Lle­vo casi cua­tro meses vivien­do la can­sa­da espe­ra de salir, para abra­zar a mis com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras del plan­tón y a los que se han empe­ña­do todos los días por mi liber­tad. Una espe­ra a veces ten­sa, a veces dolo­ro­sa, en la que no me atre­vo a pen­sar futu­ros, no sea que se me con­ce­dan. Aquí no se desea nin­gún maña­na. Y sin embar­go hay mucho por hacer.

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La cár­cel, hoy lo sé, es total­men­te dife­ren­te a lo que nos dicen allá afue­ra; más pelí­cu­la que cual­quier pelí­cu­la; cuen­to de terror en el que cada per­so­na­je quie­re no ser­lo por­que su guión era otro: una nove­la inten­sa, fuer­te, pero en extre­mo abu­rri­da, monó­to­na, esce­na­rio en el que los dra­mas coti­dia­nos se entre­te­jen con la rebel­de valen­tía de los delin­cuen­tes, los reales rate­ros, los homi­ci­das, y con la sumi­sa acep­ta­ción del abu­so; leo­nes indó­mi­tos, pen­den­cie­ros, pro­vo­ca­do­res, con­ver­ti­dos en rato­nes ínfi­mos ante la auto­ri­dad que les somete.

Pero lo com­pren­do, por­que saben a qué des­ti­nos oscu­ros se enfren­tan. En la cár­cel , el sitio don­de se apli­ca la “ley”, don­de se cas­ti­ga el deli­to y se “ejer­ce la acción penal”, impe­ra lo no escri­to, lo clan­des­tino, lo que no debe salir más allá de sus torres y exclu­sas: el mie­do, al cas­ti­go, la tortura…la monar­quía de cada cus­to­dio, cada coman­dan­te y del direc­tor, su arbi­trio abe­rran­te, regu­la­do en las letras de códi­gos y regla­men­tos, pero suel­to y sil­ves­tre, en las cel­das, los pasi­llo, los tra­mi­tes, los días, las noches y las madru­ga­das de la lista.

Lo estoy viviendo

Ayer esta­ba corrien­do en la peque­ña can­cha de bás­quet que tie­nen la lla­ma­da “área ver­de”, don­de se alo­jan los fun­cio­na­rios públi­cos pre­sos y los que pagan para no ir a la sec­ción de pro­ce­sa­dos, así como los inter­nos de nue­vo ingre­so, dos cel­das con cin­co cama­ro­tes cada una, don­de me tie­ne a mí, pero don­de se encuen­tra el mayor haci­na­mien­to pues lle­gan a ubi­car­se ahí has­ta trein­ta por cel­da. Lle­gó el direc­tor, hizo su reco­rri­do y antes de salir dio órde­nes al guar­dia: encie­rra a los ingre­sos, tam­bién al pro­fe­sor, no los dejes pasar, solo a comer, bañar­se y que se regre­sen. Lo que eso sig­ni­fi­ca es con­fi­nar­nos al supli­cio del encie­rro satu­ra­do a la infa­me com­pe­ten­cia del aire, del espa­cio de la atmos­fe­ra inun­da­da de ciga­rro, de ten­sio­nes, jue­gos vio­len­tos y som­no­len­cia desesperante.

El direc­tor me la está apli­can­do, está ofen­di­do y tie­ne sed de des­qui­te. Le moles­ta el plan­tón, le enfa­da que me visi­ten el mar­tes mis com­pa­ñe­ros (por un acuer­do polí­ti­co con el gobierno esta­tal); le agre­de que en cin­co oca­sio­nes le he pedi­do dis­tin­tas cosas: libros, paso para la biblio­te­ca y la escue­la, tra­mi­tes de mis visi­tas, posi­bi­li­dad para usar una compu­tado­ra, man­te­ni­mien­to a los teléfonos.

Todo es negativo, obviamente

Le irri­ta mi que­ja en Dere­chos Huma­nos, por la comi­da insu­fi­cien­te y las­ti­me­ra, por el cacheo deni­gran­te de los cus­to­dios; le ha doli­do mi denun­cia de la tor­tu­ra del que fue obje­to Jesús Noé ponién­do­lo al bor­de de la muer­te por un gru­po de cus­to­dios. Cuan­do le infor­mé que los sába­dos un gru­po de per­so­nas ven­den los luga­res a las visi­tas dijo que su res­pon­sa­bi­li­dad está de las puer­tas hacia aden­tro, des­lin­dán­do­se de lo que pase afue­ra, aún con los fami­lia­res de los pre­sos, mis­mos que de algún modo deben entrar “des­de afuera”.

Pero más le pur­ga que haya toma­do la pala­bra en la orden públi­ca que dio reu­nién­do­nos a todos los del dor­mi­to­rio para anun­ciar su inten­ción de con­ver­tir­nos en una cár­cel mode­lo don­de habría orga­ni­za­ción, ins­ta­la­cio­nes, hora­rios y acti­vi­da­des mode­lo, habría cha­ro­las para comer, asis­ten­cia médi­ca y estric­ta vigi­lan­cia para que no entre nin­gún sen­ten­cia­do al área Ver­de. Yo dije algo sen­ci­llo: que no hay agua todo el día, ni todos los días, como para lavar la ropa con un rol, y que las cel­das de ingre­sos tie­ne un haci­na­mien­to tal que requie­re fle­xi­bi­li­dad para col­gar y aco­mo­dar cosas, cobi­jas, tras­tes (cacha­rros), garra­fo­nes y gen­te. No era cosa del otro mun­do, era de sen­ti­do común.

Por col­gar ropa en una ven­ta­na y en una malla, el direc­tor ha man­da­do a cas­ti­go a dos ex poli­cías. El cas­ti­go es un encie­rro que ator­men­ta, que vul­ne­ra la salud, que aci­ca­la ile­gal­men­te por el auto­ri­ta­ris­mo des­me­di­do de una per­so­na que se eri­ge como el empe­ra­dor que deci­de el des­tino de pre­sos, emplea­dos de las áreas (psi­co­lo­gía, tra­ba­jo social, edu­ca­ción, médi­ca) y guar­dias, y que se sola­za con el sufri­mien­to y la humillación.

Hacer públi­cas estas líneas me ponen en ries­go, pero es de lo mucho que se pue­de hacer. Se pue­de abrir la ven­ta­na para que entre un rayo de sol en esta hedion­da noche; es un inten­to de estar vigen­te afue­ra para no pere­cer en el silen­cio cóm­pli­ce de adentro.

Los que somos ino­cen­tes, y habe­mos muchos (aquí nos lla­man “Pablos”) mor­de­mos con indig­na­ción cada boca­do que lle­ga a las mue­las, mis­mas que se me están cayen­do, y dor­mi­mos rebel­des, cer­ca­nos cada vez más al sue­ño eterno; nos arries­ga­mos a la ira de la bes­tia y a que nos peguen más con los reso­lu­ti­vos, los dic­tá­me­nes y las sen­ten­cias del juicio.

La cár­cel y sus ver­du­gos, la pri­sión y sus jue­ces, las leyes y sus prác­ti­cas ocul­tas, con­ti­núan sien­do la mate­ria a apro­bar, a sobre­vi­vir en esta uni­ver­si­dad for­zo­sa, en esta lec­ción de exis­ten­cia a la que todos pue­den caer en cual­quier momen­to si no mejo­ra­mos el sis­te­ma de justicia.

La delin­cuen­cia ace­cha, la inse­gu­ri­dad está en nues­tro derre­dor, y por des­gra­cias, muy, muy lejos, la garan­tía de que las leyes y las polí­ti­cas nos defien­dan imparcialmente.

Com­pa­ñe­ros pro­fe­so­res y estu­dian­tes, ayú­den­me a difun­dir esto que pasa; cuan­tos más se ente­ren, más cla­ro será nues­tro aire al respirar.

Un abra­zo!

OSCAR HERNANDEZ NERI
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