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Motivos

Aun­que es recu­rren­te en dis­cur­sos cien­tí­fi­cos, edu­ca­ti­vos, polí­ti­cos o elec­to­ra­les la idea de que la edu­ca­ción es palan­ca del desa­rro­llo, difí­cil­men­te la expli­can. La pre­gun­ta es ¿Cómo la edu­ca­ción trans­for­ma a las per­so­nas para que éstas modi­fi­quen su cir­cuns­tan­cia y que las comu­ni­da­des se vean bene­fi­cia­das en consecuencia?

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De mane­ra gene­ra­li­za­da lo que vemos has­ta hoy es que las pri­ma­rias, secun­da­rias, bachi­lle­ra­tos y uni­ver­si­da­des se encie­rran entre sus pare­des y sus buro­cra­cias; se hacen aje­nas a los pro­ble­mas socia­les, ambien­ta­les y a los crí­ti­cos efec­tos del sis­te­ma eco­nó­mi­co dominante.

La reali­dad caó­ti­ca, mix­tu­ra de pobre­za, vio­len­cia, des­es­pe­ran­za, cri­sis gene­ra­li­za­da, que debie­ra ser el labo­ra­to­rio vivo del apren­di­za­je y de la ense­ñan­za; que inter­pe­la en todo momen­to el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co, la inves­ti­ga­ción y la tec­no­lo­gía, pare­ce ser un terreno muy dis­tan­te, ocul­to para el tra­ba­jo de las aulas, de las cáte­dras, de las pedagogías.

¿Cómo pue­de la escue­la con sus maes­tros, estu­dian­tes, tra­ba­ja­do­res, inci­dir en la solu­ción de pro­ble­mas comunitarios?

¿Cuá­les son las estra­te­gias curri­cu­la­res, las refle­xio­nes epis­te­mo­ló­gi­cas, las heu­rís­ti­cas, los pro­gra­mas edu­ca­ti­vos que arti­cu­len la edu­ca­ción for­mal e infor­mal a la modi­fi­ca­ción de tales reali­da­des dolorosas?

¿Quién, cuán­do y cómo debe asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de gene­rar alter­na­ti­vas de vida, de pro­duc­ción, de empleo, de ali­men­ta­ción, de cul­tu­ra y de pensamiento?

Sin duda, son múl­ti­ples los gru­pos, orga­nis­mos, orga­ni­za­cio­nes, ins­ti­tu­cio­nes, que en los terri­to­rios y en los sec­to­res indí­ge­nas-cam­pe­si­nos empe­ñan esfuer­zos para aco­me­ter tales inte­rro­gan­tes y desa­fíos. Esos empren­di­mien­tos de eji­dos, comu­na­li­da­des, eco­mu­ni­da­des, orga­ni­za­cio­nes auto­ges­tio­na­rias, comi­tés, empre­sas, cen­tros de inves­ti­ga­ción, etc., vie­nen sus­cri­bien­do la his­to­ria no publi­ci­ta­da, los rela­tos de inno­va­cio­nes don­de se con­ju­ga lo ances­tral y lo moderno, lo ver­nácu­lo y lo posmoderno.

Para que otros tran­si­ten sen­de­ros menos escar­pa­dos, sin la car­ga de todos los yerros, es impres­cin­di­ble la memo­ria, la tes­ti­fi­ca­ción y el acom­pa­ña­mien­to de un via­je­ro con expe­rien­cia, la cual cons­ti­tu­ye el intan­gi­ble pode­ro­so que guía al extra­via­do, orien­ta al aven­tu­re­ro, impul­sa al teme­ro­so o sere­na al impetuoso.

Urge un encuen­tro de expe­rien­cias en las que la escue­la derri­be sus muros y deje entrar a la comu­ni­dad; don­de los libros o compu­tado­ras se uti­li­cen en el comi­té o la asam­blea; don­de los pla­nes de estu­dio con­ten­gan las letras de padres de fami­lia, del repre­sen­tan­te comu­nal, del cam­pe­sino y de los pro­pios estu­dian­tes; don­de los ensa­yos se escri­ban por la colec­ti­vi­dad resuel­ta a opo­ner­se al domi­nio ajeno; en las que la natu­ra­le­za y la sus­ten­ta­bi­li­dad son el cen­tro de la exis­ten­cia, del pen­sa­mien­to y de las economías.