Mario Orozco Guzmán

Fac. de Psicología, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Transformación Educativa

En 1932 Freud cie­rra su rele­van­te inter­cam­bio refle­xi­vo con Eins­tein acer­ca de los efec­tos devas­ta­do­res de la gue­rra con la sen­ten­cia: “todo lo que pro­mue­va el desa­rro­llo de la cul­tu­ra tra­ba­ja tam­bién con­tra la gue­rra” (Freud, 1932/2000, p. 198). Como si no hubie­ra o no pudie­ra haber una cul­tu­ra de la gue­rra, una cul­tu­ra a favor de la gue­rra, una cul­tu­ra béli­ca pro­pia­men­te. Eins­tein había ins­ta­do a Freud, en ese momen­to, a pro­po­ner méto­dos edu­ca­ti­vos al mar­gen de cues­tio­nes polí­ti­cas que pudie­ran supe­rar una espe­cie de volun­tad malig­na que se entu­sias­ma con la muer­te del otro. Freud le hace saber que la ape­ten­cia por des­truir, la ape­ten­cia por el mal, pue­de tomar algu­nos idea­les como pre­tex­to para poner­se en obra. Eins­tein le había seña­la­do que en toda nación exis­ten gru­pos de poder, diría­mos tam­bién gru­pos estre­cha­men­te vin­cu­la­dos con el poder, gru­pos que ven en la gue­rra, en la vio­len­cia, en el mal su pro­pio bien, su pro­pio bene­fi­cio. Dichos gru­pos encon­tra­rían “en la fabri­ca­ción de arma­men­tos, nada más oca­sión para favo­re­cer sus intere­ses par­ti­cu­la­res y exten­der su auto­ri­dad per­so­nal” (Eins­tein, 1932/2000, p. 185). En ese sen­ti­do, la vio­len­cia bene­fi­cia sus “aspi­ra­cio­nes pura­men­te mer­ce­na­rias, eco­nó­mi­cas” (p. 184). Esta cama­ri­lla de mer­ce­na­rios se impo­ne y gana con las pér­di­das que pro­du­ce inevi­ta­ble­men­te la gue­rra, per­di­das prin­ci­pal­men­te huma­nas. Sus ganan­cias radi­can en el mal que con­tri­bu­yen a cul­ti­var y expandir.

.

Estos mer­ce­na­rios han encon­tra­do en la “psi­co­sis de odio”, afir­ma Eins­tein (p. 185), la cual se sola­za en la vio­len­cia y la gue­rra, la mejor capi­ta­li­za­ción de su nego­cio de la fabri­ca­ción y ven­ta de armas. Eins­tein acu­de a Freud por­que ape­la a que se escla­rez­ca en últi­ma ins­tan­cia el pro­ble­ma de la paz mun­dial curio­sa­men­te des­de la sub­je­ti­vi­dad, a par­tir del des­cu­bri­mien­to de las ape­ten­cias de odio que la clí­ni­ca freu­dia­na ha deve­la­do en los fan­tas­mas de los neu­ró­ti­cos. Ape­ten­cias que hacen que inclu­so la “inte­lec­tua­li­dad” sea la más sus­cep­ti­ble al lla­ma­do impe­rio­so de la des­truc­ción. Por­que pare­ce que es la que más podría encon­trar razo­nes, ver­da­de­ros argu­men­tos, para la eje­cu­ción, inclu­so sis­te­má­ti­ca, de mal. La cla­se letra­da al ser­vi­cio del poder domi­nan­te es tam­bién la que lle­go a impo­ner la nece­si­dad ins­ti­tu­cio­nal de hacer entrar la razón, la letra, el enten­di­mien­to con san­gre, con vio­len­cia. No olvi­de­mos que el mar­ques de Sade, como dice Simo­ne de Beau­voir (1974), tomo par­ti­do por los pri­vi­le­gia­dos, aun­que abo­mi­na­ra de su arro­gan­cia. Los pri­vi­le­gia­dos, por su par­te, con­si­guen en muchas oca­sio­nes tomar el par­ti­do del sadis­mo. Fanon (2011) lo podría ilus­trar cuan­do nos indi­ca que la pos­tu­ra del colo­ni­za­dor es abru­ma­do­ra­men­te mani­quea cuan­do tra­ta al colo­ni­za­do bajo un dis­cur­so des­pec­ti­vo, bajo “un len­gua­je zoo­ló­gi­co”. Se alu­de a los movi­mien­tos de rep­til del ama­ri­llo, a las ema­na­cio­nes de la ciu­dad indí­ge­na, a las hor­das, a la pes­te, el pulu­lar, el hor­mi­gueo, las ges­ti­cu­la­cio­nes (p. 37). La abyec­ción y degra­da­ción del otro son una pre­rro­ga­ti­va que sumi­nis­tra un dis­fru­te muy pro­pio. Se rati­fi­ca de este modo una posi­ción de amo de toman­do el par­ti­do del goce en fun­ción de la opre­sión y la angus­tia des­afo­ra­da del otro aun­que, como dice de Beau­voir: “no es la des­di­cha del pró­ji­mo lo que exal­ta al liber­tino, es saber­se el autor de ella” (p. 112). Saber­se auto­ri­dad per­so­nal por míni­ma que sea, y en posi­ción de autor del mal del otro, exal­ta, engran­de­ce, al liber­tino en que se con­vier­te todo mer­ce­na­rio de la vio­len­cia, todo opre­sor privilegiado.

Freud (1932/2000) anti­ci­pa cues­tio­nes éti­cas en el ejer­ci­cio de la vio­len­cia cuan­do esta­ble­ce que la opo­si­ción entre ésta y el dere­cho exi­ge pen­sar en su anu­da­mien­to interno, en su arti­cu­la­ción y enla­ce: “Se yerra en la cuen­ta si no se con­si­de­ra que el dere­cho fue en su ori­gen vio­len­cia bru­ta y que toda­vía no pue­de pres­cin­dir de apo­yar­se en la vio­len­cia” (p. 192). Dere­chos eri­gi­dos des­pués de inten­sas luchas fra­tri­ci­das y vio­len­cias que se ejer­cen en fun­ción de supues­tos dere­chos. Vio­len­cias que abo­nan y sur­can el terreno de las into­le­ran­cias. No hay cul­tu­ra de odio que no se corre­la­cio­ne con pos­tu­ras de into­le­ran­cia. Freud había seña­la­do que el nar­ci­sis­mo se afa­na­ba en su pro­pia pre­ser­va­ción toman­do las diver­gen­cias como crí­ti­cas into­le­ran­tes y mos­tran­do ver­da­de­ra­men­te “una gran sen­si­bi­li­dad a estas par­ti­cu­la­ri­da­des de la dife­ren­cia­ción” (Freud, 1921/2000, p. 97). Dicha hiper­sen­si­bi­li­dad lo pre­dis­po­ne al odio y a la agre­si­vi­dad. Odio y agre­si­vi­dad res­pec­to al extra­ño, al dife­ren­te, al que no con­cuer­da con­mi­go y que más bien sos­tie­ne un ras­go que sus­ci­ta una aver­sión insu­pe­ra­ble. Ya Pas­cal (1984) había loca­li­za­do esta pos­tu­ra dual, para­dó­ji­ca, para­dó­ji­ca­men­te pasio­nal del yo en su inten­so amor pro­pio: “el yo tie­ne dos cua­li­da­des: es injus­to en sí, por­que se hace cen­tro de todo; es moles­to a los demás, por­que los quie­re redu­cir a la ser­vi­dum­bre: por­que cada yo es el enemi­go y qui­sie­ra ser el tirano de los demás” (1984, p. 71). El yo tira­ni­za a su alter ego allí don­de éste por­ta, sus­ten­ta un ras­go que enca­ja bien en este “nar­ci­sis­mo de las peque­ñas dife­ren­cias” (Freud, 1929–30/2000, p. 111). El cual apa­re­ce como eje y fac­tor de segre­ga­ción y exclu­sión; aun­que tam­bién como inci­ta­ción al domi­nio y la des­truc­ción. Esce­nas de la into­le­ran­cia hacia el otro en tan­to pre­sen­cia del ras­go, de la peque­ña dife­ren­cia, que vale por todo, las encon­tra­mos en actos de vio­len­cia que apa­re­cen de mane­ra fre­cuen­te en las ins­ti­tu­cio­nes y fue­ra de ellas.

Sin embar­go, cabe des­ta­car una de las into­le­ran­cias más lon­ge­vas o legen­da­rias res­pec­to a las dife­ren­cias. La que con­cier­ne a las dife­ren­cias entre hom­bres y muje­res. Una mujer me ha dicho lo mucho que le moles­ta a su pare­ja el hecho de que ella “se man­de sola”, que no le pida per­mi­so para empren­der cosas por su cuen­ta. Lo cual me hizo evo­car un estu­dio recien­te publi­ca­do en el dia­rio La Jor­na­da por el perio­dis­ta Emir Oli­va­res Alon­so, el día 1º de agos­to de 2013. La nota del perió­di­co da cuen­ta de una inves­ti­ga­ción rea­li­za­da por Erén­di­ra Poco­ro­ba Ville­gas del pos­gra­do de la facul­tad de Psi­co­lo­gía de la UNAM, don­de se pre­sen­tan datos que indi­can que es la mujer quien más sufre vio­len­cia por par­te de su pare­ja duran­te las rela­cio­nes de noviaz­go. Se pre­sen­ta un extrac­to de dicho estu­dio: “Los hom­bres supo­nen que la mujer con la que han esta­ble­ci­do un noviaz­go es de su pro­pie­dad y con­tro­lan el uso de su cuer­po, median­te la regu­la­ción de su ves­ti­men­ta: su esco­te, el lar­go de la fal­da o de su cabe­llo”. Supo­si­ción que nos remi­te a la épo­ca en que la vio­la­ción era con­ce­bi­da como un cri­men con­tra la pro­pie­dad. En Fran­cia, des­de la Edad Media has­ta el siglo XVIII, como lo seña­la Sara F. Matthews-Grie­co (2005), la vio­la­ción se con­si­de­ra­ba pre­ci­sa­men­te como un cri­men con­tra la pro­pie­dad. El pri­me­ro de los Dere­chos Huma­nos que se decla­ran hacia fines del siglo XVIII pro­po­ne bajo la mira­da del códi­go revo­lu­cio­na­rio, como lo recuer­da Viga­re­llo “la per­te­nen­cia inven­ci­ble a uno mis­mo, la ple­na dis­po­si­ción de la pro­pia per­so­na” (p. 136). Ya no es asun­to de expro­pia­ción a otro, en tan­to lugar de auto­ri­dad per­so­nal, de un bien. Sin embar­go, para Galim­ber­ti (2006) los celos, en prin­ci­pio liga­dos más a la nece­si­dad de garan­ti­zar la super­vi­ven­cia de los hijos real­men­te pro­pios que al amor, reve­lan que el hom­bre siem­pre ha con­si­de­ra­do “el cuer­po de la mujer como su pro­pie­dad” (p. 35). A tal gra­do lo ha con­si­de­ra­do de su pro­pie­dad que, como lo plan­tea Engels (1884/1976): “Para ase­gu­rar la fide­li­dad de la mujer y, por con­si­guien­te la pater­ni­dad de los hijos, aqué­lla es entre­ga­da sin reser­vas al poder del hom­bre; cuan­do éste la mata, no hace más que ejer­cer un dere­cho” (p. 247).

Es decir, apa­re­ce el femi­ni­ci­dio como sello funes­to de garan­tía de la fide­li­dad de la mujer, como supues­to ejer­ci­cio de un dere­cho. Situa­ción sin sali­da de las muje­res que es plas­ma­da por el fotó­gra­fo nor­te­ame­ri­cano Paul T. Owen, en una nota de la perio­dis­ta Zayin Dáleth Villa­vi­cen­cio apa­re­ci­da en La Jor­na­da del 17 de julio; don­de para este artis­ta “por el sim­ple hecho de ser muje­res” son víc­ti­mas de una muer­te vio­len­ta. Las muje­res apa­re­cen, en esta mues­tra de 60 foto­gra­fías, en pos­tu­ras de inde­fen­sión y des­va­li­mien­to ante la cáma­ra, esca­bu­llen­do el ros­tro, ocul­tán­do­lo con sus manos. El fotó­gra­fo expre­sa sus moti­va­cio­nes: “Que­ría tam­bién a esas muje­res en esas pos­tu­ras, por­que ellas mis­mas se están escon­dien­do de algo, se están tapan­do la cara. Enton­ces las ins­truc­cio­nes eran muy sim­ples, que no podía aban­do­nar la cáma­ra pero tenían que escon­der­se de la mis­ma, ante un muro del cual no había esca­pa­to­ria por­que muchas muje­res real­men­te no tie­ne esca­pa­to­ria, pues quie­nes las vio­len­tan son sus pro­pios mari­dos y sus fami­lias”. Reite­ra­ción y recrea­ción artís­ti­ca, de un ges­to que ges­tan­do el mie­do lo sacu­de bajo el impe­ra­ti­vo del ocul­ta­mien­to y la eva­sión: “El mie­do de la vio­len­cia recuer­da mie­dos ori­gi­na­les de estar sin defen­sa ante el Otro, toma­do por él como obje­to de goce o de otra cosa” (Sibony, 1998, p. 71). El ros­tro que se escon­de se corre­la­cio­na con ese otro fue­ra de esce­na que dis­fru­ta, que goza de su poder, que se sola­za en tener cau­ti­va a esta mujer. Que se com­pla­ce sádi­ca­men­te con su angus­tia de impas­se. Escon­der el ros­tro, la mira­da ate­rra­da, es una mane­ra de esca­mo­tear­le al amo su obje­to como pren­da y cau­sa de goce.

Vol­vien­do a la corres­pon­den­cia con Eins­tein, Freud tam­bién habría podi­do decir­le que la vio­len­cia pue­de tomar como tex­to algu­nos idea­les como los de la paz, el amor, la liber­tad, para legi­ti­mar­se. En nom­bre de un majes­tuo­so y por­ten­to­so bien pare­ce jus­ti­fi­car­se y has­ta exal­tar­se la vio­len­cia. En nom­bre de una puri­fi­ca­ción racial, iden­ti­fi­can­do el ras­go del mal en el otro, ras­go del into­le­ra­ble mal, se posi­cio­na por ejem­plo Rudolf Höss, el feroz geno­ci­da de Ausch­witz, con­ci­bien­do al judío como “per­so­ni­fi­ca­ción del mal, per­ver­so entre los per­ver­sos, según la cla­si­fi­ca­ción de Höss, el judío seria res­pon­sa­ble del odio que sus­ci­ta y, en con­se­cuen­cia, de la nece­si­dad de su pro­pia muer­te” (Rou­di­nes­co, 2009, p.168–169). La lógi­ca demo­le­do­ra del poder impo­ne que la víc­ti­ma, por­ta­do­ra del mal, se haya bus­ca­do su pro­pio mal, su pro­pia muer­te. Así como en los casos de vio­la­ción la pri­me­ra sos­pe­cho­sa era la víc­ti­ma, pro­vo­ca­do­ra vir­tual de su des­gra­cia, aho­ra tene­mos que muchas víc­ti­mas se bus­ca­rían su pro­pia des­gra­cia en tan­to resul­tan sos­pe­cho­sas de tener víncu­los con el mal, con el mal iden­ti­fi­ca­do pre­fe­ren­te­men­te con la figu­ra del cri­men orga­ni­za­do. Es decir, si la volun­tad de des­truir es algo que se pue­de idea­li­zar enton­ces vemos des­ple­gar­se el cam­po de una cul­tu­ra del odio. La cual, como dice Michel Wie­vior­ka (2005) en su libro La vio­len­ce, “se des­en­vuel­ve en la fami­lia, en la edu­ca­ción, en pro­fun­di­dad, y acos­tum­bra a los futu­ros acto­res a la reifi­ca­ción o a la ani­ma­li­za­ción del enemi­go, a su des­hu­ma­ni­za­ción, a su des­ca­li­fi­ca­ción” (p. 275). La vio­len­cia, como lo adver­tía Sar­tre (2011) en su intro­duc­ción al libro de Franz Fanon, es un fenó­meno que se inte­rio­ri­za, que pene­tra y habi­ta diver­sos rin­co­nes de la sub­je­ti­vi­dad y los víncu­los en los dife­ren­tes orde­nes de la reali­dad social.

La cul­tu­ra del odio faci­li­ta y has­ta legi­ti­ma la vio­len­cia por la vio­len­cia. Wie­vior­ka pro­pu­so cin­co figu­ras de la vio­len­cia en rela­ción a la sub­je­ti­vi­dad impli­ca­da en sus ava­ta­res demo­le­do­res: el suje­to flo­tan­te, el hiper-suje­to, el no-suje­to, el anti-suje­to y el suje­to en super­vi­ven­cia. El suje­to flo­tan­te pare­ce no tener otro recur­so que la vio­len­cia para hacer­se reco­no­cer. Inclu­so para hacer­se res­pe­tar. Encuen­tra en la vio­len­cia su mal nece­sa­rio, una mal­dad que le per­mi­te vali­dar su exis­ten­cia. Lo cual nos lle­va a lo que Lacan, en su Lec­ción del 10 de mar­zo de 1965 en el semi­na­rio Pro­ble­mas cru­cia­les para el psi­co­aná­li­sis, plan­tea acer­ca de que en lo que se refie­re al bien y el mal no pode­mos decir que se tra­te de un asun­to de fron­te­ra sino de “nudo interno” (p. 205). Es el des­plie­gue del len­gua­je lo que haría sur­gir el anu­da­mien­to del mal por el bien y vice­ver­sa. En el hiper-suje­to loca­li­za­mos la ardua jus­ti­fi­ca­ción de la vio­len­cia. La ideo­lo­gía en ese aspec­to, como lo deci­mos en otro lugar (Oroz­co y Qui­roz, 2013), por ejem­plo la que exa­cer­ba el sen­ti­do de la pro­pie­dad, brin­da el anda­mia­je indis­pen­sa­ble para sen­tir­se bien con la eje­cu­ción del mal. El no-suje­to desem­pe­ña su vio­len­cia bajo el esque­ma irres­pon­sa­ble y abyec­to de la sumi­sión a la auto­ri­dad. El mal que se pone en jue­go se anu­da con el bien que resul­ta el hecho de com­pla­cer a un Otro en el papel de amo. Sólo se tra­ta de cum­plir cie­ga­men­te con el deber. Como lo recal­ca Sibony (1998): “la nece­si­dad de com­pla­cer al otro — eri­gi­do en ído­lo- pue­de indu­cir las peo­res vio­len­cias (aquí, el lla­ma­mien­to al ase­si­na­to); las vio­len­cias idó­la­tras. Es decir, nar­ci­sis­tas” (p. 27). El anti-suje­to por su par­te, median­te lo atroz y bru­tal de su vio­len­cia “denie­ga a sus víc­ti­mas los dere­chos más ele­men­ta­les, las desub­je­ti­vi­za” (Wie­vior­ka, 2005, p. 298). El otro es deni­gra­do o degra­da­do a menu­do de for­ma fes­ti­va antes, duran­te o des­pués de su san­grien­ta eje­cu­ción. Redu­ci­do cate­gó­ri­ca­men­te o redu­ci­do a la cate­go­ría de cosa excre­men­ti­cia o a la de ani­mal repu­dia­ble la víc­ti­ma sus­ci­ta en esta antí­te­sis de suje­to una exal­ta­ción gozo­sa del yo. Una exal­ta­ción pro­pia de una pose­sión y posi­ción sádi­cas. Lo cual nos con­du­ce a lo que Fou­cault des­cu­bría, antes de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa, en torno a la cer­ca­nía de dos per­so­na­jes mons­truo­sa­men­te fue­ra de la ley: el monar­ca tirá­ni­co y el cri­mi­nal: “la arbi­tra­rie­dad del tirano es un ejem­plo para los cri­mi­na­les posi­bles e inclu­so, en su ile­ga­li­dad fun­da­men­tal, una licen­cia para el crimen“(p. 94). El dés­po­ta que gobier­na impu­ne­men­te, que con­fir­ma, en la per­se­cu­ción y liqui­da­ción de sus adver­sa­rios, el abso­lu­tis­mo de su yo, es el ideal cri­mi­nal. No por nada el hábil polí­ti­co que nos pre­sen­ta Kant (1986) en su obra La paz per­pe­tua es un autén­ti­co mer­ce­na­rio de la vio­len­cia. Sus máxi­mas de actúa pri­me­ro y des­pués excú­sa­te, la que se refie­re a que si te equi­vo­cas­te nie­ga, debes negar que seas res­pon­sa­ble y la que pro­cla­ma como estra­te­gia la de divi­de e impe­ra, son emble­mas de un ejer­ci­cio de la vio­len­cia que sir­ve de mode­lo, de refe­ren­cia, para ser­vir­se y gozar impu­ne­men­te de ella. La últi­ma figu­ra de suje­to de la vio­len­cia que pro­po­ne Wie­vior­ka es la que se sus­ten­ta en la lucha de super­vi­ven­cia. Es el suje­to o los suje­tos arrin­co­na­dos en una situa­ción de vida o muer­te, de defen­sa a ultran­za de sí mis­mos y sus pue­blos y sus seres que­ri­dos ante el Otro y su poder exten­so. Son los gru­pos de aque­llos que se levan­tan en armas como medi­da defen­si­va in extre­mis cuan­do el Esta­do clau­di­ca en su com­pro­mi­so de ofre­cer segu­ri­dad ciu­da­da­na y más bien pue­de alis­tar o con­tar con sus cua­dri­llas de mer­ce­na­rios como tram­po­sos vigías de la ley y el orden. Pero al ser­vi­cio del cri­men orga­ni­za­do. Para pro­te­ger los intere­ses del cri­men orga­ni­za­do. No se requie­re enton­ces remi­tir­se nece­sa­ria­men­te a un ins­tin­to ori­gi­nal de carác­ter mor­tí­fe­ro. Daniel Sibony (1998) dice que la vio­len­cia que se con­ci­be como ori­gi­nal siem­pre supo­ne una rela­ción con otro. Tie­ne que ver con las inti­ma­cio­nes e invo­lu­cra­cio­nes con el otro. Dichas invo­lu­cra­cio­nes lle­gan a ser devas­ta­do­ras y de fran­ca into­le­ran­cia des­de lue­go. Todo rela­ción con el otro bas­cu­lan­do entre lo ima­gi­na­rio y lo sim­bó­li­co vir­tual­men­te pue­de ser de cho­que o enten­di­mien­to, de rup­tu­ra o con­flic­to, de ten­sión agre­si­va o acuer­do y pac­to: “En lugar de la vio­len­cia, la inter­pre­ta­ción pue­de res­ta­ble­cer las con­di­cio­nes de la pala­bra y la ley; por un deseo de supera­ción que man­tie­ne el jue­go” (Sibony, 1998, p. 86). Este deseo de reba­sa­mien­to de la vio­len­cia por la pala­bra hace de ley, fun­cio­na como ley, que la limi­ta e inhi­be. Allí es don­de una pala­bra pue­de sos­te­ner el jue­go de acuer­dos y con­ci­lia­cio­nes, allí es don­de “una res­pues­ta ama­ble ahu­yen­ta la ira” (Joy­ce, 2006, p. 590).

Hay muchas expe­rien­cias que pudien­do sig­ni­fi­car­se como vio­len­tas no se desig­nan ni inter­pre­tan así, y enton­ces se sopor­tan, y muchas que no sién­do­lo apa­ren­te­men­te pue­den resul­tar com­pren­di­das y repre­sen­ta­das así por los seres huma­nos. ¿La cues­tión está en cómo resis­tir al lla­ma­do del odio, a la exhor­ta­ción al mal, cuan­do se le res­pal­da y jus­ti­fi­ca ideo­ló­gi­ca­men­te? Sibony nos recuer­da que la vio­len­cia hitle­ria­na en reali­dad no apun­ta­ba sino a “pre­ser­var el espa­cio vital, el nar­ci­sis­mo iden­ti­ta­rio de la nación, pero de ante­mano le había dado por lugar todo el pla­ne­ta. Hitler no ha hecho sino defen­der su que­ri­da patria de la degra­da­ción pro­gre­si­va a don­de según él la con­du­cían esos pará­si­tos” (p. 42). La ideo­lo­gía de la pro­pie­dad, de la puri­fi­ca­ción iden­ti­ta­ria y racial, lo reite­ra­mos, es uno de los anda­mia­jes más cru­cia­les por su fuer­za de cer­te­za, de con­vic­ción casi deli­ran­te, que pue­de idea­li­zar el ejer­ci­cio de la vio­len­cia: se tra­ta de enfren­tar­se a muer­te por lo que se con­si­de­ra un Bien pro­pio. Por este Bien con­sa­gra­do, idea­li­za­do, se esta dis­pues­to a con­sa­grar­se al mal. Enton­ces una posi­ción éti­ca, de dis­cer­ni­mien­to éti­co, pare­ce más indis­pen­sa­ble, para que haga ofi­cio de cul­tu­ra de soli­da­ri­dad, tole­ran­cia y lazo social, con­tra una cul­tu­ra de la into­le­ran­cia nar­ci­sis­ta y la exhor­ta­ción des­truc­ti­va de los víncu­los. El Esta­do fue el pri­mer para­dig­ma de cul­ti­vo del odio en su des­plie­gue fer­vien­te de hacer de la into­le­ran­cia asun­to de gue­rra y repre­sión y per­se­cu­ción polí­ti­ca. El Esta­do en su afán de poder abso­lu­to hizo de la vio­len­cia el des­en­la­ce ins­tru­men­tal y estra­té­gi­co de la into­le­ran­cia al con­flic­to. Per­si­guió y ani­qui­ló a los que cau­sa­ban con­flic­to para su com­pul­si­vo con­trol social. Pro­vo­có en muchas fami­lias este las­tre atroz de todo ejer­ci­cio de vio­len­cia: el due­lo impo­si­ble. Secue­las omi­no­sas de des­apa­re­ci­dos, muer­tos sin sepul­tu­ra ni ritua­les fune­ra­rios y sen­ti­mien­to dolo­ro­so y trau­ma­ti­zan­te de impu­ni­dad. Mode­ló pues un ejer­ci­cio orga­ni­za­do y cri­mi­nal de su poder. Mode­ló un osten­si­ble des­do­bla­mien­to de la vio­len­cia que acu­mu­la terror al mie­do. Ins­ti­ló la nece­si­dad impos­ter­ga­ble de la migra­ción y el des­pla­za­mien­to. Ins­ti­ló des­con­fian­za y trai­ción. De ahí este cau­dal de even­tos trau­má­ti­cos, esta cade­na de angus­tia páni­ca difí­cil­men­te asis­ti­da por la denun­cia y la reve­la­ción en nues­tra expe­rien­cia de secue­las ava­sa­lla­do­ras sobre la sub­je­ti­vi­dad por la vio­len­cia en nues­tro país. Por eso la impor­tan­cia en toda incen­ti­va­ción de una cul­tu­ra de la paz de autén­ti­cos encuen­tros para crear con­di­cio­nes de tole­ran­cia y res­pe­to a las dife­ren­cias. Las fami­lias y las escue­las debe brin­dar herra­mien­tas éti­cas don­de el otro apa­rez­ca y se defi­na bajo las mis­mas con­di­cio­nes para ser reco­no­ci­do, como yo, “como capa­ci­dad de cons­truir­se, como vir­tua­li­dad, posi­bi­li­dad de domi­nar su expe­rien­cia” (Wie­vior­ka, 2005, p. 298) admi­tien­do y valo­ran­do las dife­ren­cias y apre­cian­do las coin­ci­den­cias. Una cul­tu­ra del amor que se impul­se como méto­do edu­ca­ti­vo y anhe­lo éti­co no pue­de des­co­no­cer las ambi­va­len­cias en jue­go, las inci­den­cias del odio que se atra­vie­sa en sus dis­tin­tas plas­ma­cio­nes, pero se per­mi­te reco­no­cer­las, sim­bo­li­zar­las bajo la pala­bra y subli­mar­las en los des­plie­gues lúdi­cos y artís­ti­cos. En esa apues­ta radi­ca una espe­ran­za, una espe­ran­za de pro­vi­so­rios lazos socia­les que anu­den de dis­tin­to modo los vec­to­res terro­rí­fi­cos de la vio­len­cia con los sec­to­res elás­ti­cos del len­gua­je y sus inter­pre­ta­cio­nes; las cua­les son capa­ces de paci­fi­car el alma de los que entran inevi­ta­ble­men­te en los cir­cui­tos puni­ti­vos y ven­ga­ti­vos de esta mis­ma violencia.

Una refle­xión final haría pen­sar que la vio­len­cia se des­en­vuel­ve ahí don­de algu­nos de nues­tros valo­res se lle­gan a pre­sen­tar como abso­lu­tos y tota­les, sóli­da­men­te tota­li­ta­rios en su deman­da. Eso expli­ca­ría que la into­le­ran­cia ten­ga el espa­cia­mien­to nece­sa­rio para expla­yar­se. Lo radi­cal de una pos­tu­ra éti­ca colin­da con la into­le­ran­cia ¿cuán­tos hom­bres no tole­ran ser reba­sa­dos cuan­do van en sus vehícu­los? La into­le­ran­cia se incre­men­ta cuan­do quién los reba­sa es una mujer. La into­le­ran­cia es mayor aún cuan­do ese reba­sa­mien­to se efec­túa en otro con­tex­to como la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal o la apor­ta­ción eco­nó­mi­ca. ¿Cuán­tos pro­fe­so­res tole­ran ser cues­tio­na­dos por sus alum­nos? ¿Cuán­to odio no ger­mi­na en el nar­ci­sis­mo de cho­fe­res, pro­fe­so­res, o cual­quie­ra que hace de su ofi­cio domi­nio de poder, la expe­rien­cia de ver­se reba­sa­do por otro que con­si­de­ra infe­rior? ¿Cómo tole­rar en la escue­la a hace otro que hace dife­ren­cia por­que posee ras­gos como la obe­si­dad, la pre­fe­ren­cia sexual, la timi­dez, o cual­quier otro atri­bu­to, que rom­pe con mi pre­cia­da uni­dad nar­ci­sis­ta y me cues­tio­na en mis aires de gran­de­za y perfección?

BIBLIOGRAFIA

De Beau­voir, S. (1974) El mar­qués de Sade. Bue­nos Aires: Siglo Veinte

Eins­tein, A. y Freud, S. (1932/2000) ¿Por qué la gue­rra? En Sig­mund Freud Obras com­ple­tas XXII, Bue­nos Aires: Amorrortu

Engels, F. (1884/1976) El ori­gen de la fami­lia, la pro­pie­dad pri­va­da y el esta­do, en Marx, C. Y Engels, F. Obras esco­gi­das. III, Mos­cú: Progreso

Fanon, F. (2011) Los con­de­na­dos de la tie­rra. Méxi­co: FCE

Freud, S. (1921/2000) Psi­co­lo­gía de las masas y aná­li­sis del yo. En Sig­mund Freud Obras com­ple­tas XVIII, Bue­nos Aires, Amorrortu.

Freud, S (1929–30/2000) El males­tar en la cul­tu­ra. En Sig­mund Freud Obras com­ple­tas XXI, Bue­nos Aires: Amorrortu

Fou­cault, M. (2006) Los anor­ma­les. Méxi­co: FCE.

Galim­ber­ti, U. (2011) Qu’est-ce que l’amour? Paris: Payot

Joy­ce , J. (2006) Uli­ses. Méxi­co: Tomo.

Kant, M. (1986) La paz per­pe­tua. Méxi­co: Porrúa

Lacan, J. (1964–65) Pro­blè­mes cru­ciaux pour la psy­cha­naly­se. Inédito.

Matthews-Grie­co, S. F. (2005) Corps et sexua­li­té dans l’Europe d’Ancien Régi­me, en His­to­rie du corps I (Viga­re­llo, G., dir.). Paris: Seuil.

Oroz­co, M. y Qui­roz, J. (2013) Acer­ca de algu­nas ver­tien­tes ideo­ló­gi­cas como anda­mia­je de la vio­len­cia, en Affec­tio Socie­ta­tis, V. 10, No. 18.

Pas­cal, B. (1984) Pen­sa­mien­tos. Madrid: Sarpe

Rou­di­nes­co, E. (2009) Nues­tro lado oscu­ro. Una his­to­ria de los per­ver­sos. Bar­ce­lo­na: Anagrama

Sar­tre, J. P. (2011) Pre­fa­cio. En Fanon, F. Los con­de­na­dos de la tie­rra: Méxi­co: FCE.

Sibony, D. (1998) Vio­len­ce. Paris: Seuil.

Viga­re­llo, G. (1999) His­to­ria de la vio­la­ción. Siglos XVI-XX. Madrid: Cátedra

Wie­vior­ka, M. (2005) La vio­len­ce. Paris: Hachette.

Mario Orozco Guzmán

Pro­fe­sor- inves­ti­ga­dor de la uni­ver­si­dad michoa­ca­na de san nico­las de hidalgo

Psi­co­ana­lis­ta. Miem­bro de espa­cio ana­li­ti­co mexi­cano. Miem­bro de sis­te­ma nacio­nal de inves­ti­ga­do­res nivel 1. Coor­di­na­dor del cuer­po aca­de­mi­co. Estu­dios de teo­ría y cli­ni­ca psi­co­ana­li­ti­ca. Coau­tor de los libros recien­tes: estre­me­ci­mien­tos de lo real, ensa­yos psi­co­ana­li­ti­cos sobre cuer­po y vio­len­cia, edi­ta­do por kanan­kil (2012) y con­fi­gu­ra­cio­nes psi­co­ana­li­ti­cas sobre espec­tros y fan­tas­mas reedi­ta­do por pla­za y val­des (2012).