Foto: Josu Sein

Reclu­so­rio Molino de las Flo­res
Tex­co­co, Esta­do de Méxi­co a 12 de Mayo de 2016.

Her­ma­nos y Her­ma­nas
Com­pa­ñe­ros y Compañeras

Catástrofe y certificación

El domin­go ante­pa­sa­do “vola­ron” a más de 600 inter­nos dejan­do impo­ten­tes e indig­na­dos a sus fami­lia­res. Nadie sabía ni a don­de, ni por­qué. El acto dic­ta­to­rial y arbi­tra­rio en el que se uti­li­za­ron cien­tos de uni­for­ma­dos puso en ten­sa espe­ra a todos, y las espe­cu­la­cio­nes de nue­vos tras­la­dos a otras cár­ce­les así como de reubi­ca­cio­nes inter­nas nos tie­nen con el alma en un hiIo.Todo es por la cer­ti­fi­ca­ción del penal, el gran des­pro­pó­si­to del sis­te­ma peni­ten­cia­rio mexi­quen­se. Se des­pre­su­ri­za Tex­co­co, para sobre satu­rar otros reclu­so­rios. Se mue­ven cien­tos de reclu­sos y se les ale­ja tan­to de sus luga­res de ori­gen como de las aten­cio­nes de la fami­lia. Se infli­gen injus­ta e ile­gal­men­te tor­tu­ras emo­cio­na­les y gol­pes psi­co­ló­gi­cos tan­to a los tras­la­da­dos como a sus seres que­ri­dos; se vul­ne­ra inhu­ma­na­men­te el pro­ce­so de “readap­ta­ción social” tras­to­can­do seve­ra­men­te las tra­yec­to­rias y segui­mien­tos de las áreas téc­ni­cas, labo­ral, psi­co­ló­gi­ca, edu­ca­ti­va, etc.

Cer­ti­fi­car es un pro­ce­di­mien­to para estan­da­ri­zar los pro­ce­sos bajo cri­te­rios de cali­dad, nor­ma­li­za­ción y solu­ción de defi­cien­cias. Cer­ti­fi­car una ins­ti­tu­ción públi­ca como son las cár­ce­les, que no pri­va­das o par­ti­cu­la­res, supo­ne una suje­ción de los actos de gobierno al escru­ti­nio públi­co, esto es, expo­ner a la vis­ta de la socie­dad aque­llo que siem­pre ha sido clan­des­tino, oscu­ro, secre­to de Esta­do y al mar­gen del dere­cho y las leyes.

Has­ta aho­ra, noso­tros los reclu­sos, más que bene­fi­cia­rios de la cer­ti­fi­ca­ción, somos iner­mes víctimas.

Sube el piano, baja el piano

Como en las come­dias de Tin Tan, aquí, cada que hay dili­gen­cias de la cer­ti­fi­ca­ción nos meten y nos sacan de las cel­das; ya vie­nen, ya se van, no vie­nen, ya entra­ron, ya salie­ron; qui­ten los cables, mue­van los garra­fo­nes, escon­dan las bol­sas, des­cuel­guen la ropa, pón­gan­se de pie de fren­te a la pared, fór­men­se, guar­den la comi­da.. ya se la saben, dicen los cus­to­dios y los coman­dan­tes, vigi­lan­tes celo­sos de las apa­rien­cias. Sube el piano, baja el piano, y mien­tras, nos que­da­mos a mer­ced del cri­te­rio y gus­to de cada uno de los cus­to­dios que nos dan ins­truc­cio­nes, todas dis­tin­tas e impre­ci­sas, todo en un tor­be­llino de con­fu­sio­nes en las que noso­tros somos los obli­ga­dos cul­pa­bles de sus des­or­de­nes y desatinos.

¿Cuá­les serán los requi­si­tos de la cer­ti­fi­ca­ción? no lo sabe­mos, pero sen­ti­mos en cada uno de los ya innu­me­ra­bles cacheos, que come­te­mos el cri­men de no ser vege­ta­les. Está san­cio­na­do comer, está prohi­bi­do usar tras­tes, es ile­gal tener garra­fo­nes de agua puri­fi­ca­da que trae la fami­lia con inde­ci­bles esfuer­zos; ni siquie­ra pode­mos apar­tar agua de la lla­ve en garra­fo­nes (dañi­na por cier­to, cau­san­te de dolor esto­ma­cal y dia­rrea) por­que los garra­fo­nes fue­ron reti­ra­dos. No pode­mos tener bol­sas ni cos­ta­les para la ropa y los ence­res de aseo. No pode­mos bañar­nos si por casua­li­dad tuvié­se­mos opor­tu­ni­dad de hacer ejer­ci­cio, ya que no hay agua en la lla­ve y poca que hay esta apar­ta­da para el sani­ta­rio. No podre­mos cam­biar­nos de ropa por­que solo nos deja­ron tres mudas y no es posi­ble lavar con­ti­nua­men­te, se lle­va­ron el jabón, los botes, y están veta­dos los ten­de­de­ros o los espa­cios con sol, cada que hay visi­tas o super­vi­sio­nes. Más de dos libros o dos cua­der­nos o dos lápi­ces, están prohi­bi­dos. Los jue­gos de azar, como el aje­drez — ja, ja, ja- son confiscados.

Los ali­men­tos que la fami­lia nos pro­vee en la visi­ta y que nos per­mi­te sobre­vi­vir a la insu­fi­cien­te y defi­cien­te ración del ran­cho son el “coco” de la direc­ción, su gran­de cala­mi­dad; pero son a la vez la opor­tu­ni­dad de los cus­to­dios para hacer­se de un dine­ri­to al per­mi­tir su ingre­so; son una opor­tu­ni­dad para que algu­nos ele­gi­dos cobren las calen­ta­das y las refri­ge­ra­das. Todo podría resol­ver­se si se corri­ge la die­ta y el ser­vi­cio de dis­tri­bu­ción. Como se lle­va­ron nues­tros tras­tes, el penal debe dotar­nos al menos de un vaso y una cucha­ra. Eso sí debe­rían cer­ti­fi­car­lo para que no ten­ga que traer­lo la familia.

El col­mo de la arbi­tra­rie­dad ha sido que en área ver­de o indi­cia­dos, dos cel­das y un pasi­llo don­de viví los pri­me­ros once meses, y don­de se alo­jan actual­men­te más de 70 reclu­sos, los han deja­do sin garra­fo­nes, sin la posi­bi­li­dad de apar­tar agua para beber, bañar­se o para la letri­na. Por si fue­ra poco, las letri­nas comu­nes del Dor­mi­to­rio 1, solo ser­vían dos de cua­tro, fue­ron des­mon­ta­das para colo­car tazas, mis­mas que no se han ins­ta­la­do y ello nos obli­ga a defe­car en las cel­das, lo que pro­du­ce humi­llan­tes incomodidades.

Pese a que dis­mi­nu­yó en más de la mitad la pobla­ción, el núcleo esco­lar man­tie­ne la per­ma­nen­te sus­pen­sión de cla­ses y sus­pen­sión del ser­vi­cio de biblio­te­ca. Nues­tra readap­ta­ción social sigue en ries­go con­fi­gu­rán­do­se como la cró­ni­ca de un fra­ca­so guber­na­men­tal anun­cia­do. Las vaca­cio­nes esco­la­res se pro­lon­gan más y más, para infor­tu­nio de aque­llos que toma­mos la escue­la como una “sal­va­ción” del día de muerto.

En tan­to la direc­ción del plan­tel bai­la al son que le toca el orga­nis­mo cer­ti­fi­ca­dor, los cus­to­dios nos some­ten al deplo­ra­ble impe­rio de la simu­la­ción y la cómi­ca his­to­ria del sube el piano, baja el piano.

Leña del árbol caído

Cuan­do cae­mos en la cár­cel entra­mos en shock y a par­tir de enton­ces el shock, uno tras otro, nos habi­ta irre­me­dia­ble­men­te. Vivi­mos una exis­ten­cia pro­vi­sio­nal, espe­ran­do, y como árbo­les caí­dos se nos con­vier­te en leña, tan­to más, como más des­pro­te­gi­dos, mas mar­gi­na­dos, más des­pro­vis­tos de cul­tu­ra esta­mos. Se apro­ve­cha de noso­tros el cus­to­dio que pasa la lis­ta, el interno que extor­sio­na, el abu­si­vo que arran­ca los tenis o el “bar­co” que man­da la fami­lia. Nos cobran la “reme­sa”, la “tala­cha”, nos nie­gan el medi­ca­men­to, nos cobran la subi­da a la visi­ta y la baja­da tam­bién. El que no habla en las audien­cias, el que no sabe la dife­ren­cia entre Juez y minis­te­rio públi­co, el que no pide ni reci­be ase­so­ría del abo­ga­do de ofi­cio, el que per­ma­ne­ce inmó­vil y con la mira­da per­di­da ante la sen­ten­cia abu­si­va, el que calla su gri­to y su llan­to para que no le digan borre­ga, pon­cha­do o par­ti­do, es el árbol caí­do y de ello todos tene­mos mucho o poco, has­ta don­de el poder y el shock os domi­nan el espíritu.

¿Qué cul­pa ha de tener la fami­lia por la reclu­sión de su interno? Para que la madre ancia­na ten­ga que ser des­nu­da­da y obli­ga­da a hacer sen­ta­di­llas fren­te a la cus­to­dia mor­daz. Para que la ama­da se encar­ce­le una noche o unas horas con­yu­ga­les en una habi­ta­ción pes­ti­len­te, sin agua, sin al menos una cor­ti­na para el baño, sin una sába­na o cobi­ja, sin una toa­lla que no ten­ga los humo­res insa­lu­bres de la cár­cel. Para que no escu­chen ni hablen al reo en el telé­fono, por­que de once apa­ra­tos en el Dor­mi­to­rio 1 solo fun­cio­nan dos y están suje­tos al capri­cho del cus­to­dio en turno. Para que reci­ban el tra­to pre­po­ten­te y dés­po­ta de las auto­ri­da­des, cuan­do se hace el míni­mo trá­mi­te o soli­ci­tud de información.

Así es el mol­de peni­ten­cia­rio y sus hachas clan­des­ti­nas, pero cono­ci­das por todos. Así es la indus­tria que hace leña: ira­cun­da, per­ver­sa, hipócrita.

Indus­tria que repor­ta dine­ri­to al que sepa hacer­lo, si a su vez le repor­ta lo corres­pon­dien­te al de arri­ba. Indus­tria don­de los cul­pa­bles o ino­cen­tes del deli­to, somos inelu­di­ble­men­te mate­ria de cas­ti­go y mar­ti­rio para el pla­cer de leña­do­res insa­cia­bles. La cer­ti­fi­ca­ción de la indus­tria no quie­re corre­gir a la indus­tria, quie­re seguir cas­ti­gan­do al infor­tu­na­do que cayó en ella.

La cer­ti­fi­ca­ción que nos man­tie­ne en el tor­be­llino de las incer­ti­dum­bres no está mejo­ran­do la cár­cel para los encar­ce­la­dos, está sumer­gién­do­nos más en su caos deli­be­ra­da­men­te crea­do. No es una sali­da de la cri­sis peni­ten­cia­ria, mucho menos una des­car­ga para la socie­dad y su pre­su­pues­to públi­co. La cer­ti­fi­ca­ción es la errá­ti­ca apa­rien­cia de un mode­lo que no lle­ga mien­tras no se con­si­de­re a los reos como seres huma­nos que sien­ten y están vivos.

Vemos con fre­cuen­cia que las auto­ri­da­des toman foto­gra­fías de los pisos con loe­tas, los muros recién blan­quea­dos, las líneas ama­ri­llas y rojas por don­de tene­mos que cami­nar con las manos atrás y la vis­ta al sue­lo, de la exclu­sa refor­za­da con ace­ro, de el pas­ti­to recor­ta­do y de las rejas lim­pias. Pero, segu­ra­men­te, en sus foto­gra­fías evi­tan impri­mir la pala­bra aca­lla­da, la mira­da de odio, la indig­na­da den­ta­du­ra apretada…la cóle­ra impo­ten­te con que ali­men­ta­mos a dia­rio nues­tra lucha por la libertad.

OSCAR HERNANDEZ NERI
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