Foto: David Yerga

A los papás del preescolar Alberto Durero y a sus educadoras

Mi niña, tal vez tú no te acuer­des de esto que te voy a con­tar, pero hoy lo escri­bo para expli­car­te mi serendepia.

Es el rega­lo de cum­plea­ños que te entre­go con la espe­ran­za de que te des cuen­ta del sig­ni­fi­ca­do que tú, Ate­nea y Vril, tie­nen en mi vida y en mi mun­do. Es un rega­lo que hago para que dure por todos tus días, por toda tu historia.

Fue un día del padre cuan­do cur­sa­bas el últi­mo año de pre­es­co­lar allá en Izta­pa­la­pa. Las maes­tras orga­ni­za­ron un fes­te­jo e invi­ta­ron a los papás. La maes­tra de tu gru­po nos dio la bien­ve­ni­da y jun­to con uste­des los y las niñas nos can­ta­ron las maña­ni­tas y nos die­ron gela­ti­na con galle­tas. Lue­go se arma­ron los jue­gos, los con­cur­sos y com­pe­ten­cias para pro­mo­ver un ambien­te de ale­gría y cordialidad.

Hubo una acti­vi­dad sobre­sa­lien­te entre todas aque­llas téc­ni­cas que imple­men­ta­ron las edu­ca­do­ras y que yo les admi­ro por­que saben lograr el movi­mien­to, la inter­ac­ción y el diver­ti­mien­to de chi­cos y gran­des usan­do la peda­go­gía y la didác­ti­ca. El padre tenía que abra­zar y car­gar al peque­ño o peque­ña, así que te abra­cé y espe­ré ins­truc­cio­nes, nos dijo la maes­tra que sería un con­cur­so de fuer­za y habi­li­dad. Colo­có un glo­bo infla­do entre los dos a la altu­ra de nues­tro pecho. A la cuen­ta de tres tenía­mos que correr has­ta el otro lado del patio esco­lar y cuan­do lle­gue­mos al pun­to seña­la­do con una mesa debe­ría­mos reven­tar el glo­bo pre­sio­nán­do­lo con nues­tros cuer­pos, eso impli­ca­ba cui­dar que no se  caye­ra mien­tras yo corría con­ti­go en bra­zos y que lue­go lo rom­pié­ra­mos pre­sio­nán­do­nos con fuerza.

Duran­te el con­teo del uno al tres me susu­rras­te al oído: vamos a ganar papi.

Corrí car­gan­do toda mi edad y mi pan­za ade­más de tu peso, en algún momen­to sen­tí que me iba de bru­ces por­que tus pies estor­ba­ban en mis pier­nas, una caí­da hubie­ra sido catas­tró­fi­ca, ade­más de tirar el glo­bo, te podía caer enci­ma, pero aun así fui­mos la segun­da pare­ja en lle­gar a la mesa. Ya la maes­tra espe­ra­ba y nos gri­ta­ba, aprie­ten, aprie­ten, no se vale usar las manos. El con­de­na­do glo­bo no se rom­pía y estu­vo a pun­to de salir pro­yec­ta­do por el apre­tón. No se rom­pía y bai­la­ba como bur­lán­do­se de noso­tros, se defor­ma­ba fle­xi­ble­men­te y hacía soni­dos que me pare­cían riso­ta­das. Ese glo­bo esta­ba endia­bla­do, ¿cómo un plás­ti­co tan del­ga­do resis­tía tan­to? No se rom­pía, nos esqui­va­ba. Tuve que rodear­te con mis dos bra­zos en tu espal­di­ta para pre­sio­nar más con­tun­den­te­men­te por eso te las­ti­ma­ba así que en un momen­to ya de deses­pe­ra­ción, ya de impo­ten­cia, le puse al glo­bo mi mano izquier­da mien­tras te car­ga­ba con la dere­cha. De inme­dia­to me dijis­te ¡eso es tram­pa! Yo tenía en mi cabe­za ganar, ser el pri­me­ro. Como siem­pre en mi vida, ganar, ser el pri­me­ro. Por­que siem­pre quie­ro ganar, por­que mi niña tie­ne un papá gana­dor, un papá que es el ejem­plo, debe ser el pri­me­ro, el mejor. Pero mi niña me puso en aprie­tos, y no aprie­tos para apre­tar el glo­bo, sino en aprie­tos exis­ten­cia­les. Los ins­tan­tes se suce­dían y el glo­bo no esta­lla­ba. Vi de reo­jo que otro papá reven­tó su glo­bo con las uñas de los dedos y sen­tí enfu­re­cer­me, por­que esa no era la regla y por­que ya debía ganar, yo debía ser el padre de la niña orgu­llo­sa de su padre gana­dor, el padre, que siem­pre gana, aun­que esté pan­zón, aun­que sea más vie­jo que los otros padres, aun­que haga tram­pa. Pero no, me dijis­te eso es trampa…y “per­di­mos” la com­pe­ten­cia. Aun así con­ti­nua­mos abra­zán­do­nos, apre­tán­do­nos, el glo­bo rebel­de nun­ca se rom­pió. Inclu­so todos los padres lo habían tro­na­do, con las manos. Algu­nos niños fue­ron los que lo reven­ta­ron con sus dedi­tos al ver que no se rom­pía con apre­to­nes. Sí, la mayo­ría hicie­ron tram­pa, si no es que todos.

Yo me repro­cha­ba no haber­lo reven­ta­do con los dedos o has­ta con los dien­tes. Me caía mal yo mis­mo por no haber gana­do algo tan sim­ple y tan idio­ta. Real­men­te me puse furio­so. ¿Cómo es posi­ble que nos ganaran?¿Acaso fui­mos más ton­tos que los demás?¿Acaso no pudi­mos ganar hacien­do tram­pa  como todos lo hicie­ron? ¡Qué bochor­no­so fracaso!

Pero tam­bién en mi con­cien­cia no deja­ba de pal­pi­tar tu expre­sión: eso es tram­pa. Y me que­da­ba cla­ro que si no rom­pí el glo­bo con la mano es por­que tú me dijis­te eso es tram­pa. Me cos­ta­ba tra­ba­jo reco­no­cer­lo, pero tenías razón y no me atre­ví a igno­rar­te, no podía con­ver­tir­me fren­te a ti en un tram­po­so. Eso me deja­ba un tan­to satis­fe­cho, pero había­mos gana­do, eso irri­ta­ba. Sí, esta­ba muy con­tra­ria­do, esa es la pala­bra: con­tra­rie­dad. Por un lado que­ría ganar a como die­ra lugar, pero no que­ría ense­ñar­te que hacer tram­pa es des­ho­nes­to. Hacer tram­pa es des­ho­nes­ti­dad, sería men­tir a los demás y men­tir­se uno mismo.

Des­de enton­ces me dejas­te una tarea para mi con­cien­cia, para mi moral, para mi con­gruen­cia de padre, de maes­tro, de hom­bre. ¿Qué hacer si no se pue­de ganar más que hacien­do tram­pa? Sólo podía­mos ganar vio­lan­do las reglas. No pudi­mos ganar, por res­pe­tar­las. Y pare­cie­ra que muchas cosas en la vida son igua­les. Se hace tram­pa, se es des­ho­nes­to, se mien­te, se enga­ña, se ocul­ta la ver­dad, para obte­ner logros, para alcan­zar bene­fi­cios y metas.

Copia­mos el examen, para apro­bar la mate­ria; come­te­mos fal­tas en el fut­bol, para ganar el par­ti­do; nos ven­den kilos de a medio, para obte­ner más ganan­cias; mien­te el espo­so a la espo­sa, para tener una aven­tu­ra; enga­ña la tele­vi­sión al públi­co, para ven­der miles de pro­duc­tos; pre­su­men sus logros los gober­nan­tes, para ocul­tar la reali­dad de mise­ria y cri­sis; cons­tru­yen cul­pa­bles los poli­cías y jue­ces, para resol­ver deli­tos. En todos los órde­nes de la socie­dad se hace tram­pa  para ganar. Si no se hace tram­pa, no se gana.

¿Cómo resol­ver ese intrín­gu­lis? Tal vez eso no se pue­de resol­ver, por­que no hay solu­ción, sino que hay que hacer otro tipo de preguntas.

Han pasa­do sie­te años des­de aque­lla maña­na del pre­es­co­lar y no con­si­go expli­car una sali­da para esta con­tra­dic­ción, para esta enor­me preocupación.

Pero aho­ra que estoy pre­so, vivo mi exis­ten­cia pro­vi­sio­nal con un pro­pó­si­to: la liber­tad. Cen­tro mi aten­ción en mi defen­sa legal, en sobre­vi­vir la pri­sión, en man­te­ner­me aler­ta y apto para seguir luchan­do, para ven­cer el mons­truo de la injus­ti­cia: la pro­cu­ra­du­ría y el juzgado.

En esta bús­que­da de la liber­tad, des­cu­brí una solu­ción al pro­ble­ma de ganar sin tram­pas. Esa es mi serendepia.

Me susu­rras­te al oído: vamos a ganar papi, y  tenías razón gana­mos. Aho­ra lo entien­do bien, he  des­cu­bier­to acci­den­tal­men­te una explicación.

Al recor­dar aquel día del padre, con­ti­go en los jue­gos del pre­es­co­lar, en mi noche de insom­nio en esta cel­da de sole­da­des y amar­gu­ras, revi­ve nues­tro abrazo.

Tu escue­la nos con­vo­có a jugar, a diver­tir­nos a reír­nos, y mien­tras me ocu­pé de com­pe­tir y ven­cer a los otros no me di cuen­ta que el glo­bo era un pre­tex­to. El glo­bo era el buen jugue­te que me hizo ten­der mis bra­zos en toda la exten­sión de tu cuer­pe­ci­to. Sen­tí tus hue­sos, tu alien­to, tu mira­da, tu risa her­mo­sa. Te aga­rré con toda mi ter­nu­ra y corrí car­gán­do­te en bra­zos una carre­ra que no se ha ter­mi­na­do ni sie­te des­pués. El glo­bo nos jugó la bro­ma de resis­tir el peso, la pre­sión; nos hizo cóm­pli­ces, com­pa­ñe­ros, invi­ta­dos a una peque­ña fies­ta  que tam­po­co ter­mi­na por­que tie­ne reviviscencia.

La carre­ra, al glo­bo, el abra­zo, tu susu­rro, tu expre­sión, revi­ven mien­tras te sien­to otra vez, mien­tras te trai­go a mis bra­zos y a mi pecho, aquí  en la celda.

Por­que el abra­zo de una hija, de un hijo, es la mara­vi­lla de un hom­bre en des­gra­cia; es el bál­sa­mo de las heri­das. Es el triun­fo de toda com­pe­ten­cia, de todo con­cur­so, de toda carre­ra. Es el tiem­po y el  espa­cio que este uni­ver­so nos con­ce­dió para no dejar de cre­cer, de expan­dir­nos, de recordar.

La seren­de­pia es la capa­ci­dad de  hacer des­cu­bri­mien­tos por acci­den­te y saga­ci­dad, cuan­do se está bus­can­do otra cosa.

Yo, bus­can­do la liber­tad he encon­tra­do tu abra­zo del pre­es­co­lar y me des­cu­brí como el gana­dor que tú anti­ci­pas­te cuan­do dijis­te al oído: vamos a ganar papi. Sí gana­mos, y la tram­pa se que­dó muy, muy lejos. La tram­pa fue el fan­tas­ma que me espi­nó la con­cien­cia, que me sem­bró la incó­mo­da pre­gun­ta que hoy res­pon­do sin dudas y sin  pre­gun­ta alguna.

La per­fec­ción del mun­do ocu­rre cuan­do los hijos y los padres se abra­zan y se ríen y se divier­ten, lla­ma­dos por el uni­ver­so que en ese momen­to se hace per­pe­tuo y trans­pa­ren­te. La per­fec­ción del uni­ver­so se encuen­tra en el abra­zo que no con­clu­ye por­que está espe­ran­do siem­pre, sus­pen­di­do para repe­tir­se, para gozar­se, para recor­dar­se. En esa per­fec­ción no hay tram­pas ni pre­gun­tas super­fluas, ni  explicaciones.

Gra­cias Tor­na por mi seren­de­pia y por tu pro­fe­cía de preescolar.

Gra­cias por ense­ñar­me que las tram­pas no tie­nen lugar en nues­tros abra­zos, en nues­tros jue­gos y en nues­tras risas.

Feliz sea este día y todos tus días.

Con todo mi amor.

Oscar Her­nán­dez Neri
www.niunpresuntoculpablemas.org