Ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Transformación Educativa

Blanca Estela Méndez Pérez

UNAM

Resu­men

El pre­sen­te escri­to ini­cia con la refle­xión del mode­lo eco­nó­mi­co pro­duc­ti­vo,  y del  pro­ce­so indus­trial como prin­ci­pal ame­na­za para la natu­ra­le­za, con­si­de­ran­do algu­nas apor­ta­cio­nes del pen­sa­mien­to de Hei­deg­ger; tam­bién se abor­dan aspec­tos que pue­dan inci­dir en la for­ma­ción de una éti­ca por la vida huma­na y no huma­na, que con­si­de­re al hom­bre y a la socie­dad en su rela­ción con la naturaleza.

En un siguien­te apar­ta­do se abor­da a la eco­fi­lia como pro­pues­ta para el cui­da­do y con­ser­va­ción del entorno natu­ral, a par­tir del cam­bio de  visión de la glo­ba­li­za­ción por pla­ne­ta­ri­za­ción, pro­pues­ta de Gadot­ti; del mutua­lis­mo de Sobe­rón, de accio­nes estra­té­gi­cas en las ins­ti­tu­cio­nes de edu­ca­ción, de la pos­tu­ra filo­só­fi­ca a par­tir de las apor­ta­cio­nes de José Fran­cis­co Gómez, de Naess, del con­te­ni­do de la Car­ta del jefe Seattle, de la teo­ría bio­cén­tri­ca dePaul W. Tay­lor  y  la teo­ría Gaia.

En otro apar­ta­do se rea­li­za un  acer­ca­mien­to al entorno natu­ral al con­si­de­rar el cui­da­do y con­ser­va­ción de las áreas ver­des, median­te la revi­sión con­cep­tual, his­tó­ri­ca y de los bene­fi­cios que apor­ta  su pre­sen­cia, así como la pro­por­ción por habi­tan­te que debe exis­tir de  acuer­do  a la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud (OMS); final­men­te se esta­ble­ce una serie de con­clu­sio­nes que hacen ver la nece­si­dad del cam­bio en modos de vida, toman­do en con­si­de­ra­ción dis­tin­tas cos­mo­vi­sio­nes y la recu­pe­ra­ción de lo significativo.

Pala­bras cla­ve: Pro­ce­so téc­ni­co-indus­trial, eco­fi­lia, áreas verdes

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Indu­da­ble­men­te la situa­ción actual sobre el dete­rio­ro de la natu­ra­le­za, nos afec­ta a todos, por lo que es urgen­te refle­xio­nar  y modi­fi­car el pen­sar, el hacer. Actuar en  con­se­cuen­cia e  inci­dir en posi­bles  solu­cio­nes des­de  la vida coti­dia­na; una pri­me­ra refle­xión nos lle­va a la rela­ción del ser humano con la natu­ra­le­za, visua­li­zan­do el mode­lo polí­ti­co eco­nó­mi­co en el cual el país se encuen­tra inmerso.

I. El proceso técnico- industrial, principal amenaza para la naturaleza, 

El pro­ble­ma ambien­tal se pue­de abor­dar des­de dis­tin­tos nive­les y pun­tos de vis­ta, como el eco­ló­gi­co, el ambien­ta­lis­ta y des­de el desa­rro­llo sos­te­ni­ble; ha sido domi­nio de la eco­no­mía, la socio­lo­gía,  lo aca­dé­mi­co,  la polí­ti­ca, la ideo­lo­gía y lo jurí­di­co; sin embar­go el dete­rio­ro con­ti­núa; ¿cómo se pue­de parar esta situa­ción en un mode­lo eco­nó­mi­co-pro­duc­ti­vo, que prio­ri­za lo téc­ni­co e indus­trial?, don­de la  natu­ra­le­za  es con­si­de­ra­da como pasi­vi­dad exter­na, como ele­men­to neu­tral o sólo como con­di­ción del pro­ce­so, capaz de tole­rar las car­gas para pro­pi­ciar el desa­rro­llo (Del­ga­do 2002), es decir pro­vee­do­ra de  mate­rias pri­mas, ade­más de  ver­te­de­ro de  des­he­chos y fuen­te de ener­gía; las refle­xio­nes de Hei­deg­ger sobre la natu­ra­le­za, la cien­cia y la téc­ni­ca,  cues­tio­na­ron el actuar del ser humano que se ha carac­te­ri­za­do por una visión antro­po­cén­tri­ca moder­na, domi­nio del hom­bre sobre la natu­ra­le­za que fue lle­va­do al extre­mo como explo­ta­ción del mun­do natural.

 Para San­dra Uicich (2010) el reduc­cio­nis­mo del cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co que con­si­de­ra como for­ma exclu­si­va, ver­da­de­ra y autén­ti­ca la apro­pia­ción de la reali­dad, da ori­gen a la para­do­ja de crear estra­te­gias y tec­no­lo­gías para lim­piar y sal­var por quie­nes al mis­mo tiem­po  devas­tan y dañan al entorno natu­ral (p.67).

Para Hei­deg­ger lo preo­cu­pan­te es que la téc­ni­ca sepa­re más al hom­bre de la Tie­rra, lo des­arrai­gue; como ejem­plo men­cio­nó la cons­truc­ción de la bom­ba ató­mi­ca, que no es nece­sa­ria. (Hei­deg­ger 1976, cita­do por Uicich, 2010, p.74), enton­ces en este con­tex­to téc­ni­co- indus­trial, ¿qué sen­ti­do damos a la natu­ra­le­za? ¿Des­de el aspec­to edu­ca­ti­vo se pue­de inci­dir en un cam­bio de modos de vida? para Del­ga­do (2002) esto impli­ca un cam­bio mate­rial, que  con­si­de­re valo­res, el espí­ri­tu, las ideas, los modos cul­tu­ra­les de hacer, dis­tin­tas cos­mo­vi­sio­nes, la recu­pe­ra­ción de lo sig­ni­fi­ca­ti­vo, la capa­ci­dad de dis­fru­te como la ale­gría de vivir en un entorno sano, de ser, de estar, de for­mar par­te y de con­vi­vir con el entorno natu­ral, acom­pa­ñar con pro­ce­sos de infor­ma­ción y refle­xión que lle­ven a la apro­pia­ción con­cep­tual y prác­ti­ca de la natu­ra­le­za (Arias, 2008, p.203) por lo que es esen­cial asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad para la mejo­ra y con­ser­va­ción de ella, valor que Gadot­ti (2002) con­si­de­ró como resul­ta­do de la con­cien­cia de nues­tra inter­de­pen­den­cia como seres huma­nos, habi­tan­tes de un mis­mo pla­ne­ta, por tal moti­vo para cam­biar al mun­do es pre­ci­so cono­cer­lo, leer­lo, enten­der­lo cien­tí­fi­ca­men­te y emo­cio­nal­men­te; no sólo cam­biar el cora­zón del hom­bre y la mujer sino cam­biar las estruc­tu­ras (Pau­lo Frei­re cita­do en Gadot­ti, 2002. p.174).

Para Leff (2005) “La edu­ca­ción ambien­tal es la edu­ca­ción de una éti­ca de la vida y de la sus­ten­ta­bi­li­dad fren­te a la impo­si­ción de la racio­na­li­dad eco­nó­mi­ca e ins­tru­men­tal de la moder­ni­dad” (p.10), don­de se reite­ra  el dere­cho a pen­sar como un prin­ci­pio de auto­no­mía de las per­so­nas en la auto­de­ter­mi­na­ción de sus con­di­cio­nes de exis­ten­cia y sus mun­dos de vida. Hoy más que nun­ca se hace nece­sa­ria la aper­tu­ra a las dife­ren­tes for­mas de pen­sar, a las dife­ren­tes apor­ta­cio­nes sobre cos­mo­vi­sio­nes de mun­do, para mejo­rar­lo en bene­fi­cio de todos y de todo, por tal situa­ción  se ini­ció la bús­que­da de aspec­tos que pue­dan inci­dir de for­ma posi­ti­va en la solu­ción por el cui­da­do y con­ser­va­ción de la natu­ra­le­za, como es el caso de la ecofilia.

II. La ecofilia propuesta para el cuidado y conservación del entorno natural

Ernest Haec­kel, bió­lo­go ale­mán empleó el tér­mino de eco­lo­gía en 1866, para desig­nar las rela­cio­nes entre los sis­te­mas vivos y no vivos entre sí con su medio ambien­te, al res­pec­to del tér­mino Moa­cir Gadot­ti (2002) con­si­de­ró como la mayor casa a la Tie­rra, pro­pu­so pasar de una eco­lo­gía natu­ral que se refe­ría sólo a la natu­ra­le­za, a la social inte­gral que se refie­re tam­bién a la cali­dad de vida (pp.79–80).

Por su par­te José Fran­cis­co Gómez (1990), cues­tio­nó la frial­dad con que se abor­da  la eco­lo­gía por lo cual pro­pu­so que el tér­mino se com­ple­men­ta­ra con el de eco­fi­lia, dan­do lugar al amor por la casa, que se pue­da pro­yec­tar median­te las prác­ti­cas eco­fí­li­cas, lo que impli­ca tener una pos­tu­ra filo­só­fi­ca ante la con­cep­ción del lugar don­de vivi­mos, es decir la Tie­rra y de los demás seres no huma­nos, invo­lu­cran­do así la dimen­sión espi­ri­tual y pla­ne­ta­ria como lo men­cio­nó Gadot­ti, que impul­se un cam­bio pro­fun­do de la visión del mun­do, en la que no exis­ta una ideo­lo­gía espe­cial o limi­ta­da, sino que pue­dan con­fluir ideo­lo­gías dife­ren­tes para tra­ba­jar en bene­fi­cio del ambien­te en cua­tro cam­pos: el cien­tí­fi­co, el emo­cio­nal, el prác­ti­co y el espi­ri­tual (pp.198–199).

En el ámbi­to edu­ca­ti­vo y en espe­cí­fi­co con la escue­la que nece­si­ta­mos para el siglo XXI, de acuer­do al Con­se­jo Deli­be­ra­ti­vo del Ins­ti­tu­to Pau­lo Frei­re, se debe per­mi­tir la par­ti­ci­pa­ción de comu­ni­da­des en lo que lla­man pro­yec­to eco-polí­ti­co-peda­gó­gi­co, en el que invo­lu­cran el con­cep­to eco­ló­gi­co, por­que debe tener el carác­ter de casa, polí­ti­co al tener rela­ción con valo­res y el carác­ter peda­gó­gi­co por­que está invo­lu­cra­do con la for­ma­ción ciu­da­da­na, en un pla­ne­ta que es un orga­nis­mo vivo, por lo cual pro­po­nen la pla­ne­ta­ri­za­ción don­de se tra­ta de sen­tir­nos par­tí­ci­pes de una comu­ni­dad for­ma­da por huma­nos y no huma­nos (Gadot­ti, 2010), reco­no­cien­do que en la inter­ac­ción que se da, está lo que en la eco­lo­gía de pobla­cio­nes se lla­ma mutua­lis­mo (Sobe­rón, 2010), que se ori­gi­na cuan­do dos espe­cies par­ti­ci­pan­tes se bene­fi­cian; esta situa­ción debie­ra estar cla­ra para los seres huma­nos, pues sin la natu­ra­le­za, el ser humano sim­ple­men­te no exis­ti­ría. Una teo­ría que fun­da­men­ta lo ante­rior es la pro­pues­ta del astro­fí­si­co inglés James Love­lock y la micro­bió­lo­ga nor­te­ame­ri­ca­na Lynn Mar­gu­lis (1970), la lla­ma­da teo­ría Gaia, o Teo­ría Gea  (Pérez 2007, Pupo, 2011, p.200), que con­si­de­ra al pla­ne­ta como ser vivo capaz de regu­lar­se a sí mis­mo y en el cual los bio­mas serían sus órga­nos, don­de se con­ci­be al ser humano, no como el domi­na­dor de la natu­ra­le­za, sino como par­te de ella.

Una segun­da teo­ría más que com­ple­men­ta a las pos­tu­ras de con­si­de­rar a la Tie­rra con vida y por lo tan­to se le debe res­pe­to y cui­da­do al igual que los orga­nis­mos que viven en ella, es la de Paul W.Taylor (1981), quién rela­cio­nó el equi­li­brio de la natu­ra­le­za, con el bien, enten­di­do como bien­es­tar y salud de los orga­nis­mos indi­vi­dua­les; su pro­pues­ta de la teo­ría bio­cén­tri­ca, plan­tea que tene­mos obli­ga­cio­nes mora­les con las plan­tas y los ani­ma­les sil­ves­tres como miem­bros de la comu­ni­dad bió­ti­ca de la Tie­rra, esta­mos obli­ga­dos a pro­te­ger o fomen­tar su bien1, de res­pe­tar la inte­gri­dad de los eco­sis­te­mas natu­ra­les, de con­ser­var las espe­cies en peli­gro, de evi­tar la polu­ción ambien­tal y de con­tri­buir a  man­te­ner la exis­ten­cia sana en esta­do natural.

Al reto­mar los apor­tes ante­rio­res, una vez más se reafir­ma la intro­duc­ción de la eco­fi­lia para pro­yec­tar las diver­sas prác­ti­cas con miras a la con­ser­va­ción y cui­da­do de la natu­ra­le­za, ya que una de las raí­ces de dicho tér­mino es filia, cuyo sig­ni­fi­ca­do es amis­tad, por lo que hace refe­ren­cia  a la afi­ción, sim­pa­tía o amor a algo; para Naess (1986), las per­so­nas que aman lo que con­ser­van, y están con­ven­ci­das de que lo que aman es digno de ser ama­do apli­can con más ahín­co, las estra­te­gias de con­ser­va­ción; un cam­bio ideo­ló­gi­co que con­sis­ta en apre­ciar la cali­dad de vida, a la que con­si­de­ra como el vivir en situa­cio­nes de valor inhe­ren­te, es decir el bien­es­tar y el flo­re­ci­mien­to de la vida huma­na y no huma­na sobre la tie­rra tie­ne valor en sí mis­mos, la tie­rra no le per­te­ne­ce a los huma­nos, por lo que se debe resis­tir a la arro­gan­cia que pre­va­le­ce en las socie­da­des indus­tria­les (pp. 22–31).

Lo ante­rior hace recor­dar lo que se plan­teó en “La car­ta del jefe Seattle”, cuan­do men­cio­nó que la Tie­rra no per­te­ne­ce al hom­bre, sino el hom­bre per­te­ne­ce a ella y  lo que le pase a la Tie­rra le pasa­rá a los hijos de la tie­rra, en la car­ta se plan­teó  el sen­ti­do y sig­ni­fi­ca­do que para los ances­tros de Amé­ri­ca del Nor­te  tenían  sobre la Tie­rra, los ani­ma­les, las plan­tas, el cie­lo; una cos­mo­vi­sión holís­ti­ca del entorno, del uni­ver­so mis­mo; otros ejem­plos que plas­man dicho sen­ti­do,  son los poe­mas de Nezahual­có­yotl, y si segui­mos bus­can­do, segu­ra­men­te encon­tra­re­mos más infor­ma­ción al res­pec­to en varias cul­tu­ras ances­tra­les, así como en comu­ni­da­des indí­ge­nas toda­vía existentes.

Enton­ces ¿dón­de se debe empe­zar a incluir un cam­bio de visión y sen­ti­do? en cada acti­vi­dad en la que poda­mos inci­dir, en la edu­ca­ción for­mal, en  la misión, visión y fun­cio­nes cen­tra­les como la docen­cia, la inves­ti­ga­ción y exten­sión; en todas las áreas de cono­ci­mien­to, en todos los nive­les de for­ma­ción, en todos los pro­ce­sos edu­ca­ti­vos como es el caso del desa­rro­llo curri­cu­lar-pla­nes de estudio‑, en el pro­ce­so ense­ñan­za-apren­di­za­je, for­ma­ción de maes­tros, edu­ca­ción a dis­tan­cia, etcétera.

Con toda la comu­ni­dad edu­ca­ti­va, es decir pro­fe­so­res, alum­nos, tra­ba­ja­do­res, auto­ri­da­des, egre­sa­dos y en el plano epis­te­mo­ló­gi­co-teó­ri­co, peda­gó­gi­co, eco­nó­mi­co y cul­tu­ral. 2

Con­tem­plar cada situa­ción, cada prác­ti­ca, cada acción que se rea­li­za día a día, por par­te de todos los invo­lu­cra­dos, en cada lugar don­de nos encon­tre­mos, y aun­que el pla­ne­ta es lo sufi­cien­te­men­te gran­de, pode­mos empe­zar con algo peque­ño, con una sim­ple por­ción de natu­ra­le­za del entorno inme­dia­to, que para el medio urbano podrían ser las áreas verdes.

III. Cuidado y conservación de las áreas verdes

¿Qué son las áreas ver­des? Den­tro de la his­to­ria occi­den­tal, Miller (1998) res­ca­tó datos intere­san­tes, como es el caso de las pri­me­ras ciu­da­des que al ser peque­ñas y al estar los resi­den­tes en con­tac­to con el cam­po y la gran­ja, se le dio poca impor­tan­cia a la nece­si­dad de espa­cios ver­des, en la épo­ca del rena­ci­mien­to las villas y jar­di­nes fue­ron cons­trui­dos para las cla­ses ricas en las ori­llas de las ciu­da­des euro­peas y en los par­ques pri­va­dos al ser inclui­dos en el dise­ño urbano para dichas cla­ses; para  el siglo XVIII la cla­se pro­fe­sio­nal y de comer­cian­tes  imi­ta­ron este gus­to de la cla­se rica, pero las cla­ses bajas de la pobla­ción urba­na no tenían el mis­mo pri­vi­le­gio; en el siglo XIX cre­ció un inte­rés por los espa­cios públi­cos abier­tos para los resi­den­tes urba­nos, en el con­tex­to de la revo­lu­ción indus­trial, el autor, citó a Ebe­ne­zer Howars quien reco­men­dó en la Gran Bre­ta­ña la cons­truc­ción de ciu­da­des jar­di­nes que estu­vie­ran rodea­das con cin­tu­ro­nes ver­des (p.84–85)

En la actua­li­dad se con­si­de­ra espa­cio ver­de a toda super­fi­cie que pue­de ser de ori­gen  pri­va­do o públi­co, don­de el ele­men­to fun­da­men­tal de su com­po­si­ción es el vege­tal, (Balles­ter-Olmos y Mora­ta, 2001; Gra­na­dos y Men­do­za, 2002). Un dato que apor­tó Nils­son, Ran­drup y Tvedt (1998) fue sobre la pro­por­ción de áreas ver­des por habi­tan­te que de acuer­do a la OMS es de un míni­mo de 9m2.

En su pla­nea­ción se debe con­si­de­rar las espe­cies a sem­brar, ya que en muchos casos no corres­pon­den al lugar, ni  al tipo de sue­lo que se tie­ne, de igual for­ma el pro­ce­so de finan­cia­mien­to y en gene­ral el man­te­ni­mien­to que se deba dar a las áreas. Los pro­gra­mas que tien­den al éxi­to con­si­de­ran el desa­rro­llo de un plan, la selec­ción de árbo­les sanos y apro­pia­dos para el sitio, el man­te­ni­mien­to ade­cua­do y la par­ti­ci­pa­ción de la comu­ni­dad median­te el uso de sus manos (Nowak, Dwyer y Child, 1998).

Algunos beneficios de las áreas verdes

Para Gra­na­dos y Men­do­za (2002) la pre­sen­cia de los árbo­les tie­nen dife­ren­tes fun­cio­nes que cum­plen en el eco­sis­te­ma urbano, tal es el caso del inter­cam­bio gaseo­so y de pro­por­cio­nar som­bra, en cuan­to a los vege­ta­les de orna­to, la pre­sen­cia de pas­to, flo­res y arbus­tos, son ele­men­tos que ade­más de cum­plir con las carac­te­rís­ti­cas del rei­no vege­tal, sir­ven  para armo­ni­zar el espa­cio y hacer más agra­da­ble la estan­cia en estos lugares.

Heis­ler (cita­do por Nowak, Dwyer y Child, 1998) con­si­de­ró a la vege­ta­ción como la prin­ci­pal modi­fi­ca­do­ra del medio ambien­te, al redu­cir la radia­ción solar has­ta en un 90 % o más; tan­to los arbus­tos como los  árbo­les mejo­ran la tem­pe­ra­tu­ra, ya que median­te sus hojas la inter­cep­tan, refle­jan, absor­ben y trans­mi­ten, esto depen­de de la for­ma de la hoja y la rami­fi­ca­ción; una super­fi­cie cubier­ta de pas­to pro­du­ce fres­cu­ra debi­do a la eva­po­ra­ción, mien­tras que el asfal­to y sue­lo des­nu­do alma­ce­na gran can­ti­dad de calor o bien lo refle­jan al aire cir­cun­dan­te. Los vege­ta­les son pro­vee­do­res de casi todos los mine­ra­les nece­sa­rios, emplea­dos por los orga­nis­mos vivien­tes, favo­re­cen las llu­vias y deter­mi­nan la con­di­ción hidro­grá­fi­ca de una región, la pre­sen­cia de las ramas y hojas dis­mi­nu­yen la inten­si­dad con que la llu­via lle­ga a la super­fi­cie; regu­lan el cli­ma en las dife­ren­tes esta­cio­nes del año, enri­que­cen a la atmós­fe­ra de oxígeno.

 Las plan­tas ayu­dan a sua­vi­zar el nivel de rui­do; las que tie­nen hojas mem­bra­no­sas o car­no­sas ayu­dan a amor­ti­guar­lo, el movi­mien­to de las ramas al vibrar absor­ben los soni­dos, pue­den enmas­ca­rar­los y redu­cir­los o bien pue­den pro­du­cir los pro­pios, por ejem­plo, el susu­rro de los pinos, el cru­ji­do de las hojas, pue­den ser avi­sos de soni­dos más ofensivos.

Den­tro de la esté­ti­ca, las áreas ver­des tie­nen su impor­tan­cia, ya que dan belle­za a los esce­na­rios, por sus líneas, for­mas, colo­res y tex­tu­ras que real­zan los pai­sa­jes. En las  calles y pla­zas, los árbo­les sir­ven para hacer agra­da­ble el trán­si­to y la con­vi­ven­cia social, ade­más de que la flo­ra­ción y el folla­je ori­gi­nan olo­res agra­da­bles o enmas­ca­ran los des­agra­da­bles; dan una nota de vida y natu­ra­le­za en el asfal­to, aumen­tan la satis­fac­ción de  la vida dia­ria; los árbo­les y bos­ques urba­nos pro­veen expe­rien­cia tan­to emo­cio­na­les como espi­ri­tua­les, pue­den ori­gi­nar arrai­go a luga­res y cam­bios en los esta­dos de áni­mo, la par­ti­ci­pa­ción en su plan­ta­ción, enri­que­ce el sen­ti­do comu­ni­ta­rio de iden­ti­dad social, auto­es­ti­ma y territorialidad.

Como áreas de recrea­ción, son uti­li­za­das para jugar, cami­nar y con­tem­plar la natu­ra­le­za, los árbo­les pue­den evo­car suce­sos de otros tiem­pos, luga­res  y sen­sa­cio­nes, debi­do a que  repre­sen­tan algún soni­do, una for­ma fami­liar, un olor o un color; ade­más ori­gi­nan la dis­mi­nu­ción de la pre­sión (estrés), pro­du­cen esta­dos fisio­ló­gi­cos más dis­ten­di­dos, como ejem­plo los auto­res cita­ron un estu­dio de Ulrich en 1984, en el que se demos­tró com­pa­ra­ti­va­men­te que pacien­tes de un hos­pi­tal con vis­tas de árbo­les des­de las ven­ta­nas, pre­sen­ta­ron una recu­pe­ra­ción más rápi­da y pocas com­pli­ca­cio­nes  a dife­ren­cia de los pacien­tes que care­cían de ese tipo de vistas.

Kaplan y Kaplan (cita­do por Nils­son, Ran­drup y Tvedt 1998) en su teo­ría sobre la inter­ac­ción entre la aten­ción del hom­bre con res­pec­to a su entorno, reali­zó la dis­tin­ción entre la aten­ción espon­tá­nea y la cons­cien­te, la pri­me­ra no requie­re esfuer­zo y ocu­rre sin pre­me­di­ta­ción, la cons­cien­te deman­da ener­gía y des­gas­te psi­co­ló­gi­co a lar­go pla­zo. Los movi­mien­tos rápi­dos, colo­res, olo­res fuer­tes y rui­dos ines­pe­ra­dos, son estí­mu­los que deman­dan aten­ción cons­cien­te, por­que son per­ci­bi­dos como peli­gros poten­cia­les, la vida urba­na con vehícu­los rápi­dos, letre­ros lumi­no­sos y colo­res fuer­tes, cau­san pre­sión al ser humano, por otro lado la vege­ta­ción y la natu­ra­le­za refuer­zan la aten­ción espon­tá­nea, per­mi­ten la rela­ja­ción del apa­ra­to sen­so­rial e infun­den ener­gía fres­ca, traen dis­ten­sión y agu­di­zan la concentración.

Por todo lo ante­rior, la pre­sen­cia de los árbo­les podrían rela­cio­nar­se con valo­res socia­les como la cali­dad de vida y el efec­to sobre la con­duc­ta huma­na (Robin,1998). En la car­ta de Otta­wa (1986) para la pro­mo­ción de la salud, se men­cio­nó la crea­ción de ambien­tes favo­ra­bles y como res­pon­sa­bi­li­dad mun­dial, la con­ser­va­ción de los recur­sos naturales.

Para Gadot­ti (2002) la espi­ri­tua­li­dad, vis­ta no como reli­gión, sino como bús­que­da per­ma­nen­te del sen­ti­do de la vida, trae con­si­go el amor a la Tie­rra a par­tir de la expe­rien­cia a  tra­vés del sem­bra­do, siguien­do el cre­ci­mien­to de un árbol o de una plan­ta, aca­ri­cián­do­la, olien­do su per­fu­me, cami­nan­do por la ciu­dad o un bos­que, sin­tien­do el can­tar de los pája­ros, miran­do las estre­llas, con­tem­plan­do la pues­ta del sol,  enton­ces la vida adquie­re sen­ti­do, sólo en rela­ción  (p.76).

Por todo lo ante­rior­men­te men­cio­na­do, mejo­rar el entorno natu­ral a par­tir de  prác­ti­cas eco­fí­li­cas, pue­de ser un buen comien­zo para influir en un cam­bio que lle­ve a la mejo­ra de las con­di­cio­nes en que se encuen­tra el entorno natural.

Conclusión

Tener una visión de lo ver­de natu­ral, un espa­cio de dis­fru­te, un ambien­te impreg­na­do de olo­res agra­da­bles de la natu­ra­le­za, se hace nece­sa­rio en un con­tex­to don­de el pavi­men­to pre­do­mi­na, don­de el estrés y otras enfer­me­da­des de tipo emo­cio­nal están pre­sen­tes, el con­ser­var áreas que sim­ple­men­te invi­ten a la tran­qui­li­dad y la paz, es un buen comien­zo para poner un apor­te en la mejo­ra de la cali­dad de vida de las per­so­nas, bus­car y lograr el bien­es­tar humano y no humano des­de el hacer coti­diano, des­de prác­ti­cas eco­fí­li­cas que nos invi­ten al res­pe­to por noso­tros como seres vivos, por lo no vivo, en gene­ral por el pla­ne­ta, vivir en y con la madre Tie­rra, ser par­te de ella, con sig­ni­fi­ca­do y sen­ti­do de las dife­ren­tes accio­nes, del pen­sar, del ser y el hacer que nos acom­pa­ña día a día a lo lar­go de nues­tra exis­ten­cia; un cam­bio de modo de vida, reco­no­cien­do lo mate­rial, lo téc­ni­co, lo indus­trial, pero sin con­ver­tir­se en escla­vos de ello, com­pren­der que el con­su­mis­mo nos lle­va solo al tener, que­dan­do en el olvi­do la esen­cia del ser.

Pode­mos reto­mar dis­tin­tas cos­mo­vi­sio­nes para encon­trar lo sig­ni­fi­ca­ti­vo, para recu­pe­rar el sen­ti­do de la exis­ten­cia y por tan­to de la inter­re­la­ción con el entorno, de amor, de armo­nía, de paz, de res­pe­to, un cam­bio que sólo pue­de comen­zar a par­tir de uno mismo.

La eco­fi­lia sólo es un ingre­dien­te más, para quie­nes quie­ran reto­mar­la  e inte­grar­la como par­te de su vida per­so­nal  y pro­fe­sio­nal. 

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Notas

1.De acuer­do al autor el bien de un orga­nis­mo no humano con­sis­te en su pleno desa­rro­llo y sus poten­cia­li­da­des bio­ló­gi­cas; es fuer­te y sano cuan­do posee las capa­ci­da­des que nece­si­ta para  lidiar satis­fac­to­ria­men­te con su medio y con­ser­var su exis­ten­cia a tra­vés de las diver­sas eta­pas del ciclo de vida nor­mal de su especie.

2. Infor­ma­ción obte­ni­da de  Bra­vo (2008). La edu­ca­ción Supe­rior en Méxi­co: Avan­ces y Desa­fíos en la recon­ver­sión ambien­tal de sus ins­ti­tu­cio­nes, “Plan de Acción para el Desa­rro­llo Sus­ten­ta­ble en las Ins­ti­tu­cio­nes de Edu­ca­ción Superior”.