y los tres 2.5%. La división de los castigos en números nos ayuda a comprender no sólo en qué porcentaje se les está castigando corporalmente, sino también para saber por lo menos cuántos de estos castigos está recibiendo. De tal manera, que en conjunto la perspectiva que nos muestra es distinta porque vemos que la mayoría están recibiendo sólo uno de los tipos de castigo corporal menor y una minoría están recibiendo los tres tipos.

El castigo corporal menor tiene su máximo a los 5 años de edad con 44.4% y a los 9 años con 44.2%, pero decrece a la edad de 7. Sin embargo, la línea de tendencia es a decrecer conforme avanza la edad. Dicho de otra manera, si bien la tendencia es a decrecer conforme avanza la edad, no se puede negar el hecho de que entre los 5 y los 14 años las niñas y los niños en esta muestra reciben castigo corporal menor por arriba del 20%. .  La prueba de Chi² arrojó una correlación de .001, es decir <.05 lo que implica las dos variables están relacionadas fuertemente. Es decir, el castigo corporal depende de la edad, a mayor edad el castigo corporal va en decremento.

Por grupos etarios el más castigado en este rubro es entre los 5 y los 9 años con 21.9%; el grupo entre los 10 y los 14 años fue castigado 11.5%. Se observa un decrecimiento de más del 10% de un grupo a otro.

Uno de los mayores riesgos del castigo corporal menor es la posibilidad de escalada. Es decir, cuando hay un incremento de la externalización de comportamientos negativos también hay un aumento en la frecuencia del castigo corporal menor y por ende, en la severidad del mismo (Lansford et al. 2012, 232)

Además, el castigo corporal no es efectivo. Existe suficiente evidencia que lo prueba. Según Gershoff (2013, 133-134) uno de los objetivos principales por el cual los padres utilizan este tipo de castigo es para detener de forma inmediata el mal comportamiento del menor. La investigadora menciona que el castigo corporal no cumple con las condiciones para que un castigo sea efectivo, es decir, tiene que ser inmediato, consistente y llevado a cabo inmediatamente después del mal comportamiento. Por lo tanto, no se puede esperar que los padres no caigan en comportamientos abusivos si tuvieran que castigar corporalmente a sus hijos cada vez que tengan un mal comportamiento.

En el mismo tenor, el castigo corporal no enseña a los niños  porqué su comportamiento estaba mal o que deberían hacer en lugar de lo que hicieron. Por el contrario, les enseña cómo deben comportarse cuando existe una amenaza de castigo físico, lo que implica que una vez que la amenaza desaparece no hay razón alguna para comportarse bien (Gershoff 2013, 134).

5.2.2 En el castigo corporal sí importa el sexo

Es importante resaltar, que las estadísticas por sexo en nuestra muestra no son diferentes a lo que se ha encontrado en estudios previos (Straus y Stewart 1999), esto es que los niños están siendo castigados más que las niñas: 56% de 168 niños y 34% de 196 niñas para la muestra de nuestra investigación. Esto es en el caso de cualquier tipo de castigo corporal. Las cifras son significativamente diferentes. La prueba de Chi² dio como resultado una correlación de .000, es decir<.05 lo que implica las dos variables son dependientes. La muestra de ello es que se castiga más a los niños que a las niñas.

La tendencia a castigar más a los niños que a las niñas tiene una relación íntima con el habitus del campo doméstico. No es casualidad que la violencia en el hombre sea más generalizada que en las mujeres. A los hombres, se les enseña que la violencia es un medio útil para conseguir lo que quieran, ya sea utilizándola durante su vida escolar para defenderse, en los negocios donde hay que ser rapaz o, en su expresión más despreciable que es la violencia de género y en la intrafamiliar.

En el caso del castigo corporal menor las cifras también muestran que los niños son más castigados que las niñas: Los porcentajes son 44.6% y 24% respectivamente. Esto lo podemos observar en la Gráfica 5. Es importante resaltar que tanto en cualquier tipo de castigo corporal como en castigo corporal menor las gráficas muestran una diferencia similar con una tendencia del 20% entre niños y niñas. El resultado de la prueba de Chi² es de .000, es decir las dos variables no son independientes.

5.2.3 La homogeneidad del castigo corporal: grado de marginación y nivel socioeconómico

El grado de marginación no refleja necesariamente el nivel socioeconómico, sin embargo, sus características son similares.

La marginación según la CONAPO(2010)  es un problema estructural donde las oportunidades y las capacidades para el desarrollo son limitadas. Esto provoca privaciones e inaccesibilidad al bienestar, lo que eleva las probabilidades de ser vulnerable socialmente. Todo ello escapa al control tanto de los individuos como de las familias. El grado de marginación se mide a través de cuatro dimensiones socioeconómicas que son: Educación, vivienda, distribución de la población e ingresos monetarios.  A mayor grado de marginación menor las oportunidades en los rubros mencionados y viceversa.

Los resultados en las zonas de alta marginación nos muestran que el 43% fueron castigados corporalmente durante los últimos 30 días. En las zonas de muy baja marginación 44%fueron castigados. Estas cifras se refieren a cualquier tipo de castigo corporal. La  prueba del Chi² resultó .408., es decir, >.05, esto implica que no hay relación entre las variables. Este resultado es importante porque la mayor parte de los estudios realizados en Estados Unidos muestran que si existe una diferencia entre grupos económicos. En este caso el grado de marginación económica no es precisamente una clase social, ni un nivel socioeconómico como tal, pero se puede utilizar como un proxy estadístico, es decir un aproximado que nos da una idea muy clara del nivel de vida de quienes habitan en esas zonas con sus respectivos grados de marginación.

De los niños y niñas que habitan las zonas de alta marginación el 28.5% recibieron castigo corporal menor durante los 30 días previos a la aplicación de la encuesta. De los niños que habitan las zonas de muy baja marginación el 38% recibió castigo corporal menor. En este tipo de castigo corporal Chi² mostró que es estadísticamente significado con un resultado de  .035.

Hay un resultado no esperado. Este es que en los niños y las niñas que habitan las zonas de muy baja marginación, es decir lo que tienen acceso a mejores oportunidades de vida, reciben más castigo corporal menor que quienes habitan las zonas de alto grado de marginación. Los porcentajes son 28.5% y 38% respectivamente, casi 10% más para quienes habitan las zonas de muy bajo grado de marginación.

Los resultados anteriores tienen implicaciones importantes porque no importan el nivel socioeconómico en nuestra muestra cuando de castigo corporal menor se trata. Es decir, el castigo corporal menor es parte de la cultura de crianza y de los procesos de normalización de la violencia en el campo doméstico.

5.3 Extensión y severidad del castigo corporal

La expresión más grave del castigo corporal se encuentra en su severidad, es decir, cuando pasan de las nalgadas y los manotazos, a los golpes con objetos o golpes en zonas donde pueden causar mayor daño físico.

Fueron medidos dos tipos de castigo corporal severo: 1) los padres que le pegan a sus hijos con un cinturón o cualquier otro objeto en las nalgas, los brazos, las piernas o cualquier otra parte de cuerpo; 2) los padres que pegan o cachetean a sus hijos en la cara, orejas o en la cabeza. Este tipo de castigo fue reportado por el 30% de las niñas y los niños durante los 30 días previos a la encuesta. Los resultados del índice que se creó para medir este castigo se dividen en: Uno de los dos 22% y ambos 8%.

Una de las preguntas que surge es por qué separar el castigo corporal por grado de severidad. La respuesta es por la gravedad de las consecuencias que puede tener.

Por edad,  el 18.9% de los niños y las niñas entre 5 y 9 años de edad recibieron castigo corporal severo y el 10.7% de los niños y niñas entre 10 y 14 años de edad. Esto significa que decrece conforme avanza la edad, esto es similar que los castigos corporales mencionados anteriormente. La prueba de la Chi² nos muestra que la relación es estadísticamente significativa con un resultado de .006.

El porcentaje por edad nos da algunas pistas sobre el problema. Incluso si esto no es una muestra representativa sino una por conveniencia, las cifras nos muestran que los porcentajes en el grupo de edad que va de 5 a 9 años de edad están  todos por arriba del 30%, con un pico de 46,67% para la edad de 7 años. Para el segundo grupo, que va de 10 a 14 años de edad los porcentajes son de más del 20%.

El porcentaje para los niños es mayor que el porcentaje para las niñas por aproximadamente 10%. Las cifras son 35.12% y 25.51% respectivamente. La prueba Chi²  muestra que la relación es estadísticamente significativa con un resultado de .030. Es decir, se castiga más a los niños que a las niñas. Esto confirma la tendencia que se ha dado tanto para cualquier tipo de castigo corporal y para castigo corporal menor.

De los niños que habitan las zonas de alto grado de marginación el 29,7% de la muestra recibió el castigo corporal severo durante los últimos 30 días previos a la aplicación de la encuesta. De los niños que habitan las zonas de muy bajo grado de marginación el 30,2% de la muestra recibió este tipo de castigo corporal. La prueba de la Chi² muestra que la relación no es estadísticamente significativa  0.500, esto significa que para la muestra el grado de marginación no afecta en la severidad con la que los padres castigan a sus hijos. Los niños que habitan zonas de alta marginación tienen un porcentaje de 29.6 y para quienes habitan zonas de muy baja marginación es de 30.2.  Es decir, contrario a lo que podría pensarse, en nuestra muestra están siendo castigados severamente en la misma proporción sin importar la educación o el acceso a bienestar que se tenga; los niveles socioeconómicos no son necesariamente, una fuente de protección para las niñas y los niños con respecto a ningún tipo de castigo corporal.

Esto parece ser un asunto importante cuando hablamos de una cultura homogénea en la crianza de los niños. Estos resultados nos muestran que el habitus con respecto al castigo corporal está generalizado en el campo doméstico. Por un lado, hemos visto que los porcentajes son consistentes con otros estudios a nivel internacional en cuanto a la edad y el sexo; por el otro el hecho de que se castigue de la misma manera en diferentes niveles socioeconómicos nos muestra que el discurso y las acciones son parte de un mismo habitus que se ha extendido y está normalizado en nuestra cultura.

5.4 Los sentimientos de los niños, reacciones hacia el castigo corporal y normalización de la violencia.

Nada más preocupante que los niños establezcan relaciones directas entre el castigo corporal o cualquier golpe con sus emociones. La sociedad normalizadora trae consigo la normalización también de los efectos de este tipo de micropoder, el disciplinamiento del cuerpo se traduce en emociones violentadas. Es así como las emociones de las niñas y los niños tienen un contacto cruel con la realidad del campo doméstico. Es decir, el disciplinamiento no sólo tiene efecto sobre el cuerpo físico sino también, sobre la cognición de las niñas y los niños.

Chaux, Arboleda y Rincón (2012) manifiestan que crecer en un ambiente violento tiene consecuencias graves duraderas; una de ellas es el aumento de las probabilidades de desarrollar conductas agresivas.

La UNICEF(1999) manifiesta que “todos los expertos están de acuerdo en que las actitudes violentas se forman en el seno familiar y generalmente durante los primeros años. El mejor indicador de violencia en la edad adulta es un comportamiento violento en la infancia.” Para ellos, está claro que las disciplinas violentas y los tratos humillantes en el seno familiar son esenciales en el desarrollo de actitudes violentas en las niñas y los niños desde una edad temprana.

Lo anterior de alguna manera nos indica que la violencia desde temprana edad genera  actitudes violentas en los menores, pero también que dichas actitudes han sido provocadas por las emociones negativas generadas por la violencia de la que son víctimas.

Los resultados siguientes muestran lo que pudiera ser obvio pero que quizás pocos nos detenemos a reflexionar: que los golpes provocan emociones negativas y que estás a su vez son relacionadas con situaciones de violencia que en algún momento son las detonantes de la repetición de patrones violentos.

6.4.1 Los sentimientos y el castigo corporal: un proceso más de normalización de la violencia en el campo doméstico

La variable sentimientos totales es resultado de la elaboración de un índice que mide el número de sentimiento que tuvo cada uno de los niños y las niñas. Los porcentajes del índice son los siguientes: Ningún sentimiento 19.5%; un sentimiento 15.9%; dos sentimientos 14.3%; tres sentimientos 18.4%; cuatro sentimientos 16.8%; cinco sentimientos 9.1 %; seis sentimientos 3.6% y todos los sentimientos 2.5%.

Hay que hacer notar que la variable sentimientos totales no distingue cuál fue la combinación de sentimientos que tuvo cada niño o niña. Las combinaciones son muchas por lo que es imposible determinarlas. Sin embargo, este índice nos ayuda a comprender que los niños están teniendo respuestas al castigo corporal que quizás afecten su desarrollo emocional y psicológico. Más aun, las niñas y los niños no comprenden el porqué de los golpes de alguien que debería amarlos.

En cuanto a los sentimientos a nivel individual los resultados los podemos ver en la Gráfica 2.

Gráfica 2

Hay que destacar que de los siete sentimientos medidos cuatro están por encima del 40%. De ellos, el primer lugar lo ocupa el dolor; el segundo, las ganas de llorar; el tercero, la tristeza y; el cuarto, el enojo.

Los resultados detallados del análisis de covarianza se presentan en el siguiente segmento.

6.4.2 Los resultados del ANCOVA

De los resultados obtenidos del análisis de covarianza (ANCOVA) se mencionaran solamente los que mostraron significancia estadística en las relaciones entre las distintas variables que se cruzaron en dicho análisis. Es muy importante destacar que los resultados que se obtuvieron en el ANCOVA fueron inesperados por muchas razones. La primera es que se estableció una primera idea que indicaba que a mayor severidad del castigo corporal los sentimientos medidos irían en aumento. Segundo, la relación que se establece entre los menores y su estado de vulnerabilidad ante el poder de los adultos hacía sospechar que ciertos sentimientos no estarían reprimidos.

Por ejemplo, ciertas reacciones como las ganas de llorar suelen ser un primer indicador de que se está haciendo daño al menor. Por último, el primer análisis con la variable sentimientos totales nos indicó un aumento en el número de sentimientos en relación con el aumento de la severidad del castigo corporal.

Sin embargo, lo que se podrá notar en las gráficas que siguen es que no existe una relación directa entre el aumento del número total de sentimientos conforme aumenta la severidad del castigo corporal, con cada una de las variables correspondientes a cada sentimiento. Es decir, el aumento de los sentimientos en número no se relaciona con el aumento de los porcentajes en cada sentimiento a nivel individual.

En el caso de la relación significativa entre el aumento de los sentimientos totales, el nivel de castigo corporal y el sexo. En este caso es significativo porque existe un aumento relacionado directamente con el sexo de los respondientes. Para las mujeres la media marginal es de 4.3 y para los hombres de 3 (tomando en cuenta el máximo de 7 sentimientos).

Con respecto a la tristeza se obtuvieron dos relaciones estadísticamente significativas. La primera tiene que ver con el sexo de los respondientes. Los niños obtuvieron una media marginal de 62.5% y las niñas de 34.4%. Esto nos indica que los niños declararon estar sintiendo casi el doble de tristeza que las niñas.

La segunda relación significativa es la tristeza en relación con el nivel de castigo corporal. Como mencioné anteriormente, las relaciones arrojaron resultados inesperados para todos los sentimientos. Todos siguen una tendencia al decremento conforme aumenta la severidad del castigo corporal. En este caso es significativa estadísticamente por el nivel de decremento entre el castigo corporal menor y el severo. Éste pasa del 51.98% al 34.80%, hay un decremento del 17%. 

En relación con el enojo también resultaron dos relaciones estadísticamente significativas. Por un lado, la relación del enojo con el sexo y el nivel de castigo corporal. En el caso de los niños el enojo tiene un decremento drástico que va del 68.5% en sólo castigo corporal menor a 46% en castigo corporal severo.

Por otro lado, el caso de las niñas es una excepción en el ANCOVA lo que pasa con el enojo. Esto es porque con cada uno de los sentimientos, la tendencia en la relación con el nivel de castigo corporal siempre dio como resultado un decremento relacionado con el aumentó la severidad del castigo corporal. Sin embargo, los porcentajes tienen un leve aumento cuando pasa de sólo castigo corporal menor a castigo corporal severo. Aumenta de 27.8% a 33.8%; este tipo de resultado reitero no se dio en ninguna otra relación entre las variables medidas en el ANCOVA. Como podemos notar los porcentajes de las niñas y los niños que no entran en el rango de prevalencia van del 71.6 al 65.1 respectivamente.

Además la relación del enojo con el nivel de castigo corporal nos arroja cifras importantes, porque las niñas y los niños que no entran en la medida de prevalencia pero que forman parte de ese 84% que fue golpeado alguna vez en su vida es de 68.3% y va en decremento hasta el 39.7% con el castigo corporal severo.

En forma aparente, el dolor debería haber mostrado un mayor incremento acorde a la severidad del castigo dado que el castigo corporal severo se caracteriza por el uso de objetos y por golpes fuertes. Sin embargo, su tendencia también es a la baja y sólo se encontró una relación estadística significativa. Ésta es la que se da con el nivel de castigo corporal donde se nota un decremento de más del 10% del castigo menor al severo. De las implicaciones de estos resultados se hablará más adelante, pero como un primer atisbo de explicación podemos notar que las niñas y los niños no expresan un aumento en los sentimientos debido a que están acostumbrados al castigo. Esto no es cuestión menor porque implica que existe una interiorización de los procesos de violencia a los que son sometidos.

Por otro lado, el porcentaje de 52.8% de quienes no recibieron castigo corporal en el último mes y están sintiendo odio, nos dice mucho sobre las cifras que no develó la encuesta. Es decir, los porcentajes de niñas y niños que no fueron castigados corporalmente en el mes previo a la aplicación de la encuesta son mayores. Sin embargo, debido al diseño de la encuesta no los podemos relacionar con algún tipo de castigo corporal específico. Sólo sabemos que en algún momento de su vida les pegaron pero no cómo, cuándo o cuántas veces.

Sobre el odio tenemos una relación estadísticamente significativa con la edad. Este resultado es interesante en dos sentidos. El primero es que los porcentajes mayores están entre los 5 y los 9 años que es el grupo de edad mayormente castigado. El segundo es que todos los porcentajes superan el 40% y siete de ellos correspondientes al mismo número de edades superan el 70%. De estos siete hay varios que están por arriba del 80%.

En cuanto a las ganas de vengarse la relación estadísticamente significativa se dio con el nivel de castigo corporal. Hay un decremento de los que no recibieron castigo corporal en el último mes al castigo corporal severo del 17%. Aquí es importante señalar que quienes no recibieron castigo corporal en el tiempo en el que se mide la prevalencia pero que alguna vez en su vida les han pegado tienen un porcentaje de 91.8%.

Acerca de la ganas de llorar, los resultados del ANCOVA muestran la misma tendencia al decremento. No obstante es importante señalar que el porcentaje de quienes no recibieron castigo corporal en el mes previo al que respondieron la encuesta supera el 50%. El decremento hasta el castigo corporal severo es de 23%.

Cuando los niños respondieron sobre la necesidad de utilizar los métodos de disciplinamiento hay una opinión dividida. La respuesta que se refiere tanto a ninguno de ellos como a algunos suman más del 62%, esto es importante hacerlo notar porque en cada una de las encuestas realizadas cara a cara pedía a los niños si podían aclararme sus respuestas. Lo que me decían era que esta pregunta la relacionaban más con los métodos positivos que con los negativos. Por un lado, preferían que no les pegaran como método de disciplinamiento y por el otro, cuando respondían algunos se referían a que sólo preferían los métodos positivos.

No obstante, quienes respondieron que están de acuerdo con todos los métodos, es decir, el 27.5% reflejan una asimilación no sólo de los métodos positivos, sino también de los negativos. La segunda parte es la preocupante porque implica que al aceptar como forma de disciplinamiento los métodos negativos (castigo corporal y agresión psicológica) la probabilidad de que repitan patrones de violencia hacia sus futuros hijos es alta.

Dicho de otro modo, las niñas y los niños se van acostumbrando a que sus padres los castiguen de esa manera y con ello viene la aceptación. Es decir, nos indica que el proceso de normalización de la violencia es exitoso.

Ciertamente, la costumbre no implica que tanto las niñas como los niños dejen de sentir. Como vimos anteriormente, los resultados de esta investigación infieren que el 84% de la muestra fue golpeado en algún momento y que están experimentando sentimientos negativos al respecto. También vimos que el número de sentimientos aumenta con la severidad del castigo corporal. Sin embargo, también pudimos observar que cuando se analiza cada sentimiento en relación al nivel de castigo corporal, el porcentaje de cada sentimiento disminuye conforme avanza la severidad del castigo.

Considerando que el supuesto era que el porcentaje de cada sentimiento aumentará acorde a la severidad del castigo, lo que surge como una explicación no es que los niños estén sintiendo menos, sino que por un lado están reprimiendo sentimientos y por el otro, están manifestando la aceptación del castigo.

Lo anterior nos lleva a pensar que hay una normalización del castigo corporal en la cultura en la que están inmersos los niños de la muestra de mi investigación. Por lo tanto, su aceptación del castigo es parte de su proceso de socialización en la cultura del castigo corporal. Esto no quiere decir que las consecuencias de las que se ha hablado con anterioridad desaparezcan, sino que la aceptación de que lo problemas se resuelven con violencia es un principio que se transmite generación tras generación.

Conclusiones

Los resultados nos muestran relaciones entre los diferentes tipos de castigo a los que son sometidos los infantes. Pero los hallazgos que hay que destacar, son: El primero, que las niñas y los niños están siendo violentados de diversas formas en el campo doméstico; el segundo,  que el castigo corporal tanto menor como severo están normalizados en el campo doméstico, de tal manera que podemos hablar del castigo corporal como parte esencial del habitus del campo doméstico en Hermosillo, Sonora; tercero, que las niñas y los niños experimentan diferentes sentimientos negativos hacia su padre o madre cuando se les aplica algún tipo de castigo corporal y que ello, ya es en sí misma una consecuencia grave; cuarto, que las niñas y los niños tienen una prevalencia mayor si se aumenta el rango de medición, lo que implica que es importante hacerlo en estudios futuros para determinar tanto una mayor prevalencia y también la cronicidad, es decir, la cantidad de veces que les pegan en un tiempo determinado. Lo anterior, nos lleva a reflexionar sobre las formas en que estamos educando a nuestros hijos en casa.

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Por ejemplo, en el estudio de Dobbs, Smith et al (2006) varios niños y niñas declararon que sus padres a veces les pegaban por tirar los juguetes y otras veces no; o que a veces lo hacen enojados y otras veces no. Los niños perciben la inconsistencia en el castigo lo que implica que no entiendan porque se les castiga de una forma  y de otra después, por las mismas razones.

En una investigación piloto innovadora realizada por Holden et al (2014) se utilizaron grabadoras para captar incidentes relacionados con castigo corporal en 33 hogares. Se encontraron incidentes de castigo corporal en general en un 45% de los hogares. Los resultados son consistentes con los encontrados en nuestra investigación en Hermosillo.

El resultado de nuestra investigación es consistente con lo encontrado por Gershoff et al( 2012) en una muestra de 11.040 familias estadounidenses, donde el 80% de las madres reportaron haberle pegado a sus hijos en algún momento de su vida. Lansford y Deater-Deckard( ibid., 67) encontraron que el 18% de las niñas y los niños en una muestra de 24 países nunca habían sido violentados. Este porcentaje es muy cercano al encontrado en la muestra de nuestra investigación en Hermosillo.

Esto es similar en las tendencias encontradas por Straus (1999, 59) donde conforme aumenta la edad disminuye el castigo corporal.

Lansford et al (2011) realizaron un estudio con dos grupos etarios, 562 niñas y niños entre 6 y 9 años; y 290 niños entre los 10 y los 15 años.  Para el primer grupo encontraron un aumento de la externalización de comportamientos negativos al año siguiente de la primera etapa del estudio. Esta externalización de comportamientos incluye desobediencia, agresión física, comportamientos desafiantes y delincuenciales(Lansford, Wager, Bates, Pettit and Dodge 2012, 224).  Para el segundo grupo encontraron una relación positiva entre el castigo corporal y el comportamiento antisocial. Éstas son sólo algunas de las consecuencias de las muchas señaladas durante la revisión de la literatura del primer capítulo.

Castigo corporal menor

Los resultados en este rubro son diferentes a los encontrados por Straus  (1999) donde los niveles socioeconómicos bajos tienen una prevalencia mayor. Hawk y Holden (2006) manifiestan algo similar cuando arguyen que entre los determinantes del castigo corporal están los padres con menor educación e ingresos. El mismo tipo de resultados fueron encontrados por Lansford y Deater-Deckard (2012)  durante una investigación realizada en 24 países con datos de 30,470 familias.

En un estudio realizado en Alemania con 570 familias se encontró que el castigo corporal severo puede provocar desorden de conducta, problemas de personalidad y ansiedad (Engfer and Schneewind 1982). También, durante una revisión de la literatura sobre castigo corporal y parentalidad deficiente se detectó que la combinación de estos dos elementos es el caldo de cultivo perfecto para que en el futuro los niños desarrollen actitudes violentas hacia sus parejas (Schwartz, Hage, Bush and Burns 2006).  También se encontró que a mayor severidad del castigo corporal mayores los reportes de externalización de comportamientos negativos (Lansford, Wager, Bates, Pettit and Dodge 2012),234.

Una investigación realizada en cuatro países con menores de 8 a 12 años (Lansford, Malone, Dodge, Lei Chang, Chaudhary, Tapanya, Oburu and Deater-Deckard 2010) obtuvo entre sus resultados que el castigo corporal severo provoca en las niñas y los niños ansiedad y agresión. Lo anterior es provocado por la hostilidad que los infantes perciben de sus madres.

Thorton (2014) encontró que la violencia doméstica provocaba infelicidad, ansiedad, enojo y confusión en las niñas y los niños. Pero la consecuencia más grave fue la incapacidad de los menores para procesar sus emociones, lo que los lleva a un trauma complejo en su desarrollo que se manifiesta sobre todo en síntomas diversos provocados por un estrés inmanejable.

En 1998 el Buró Nacional de los Niños y Save the Children (Willow, Hyder, Save the Children and National Children's 1998) llevaron a cabo el primer acercamiento a los sentimientos de los niños en relación a los golpes que recibían de sus padres. Realizaron 16 grupos de discusión con niños entre los 5 y los 7 años de edad. El objetivo de este estudio es que los niños y las niñas pudieran hablar del castigo corporal y de sus sentimientos hacia ello. Algunos de los resultados de lo que expresaron las niñas y los niños son los siguientes: Que los golpes duelen; la mayoría de los niños participantes en el estudio manifestaron que está mal que sus padres les peguen; la gran mayoría de los niños responden negativamente a los golpes.

En el 2006, se realizó un estudio con el objetivo de examinar los significados de la disciplina familiar y el castigo corporal desde la perspectiva de los niños (Anne Dobbs, Smith and Taylor). Esta investigación se realizó con niños y niñas de 5 a 14 años de edad. Los resultados mostraron que los niños no siempre comprenden el mensaje que sus padres les quieren dar cuando les pegan; que perciben los golpes como injustos y; que tienen un sensación de impotencia y una incapacidad para discrepar de lo que dicen sus padres. Esto lo asumen como una parte inevitable de ser niños.

En la investigación de Doobs, Smith y Taylor se encontró lo siguiente con respecto a los sentimientos: En el grupo de niños de 5 a 7 años de edad, el 43% sintió enojo y disgusto hacia los padres; el 35% sintió tristeza, molestia y ganas de llorar; el 25% manifestó querer que sus padres les retribuyeran el daño y aumentaron sus transgresiones. En el grupo de 9 a 11 años de edad, el 33% sintió enojo y disgusto hacia los padres; el 40% sintió tristeza, molestia y ganas de llorar; el 37% manifestó querer que sus padres les retribuyeran el daño y aumentaron sus transgresiones. En el grupo de 12 a 14 años de edad; el 51% sintió enojo y disgusto hacia los padres; el 45% sintió tristeza, molestia y ganas de llorar; el 45% manifestó querer que sus padres les retribuyeran el daño y aumentaron sus transgresiones.

Los resultados presentados en los estudios mencionados tienen una gran consistencia con los resultados encontrados en nuestra investigación.

Para obtener información de contacto de los autores, favor de escribir a info@transformacion-educativa.com.