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1. Eve­rest Reimer (libro: La Escue­la ha muer­to) fue ami­go de Ivan Illich (libro: La socie­dad deses­co­la­ri­za­da) y éste de Pau­lo Frei­re (libro: Peda­go­gía del opri­mi­do). No sé a cuán­tos edu­ca­do­res en serio me he encon­tra­do en el camino (Neill, Good­man), pero aque­llos ‑impug­na­do­res de la auto­ri­dad, crí­ti­cos y liber­ta­rios- han con­for­ma­do la tri­lo­gía de mi pen­sa­mien­to. ¿Por qué no leer­los, cono­cer­los, para que nos ayu­den a liberarnos?

2. Reimer escri­be: “Las socie­da­des asig­na­ron a cier­tas ins­ti­tu­cio­nes la fun­ción de edu­car. En las socie­da­des pri­mi­ti­vas, la edu­ca­ción se pro­du­cía tan­to de mane­ra espon­tá­nea como por medio de cier­tos ritos en la rela­ción per­ma­nen­te del gru­po de adul­tos con los niños y jóve­nes. A medi­da que las socie­da­des se vuel­ven com­ple­jas, apa­re­cen las diver­sas for­mas de fami­lia y las figu­ras sacer­do­ta­les que lue­go se trans­for­man en igle­sias y reli­gio­nes. Jun­to a ellas, los pode­res polí­ti­cos, gue­rre­ros y esta­ta­les son la tri­lo­gía encar­ga­da de la trans­mi­sión de valo­res vin­cu­lan­tes a las nue­vas gene­ra­cio­nes. La moder­ni­dad y su mode­lo fabril le agre­gan la escue­la como la cono­ce­mos hoy y buro­cra­ti­zan la fun­ción edu­ca­ti­va, momen­to en que apa­re­cen las “fábri­cas” para pro­du­cir alum­nos y los fun­cio­na­rios lla­ma­dos maestros”.

3. Acer­ca de Illich: “Illich habla de ense­ñar sin escue­la, ya que un alumno que quie­re apren­der libre­men­te una habi­li­dad, según él solo nece­si­ta a otra per­so­na que le res­pon­da a su peti­ción y le ense­ñe aque­llo que quie­re apren­der. Sin embar­go en nues­tra socie­dad esco­la­ri­za­da se exi­ge que las per­so­nas que tie­nen algo que ense­ñar, deban tener un títu­lo. Ade­más, cree que el abu­so que tene­mos de las cali­fi­ca­cio­nes redu­ce la liber­tad de apren­der en toda la pobla­ción. Por tan­to, la esco­la­ri­za­ción así según este autor, pro­du­ce la fal­ta de per­so­nas ejer­ci­ta­das y ver­sa­das en cono­ci­mien­to. No obs­tan­te, espe­ra que en el futu­ro se trans­mi­tan los cono­ci­mien­tos a tra­vés de pro­ce­sos de comu­ni­ca­ción entre los que ense­ñan y los que apren­den. Para que esto sea posi­ble haría fal­ta rom­per cier­tas barre­ras en el ense­ñar y como con­se­cuen­cia en el aprender”.

4. Frei­re escri­be: “Otra de las con­vic­cio­nes pro­pias del docen­te demo­crá­ti­co con­sis­te en saber que ense­ñar no es trans­fe­rir con­te­ni­dos de su cabe­za a la cabe­za de los alum­nos. Ense­ñar es posi­bi­li­tar que los alum­nos, al pro­mo­ver su curio­si­dad y vol­ver­la cada vez más crí­ti­ca, pro­duz­can el cono­ci­mien­to en cola­bo­ra­ción con los pro­fe­so­res. Los opre­so­res, fal­sa­men­te gene­ro­sos, tie­nen nece­si­dad de que la situa­ción de injus­ti­cia per­ma­nez­ca a fin de que su gene­ro­si­dad con­ti­núe tenien­do la posi­bi­li­dad de rea­li­zar­se. El orden social injus­to es la fuen­te gene­ra­do­ra, per­ma­nen­te, de esta gene­ro­si­dad que se nutre de la muer­te, del des­alien­to y de la miseria.”

5. Me ha gus­ta­do mucho este poe­ma de B. Lloyd.

La escue­la ha muer­to.
El pro­fe­so­ra­do ha muer­to, iner­te, con­for­mis­ta
y ence­rra­do en su aula, her­mé­ti­co e inamovible.

Las aulas han muer­to,
sus pare­des comen­za­ron a tem­blar y se des­plo­ma­ron
cuan­do alguien rom­pió el orden de los pupi­tres
y ame­na­zó con expul­sar de allí al libro de texto.

Las direc­ti­vas han muer­to,
aho­ga­das en la buro­cra­cia,
abu­rri­das, fal­tas de norte.

Las fami­lias han muer­to,
mien­tras que alguien inten­tó que acce­die­ran a los cen­tros
no sólo el día de la fiesta.

Los gobier­nos han muer­to,
sus polí­ti­cas edu­ca­ti­vas eran egoís­tas,
iban y venían como las olas del mar.

La for­ma­ción ha muer­to,
hacía tiem­po que ya no tenían a quién for­mar,
todo el mun­do acu­mu­la­ba méri­tos suficientes.

El alum­na­do no esta­ba allí,
se sal­vó por­que hacía años que habi­ta­ba en otro espa­cio,
en otro tiempo.

La escue­la ha muer­to, de risa,
al oír decir a uno de sus maes­tros
que que­ría cam­biar la escuela.

(Ins­pi­ra­do en frag­men­to de F. Nietz­sche, “Así habló Zaratustra”)

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