Ayer (11 de junio) fue mi cuar­ta audien­cia en el Juz­ga­do Pri­me­ro del Reclu­so­rio Molino de Flores.

Me bañe y afei­te a las 7:30 con agua fría , afor­tu­na­da­men­te está tibia, lue­go en la cel­da – mi can­tón en el Área Ver­de – per­ma­nez­co jun­to a 18 inter­nos ence­rra­do espe­ran­do el pase de lis­ta y cam­bio de cus­to­dio. Impa­cien­te espe­ro el gri­to del esta­fe­ta (men­sa­je­ro que vocea los nom­bres a gri­to abier­to para que todos los inter­nos escu­chen en los dis­tin­tos dor­mi­to­rios) eseeee Neeriiii.

Esa es la señal para salir de la cel­da, lue­go salir del Área Ver­de, pasar la exclu­sa, salir de la reja hacia el edi­fi­cio de juz­ga­dos y lle­gar a  la reji­lla de prác­ti­cas. En cada paso hay cus­to­dios abrien­do y cerran­do candados.

Ya lle­gó mi abo­ga­do y dos tes­ti­gos, los veo detrás de la vidrie­ra pro­te­gi­da por una reja metá­li­ca de celo­sía. Tam­bién está el secre­ta­rio que escri­be en el tecla­do tenien­do el moni­tor fren­te a sí y fren­te a mí. Solo hay un círcu­lo de 20m de diá­me­tro en el vidrio por don­de se pue­de hablar y escu­char al exte­rior. Me salu­dan, los salu­do. Siem­pre se agi­ta el cora­zón cuan­do veo a los míos, se me  hace un nudo en la garganta.

Van lle­gan­do pro­fe­so­res, estu­dian­tes, vie­jos cono­ci­dos de otras escue­las, com­pa­ñe­ros que no sos­pe­ché que podría ver. Me sor­pren­de tan­ta gen­te detrás del mos­tra­dor que limi­ta la entra­da a la ofi­ci­na del juz­ga­do. Los salu­do, las salu­do levan­tan­do mis manos; cómo qui­sie­ra abra­zar­los, estre­char con fuer­za sus manos. Es un gus­to que no pue­do gri­tar por­que se me tapa la gar­gan­ta con­mo­vi­da. Sien­to un poco de pena que vean mis lagri­ma­les sin control.

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Ellos, ellas, levan­tan y agi­tan mi foto­gra­fía en sus manos. Los veo azo­ra­dos, con ojos abier­tos al máxi­mo, aten­tos, escru­ta­do­res. Se hacen pre­sos como yo; un poco o un mucho, cada quien se pone mis zapa­tos y vis­te mi ropa azul, la ropa que vis­te un pre­so polí­ti­co reclui­do por la fabri­ca­ción de un crimen.

El salu­do, la mira­da, la alga­ra­bía, las inte­rro­gan­tes de los mucha­chos y mucha­chas es lo que me intri­ga y me emo­cio­na. Me lle­na de curio­si­dad su curiosidad.

¿Qué pen­sa­rán? ¿Qué es lo que están vien­do? ¿Qué es lo que lla­ma su aten­ción? ¿Qué pen­sa­mien­tos, qué con­je­tu­ras, qué espe­cu­la­cio­nes les des­pier­to yo, les des­pier­ta esta cárcel?

Como qui­sie­ra escu­char­los, res­pon­der­les; qui­sie­ra reci­bir su voz, su idea, su crítica.

¿Cómo viven la expe­rien­cia del direc­tor de su escue­la que vive pre­so y lo miran tras las rejas? ¡Qué mis­te­rio apasionante!.

En la audien­cia habla la defen­sa, la MP, la secre­ta­ria del Juez, el secre­ta­rio escri­be, corri­ge, escri­be, corri­ge y vuel­ve a corre­gir. Hacen pre­gun­tas a los tes­ti­gos; cali­fi­can como legal cada pre­gun­ta y algu­nos las des­car­tan. Se revi­sa el acta, se fir­ma. Fir­man los tes­ti­gos, la defen­sa, la repre­sen­tan­te del Minis­te­rio Publi­co, el Juez y el pro­ce­sa­do: el cul­pa­ble; el homi­ci­da que no ha mata­do a nadie: el pre­sun­to que ya es cul­pa­ble; el reo que no mere­ce la mira­da del juez que fir­mó su auto de for­mal pri­sión – por­que, “ a nadie se nie­ga un auto de for­mal pri­sión – para man­te­ner­lo en este ”por­ten­to”  de “readap­ta­ción social”.

Duran­te la audien­cia se aso­ma el Juez Ser­gio Beris­tain. Con arro­gan­cia se diri­ge a ver los moni­to­res colán­do­se entre los com­pa­re­cien­tes sin salu­dar a nadie, sin mirar a los ojos de nadie, sin escu­char a nadie; se sien­te el úni­co ele­men­to del con­jun­to vacío; impen­sa­ble que aso­me su legu­le­ya e inqui­si­do­ra mira­da a los reclu­sos, a sus reclusos.

Pien­so cada vez más con­ven­ci­do de que el sis­te­ma judi­cial debe­ría nom­brar a los nue­vos jue­ces y minis­te­rios públi­cos sólo cuan­do hayan pasa­do pre­sos por lo menos un mes, como requi­si­to para ejer­cer su pues­to, de otra mane­ra, serán siem­pre aje­nos al dolor, al sufri­mien­to, al infierno de los pri­sio­ne­ros y su fami­lia. Siem­pre que una sen­ten­cia no impli­que más que una fir­ma en sus jui­cios ego­cén­tri­cos has­ta la rabia, no habrá com­pro­mi­so alguno con lo jus­to, con lo éti­co y con lo humano.

Mien­tras estoy en la sala, rodea­do de con­cre­to, vigi­la­do por cus­to­dios, lle­gan otros inter­nos pro­ce­sa­dos a reci­bir noti­fi­ca­cio­nes, a sus audien­cias mil veces falli­das, a lamen­tar su abo­ga­do de oficio.

Ven a  mi gen­te, ven mi foto, ven mi apo­yo e inva­ria­ble­men­te se due­len por no tener un pri­vi­le­gio como el mío. Se ale­gran. ¡Pon­les en la madre pro­fe, tú que pue­des! Me han dicho varios de ellos. ¡Tú si vas a salir tío, te vas a ir rápido!

La audien­cia ter­mi­na, nos des­pe­di­mos ya que los míos me han pasa­do corrien­te – como a un carro que se  que­dó sin bate­ría- ellos se van lle­ván­do­se una par­te de mi cár­cel y deján­do­me una par­te de su libertad.

¡Glo­ria y honor a los lucha­do­res caí­dos el 10 de Junio de 1971!